La celebración interminable

Primera | Real Madrid 3 - Athletic 0

La celebración interminable

La celebración interminable

El Madrid prolonga la alegría con otra victoria emocionante. El Athletic plantó cara. Casillas le paró un penalti a Garmendia. El Bernabéu es feliz

El Madrid pospuso la celebración, pero continuó con la alegría. Desde hace algo más de un año, el equipo y el Bernabéu tienen una asombrosa tendencia hacia los finales felices, lo que equipara a los aficionados madridistas con los espectadores de las películas de James Bond, que no se toman los aprietos del protagonista como verdaderos sufrimientos, si acaso respingos, pues existe la absoluta seguridad de que el agente siempre saldrá triunfante, con un microchip y con una novia, o dos.

Este Madrid también gana siempre y la intriga se reduce a si lo hará antes o después. Digamos que el equipo utiliza tanto el juego como el poder de convicción. El fútbol es intermitente, pero la persuasión es constante. Y la consecuencia es que los rivales, por feroces que sean, acaban por rendirse y por pedir la camiseta.

El Athletic causó una magnífica impresión en el Bernabéu, aunque el Bernabéu ya no lo recuerde. El visitante jugó al ataque, se entregó con generosidad y apostó por el balón como método de supervivencia. Pero se llevó tres goles y la impresión de que es inútil luchar contra el destino.

No hubo alirón, ni vuelta al ruedo, aunque algunos jugadores se pasearon por el campo saludando a la familia, porque esta boda dura semanas. Y no creo equivocarme si digo que la afición se marchó igual de satisfecha, con la sensación de alargar la noche.

Si el madridismo entero debe felicitarse por el triunfo, intuyo que Schuster debe sentirse a esta hora tan orgulloso como un goleador. Porque acertó en todo, hasta en lo extravagante. Alineó a Saviola para tener razón y la tuvo. El argentino marcó un gol valiosísimo, porque extendió una red bajo los trapecistas del Madrid. Además, su partido fue notable, lo que incide en su paradoja. Llegó como un trofeo, por venir gratis y proceder del Barcelona, y su fichaje contó con el beneplácito del entrenador incluso antes de serlo. Sin embargo, su presencia jamás despertó demasiado interés en el madridismo y esa apatía terminó por contagiar a Schuster, para quien pasó de ser el segundo delantero centro, al cuarto, tras Higuaín y Soldado.

Pero el triunfo cuadra todas las cuentas. Ya fuera por un acto de justicia o por un gesto de empecinamiento germánico, el técnico apostó por Saviola y pudo lucir sus virtudes. El chico sabe jugar el fútbol, lo entiende, y ve puerta con facilidad. Nadie puede negarlo. Aunque ignoro si eso es suficiente en unos terrenos y en un club donde no se admite la paciencia.

Schuster volvió a hacer carambola cuando en la segunda parte dio entrada a Robben e Higuaín, en lugar de Raúl y Robinho. La pareja no llevaba dos minutos en el campo cuando el argentino asistió y el holandés fulminó a Armando con un latigazo. Apenas pasaron cinco cuando fue Higuaín quien marcó gol, el tercero. Convendrán en que no hay mejor manera de quitarle la pelusa a los suplentes y de rebajar el ego de los sustituidos.

Voz. El Athletic tuvo ocasión de expresarse, no crean. De hecho, habló primero. Nada más iniciarse el partido, Llorente abrió el fuego al peinar un balón que no tomó vuelo y aterrizó manso junto a Casillas. Muy poco después, Garmendia probó fortuna con un disparo lejano, duro, de los que viajan a saltos sobre el césped. Esta vez, Casillas atrapó con más problemas.

El Athletic se descubría como un equipo entusiasta y necesitado del balón, valiente, pero técnico. Esa es la fisonomía actual de sus jugadores, con independencia de las influencias históricas y a pesar, probablemente, de los desvelos de su entrenador. Con excepción hecha de Amorebieta, que es un central que reúne entre sus muchas virtudes la contundencia, el resto del equipo tiene querencia por lo exquisito.

Cuando el Madrid se tomó un respiro, los despliegues del Athletic resultaron armónicos, lanzados por un centro del campo con piernas de galgo y apoyados por la elegancia infinita de Fernando Llorente. Si el Athletic no marcó fue en gran medida por la fabulosa actuación de Casillas, que regresó al reino de los cielos después de algunas semanas terrenales.

Su actuación tuvo esta vez el colofón de un penalti detenido (o rechazado), que es el diploma de los porteros en las mejores noches. Sucedió en el minuto 35, cuando Heinze desequilibró el salto de Llorente y el árbitro señaló una pena máxima que lo pareció menos en el instante en que las cámaras descubrieron la cara de Garmendia, atenazada por la responsabilidad. Su disparo salió con más fuerza que colocación y Casillas lo despejó con uno de esos guantes que imitan las manos y la suerte de Mickey Mouse.

Cualquier otro rival se hubiera entregado a los brazos del Madrid, con esa docilidad que atrapa a los equipos que se sienten superados y cocinados en el Bernabéu. Sin embargo, el Athletic perseveró. Sus embestidas se vieron favorecidas por una defensa dubitativa (flojo Pepe y acelerado Heinze) pero siguieron tropezando con la inspiración de Casillas, aunque también con un defecto propio: la alarmante falta de gol. Llorente es un estupendo segundo delantero (ocho tantos en Liga y máximo anotador de su equipo), pero no es el primero, el de los goles. Y demasiadas veces faltó una bota con dinamita, o dos.

Autoridad. El líder respondió al empuje de su adversario con una autoridad encomiable. Por muchas ocasiones que tuviera el Athletic siempre daba la impresión de que el Madrid podía tener más, el doble o el triple. Comandado por un Sneijder centelleante, el equipo se movía con muchísima rapidez y con bastante criterio. El holandés se ha apoderado del timón de una forma extraña, sin tocarlo mucho, pero su influencia mejora el conjunto porque libera a Guti de responsabilidad y destapa a Gago, que encuentra más campo.

Robinho fue la única excepción al altísimo tono que exhibió el Madrid. Ha entrado en una depresión rara, que le empezó atacando los músculos de las tripa y le ha alcanzado las neuronas superiores. Está medio triste, y en jugadores así los síntomas son como los de la gripe. Robinho he perdido el ángel y es lo mejor que tiene.

A una primera mitad trepidante le sucedió una segunda parte de pasión. Saviola pudo marcar su segundo gol, pero se estrelló en Armando. Acto seguido, Gurpegi falló en el segundo palo y desaprovechó la oportunidad de culminar su regreso con una proeza. Sneijder rozó el palo con una rosca. La cadencia era así: cada tres acercamientos del Madrid se intercalaba uno del Athletic, todos buenos, sin preámbulos.

Mejoró el Athletic con la profundidad de David López, pero fueron los cambios de Schuster los que sentenciaron el partido. En cierto modo, con la entrada de Higuaín y Robben, y después con la inclusión de Drenthe, se incluyeron en la fiesta los últimos invitados, eso que podríamos llamar "los hombres de Schuster". Y creo que no es casualidad que Saviola se quedara en el campo o que Diarra y Baptista permanecieran sentados en el banquillo.

Como está dicho, dos relámpagos sentenciaron al Athletic. Con el área despejada (de Raúl y de poder), Robben marcó uno de esos goles que se esperaban de él y comenzó a amortizar su deuda millonaria. Luego fue Higuaín quien continuó con su proceso de exorcismo.

Sólo entonces cedió el Athletic, al que únicamente rindió la evidencia. El Bernabéu estalló de alegría y el Madrid entró en uno esos trances de alegría, esos finales felices que hemos visto cien veces y que no por eso dejan de resultar conmovedores. Al final vence el fútbol, pero también la convicción, el incontenible deseo de ganar. Nadie ha superado en eso al campeón.