Delirio en el Bernabéu

Primera | Real Madrid 7 - Sporting 1

Delirio en el Bernabéu

Delirio en el Bernabéu

Hat-trick de Van der Vaart . Raúl se redime con dos goles. El Sporting pagó la inspiración madridista

Coincidió la pegada de un peso pesado con los mofletes del orgullo. Tropezó el saber con las ganas y chocó el tren de los genios contra la locomotora de los valientes. La explosión resultante fue de fuegos artificiales, hermosa si no eres cohete. Sí, el Madrid le metió siete al Sporting.

Si la virtud del anfitrión fue la capacidad para animarse y divertirse, el pecado del visitante pudo ser la generosidad y el ansia. El Sporting saltó al Bernabéu para vengarse a sí mismo, y aunque no se le critica el impulso, se le puede discutir el escenario. Debió recordarlo Preciado: el Madrid no te perdona ni la timidez ni el arrojo.

El Sporting se opuso 17 minutos. Y durante ese tiempo hizo algo más que resistir. Tocó con sentido, trianguló con criterio y avanzó, con cierta facilidad, hasta la línea de puntos imaginaria que se prolonga desde la frontal del área grande hasta las bandas. Allí se atascó. Y no por falta de ideas, sino por exceso de Pepe. Porque el central del Real Madrid no es un defensa, son diez, y por eso costó como si fuera tantos.

Su influencia es tan primordial que el trabajo salvador que antes desempeñaba Casillas, con mucho susto y bastante espectáculo por tratarse del portero, lo ejerce ahora este futbolista largo y sobrio, con menos alarma y aligerado de cabriolas. Por esa razón, de un tiempo a esta parte, sólo reparamos en Casillas cuando le toca atrapar los balones imposibles, que son los que sobreviven a Pepe.

Cada pelota que colgó el Sporting al área tropezó con él, cada internada se estrelló en su cuerpo de pulpo gigante. Y no es sólo que robe balones, es que mina la moral. Son docenas los delanteros que terminan abatidos, como si hubieran equivocado la vocación.

Desde Pepe, desde su eliminación sistemática de cualquier sorpresa, se construyó la victoria. Llegó un momento en que el Sporting, animado por el balón, dejó demasiado campo a su espalda. Y eso suele ser mortal en el Bernabéu.

Cuando reuníamos reproches sobre el juego del Madrid cayó el diluvio. Dudábamos si De la Red es un centrocampista de duduá (coros y acompañamiento) y ayer se desveló como un medio excelente e independiente. Van der Vaart respondió a su indefinición posicional con tres goles (dos sublimes) y Raúl, por su parte, resucitó con un par. Era el Sporting quien soñaba con callar bocas y fue el Madrid quien las cerró.

El primer gol fue primoroso e incluyó dos asistencias. De la Red quebró la defensa con un centro picado y Raúl completó el plan con tacto, aunque fuera craneal; amortiguó el balón y continuó la jugada. Van der Vaart voleó a la carrera con su zurda lujuriosa.

Aunque ya jarreaba, Kike Mateo pudo empatar: entró como un puñal en el área y si le falló el punterazo es porque los finos estilistas sienten como una íntima traición el remate con las uñas.

Van der Vaart volvió a marcar, a pase de De la Red, en esta ocasión con un taconazo largo y templado que no acompañó con la mirada, muy chiclanero. Sin apenas conexión con el juego, el holandés aporta, en cambio, una contundencia asombrosa y formidable.

El tercero fue obra de Higuaín tras una internada de Robben por la derecha, que recortó hacia dentro, como suele, y buscó la otra costa, como no se espera. El argentino ya no recuerda cuando el arco iris le parecía pequeño.

Nunca sabremos si Preciado optó en el descanso por el repliegue prudente o por la hermosa catástrofe. Le atropelló el Madrid. Al minuto de la reanudación, Van der Vaart marcó de nuevo, más sencillo, a pase de Raúl. Era el tercero particular y el cuarto general. En el siguiente ataque, Robben regateó al indefenso Sergio Sánchez y consiguió el quinto.

Honor.

El Sporting se coló en la tregua que ofrecen las manitas para salvar su honor. Barral corrió hacia Casillas, recortó para evitar el fantasma de Pepe y cedió a Kike Mateo, que en este chut ofreció el interior de su bota diestra, como indican los manuales.

Sin tiempo para celebrar o llorar, el Sporting recibió el sexto. Lo marcó Raúl, por fin, al aprovechar el rechace del portero a un obús de Robben. El séptimo tanto también fue suyo, y esta vez le perteneció enteramente. Encaró al guardameta y le burló con su argucia favorita, la vaselina. Mientras el capitán se besaba el anillo y abrazaba el banderín del córner, el público comenzó a gritar su nombre, suscribiendo un crédito popular por los próximos seis meses.

Faltaba media hora, pero el Madrid no hizo más sangre. Entonces explotó un último cohete: la afición visitante se puso a cantar en favor de su equipo y el Sporting, finalmente, ganó un trozo del partido, el de la esperanza.