A lo largo de la historia, los amantes del fútbol hemos podido comprobar que Brasil, en calidad de creador y exportador de cracks, no tiene el mínimo atisbo de comparación con el resto de países dedicados a la producción de grandes figuras.
Década tras década, la productiva cantera brasileña nos ha obsequiado con genios que han marcado el devenir y la senda balompédica. En su trayectoria encontramos nombres de la talla de Pelé, Tostao, Garrincha, Zico o Romario. A todos ellos les unía un denominador común: el arte. Precisamente, este último aspecto es lo que ha diferenciado a los jugadores brasileños del resto de los mortales futbolísticos. En definitiva, y aprovechando que se trata de un término muy recurrente entre los supuestos analistas y especialistas deportivos, podríamos afirmar que todos estos ases son jugadores distintos. Así es, distintos.
Frente a la frialdad, el orden táctico y la fuerza que caracterizan al jugador europeo, nos encontramos con jugadores que apuestan por el espectáculo, la técnica, el buen hacer y la estética. Jugadores que juegan para un público que paga una entrada pretendiendo que se sacien sus deseos más anhelados. Y en ello, la sempiterna pedrera brasileña ha fabricado un último esteta que colma las necesidades de todo buen aficionado. En efecto, hablamos de Ronaldinho, quién sino.
En el clásico frente al Real Madrid, el gaúcho consiguió hacer algo que tan sólo puede hacer un grande. Después de una gran exhibición, y contra todo pronóstico, el público que abarrotaba el estadio Santiago Bernabéu se puso en pie para rendir homenaje al jugador que está llamado a marcar una época. Como recordaba el propio Ronaldinho, sólo Maradona, considerado uno de los mejores jugadores de la historia (sino el mejor), consiguió despertar una reacción semejante en el eterno enemigo.
Especial
Y es que Ronaldinho, escudado bajo su magia y su perenne sonrisa, es un jugador especial, un portentoso genio que ha conseguido poner de acuerdo a todo el entramado futbolístico mundial. A jóvenes y mayores; a blancos y azulgrana; a verdes, rojos y amarillos. Incluso dos astros como Pelé y Maradona, siempre en desacuerdo, han olvidado viejas rencillas y han rendido pleitesía a esta máquina perfecta de hacer fútbol. En resumidas cuentas, Ronnie ha hermanado a todos aquellos que aman el fútbol y lo conciben como un octavo arte.
La revista France Football le ha hecho entrega del Balón de Oro 2005, prestigioso premio que le reconoce como el mejor futbolista de las ligas europeas, y, en definitiva, como el mejor jugador del mundo. De este modo, se rinde tributo al espectáculo, la magia, el gol, la velocidad, la improvisación, la técnica, la precisión y la entrega. El jugador Play Station, aquél que consiguió hacer resurgir todo un imperio en plena decadencia, el blaugrana, está llamado a establecer un reinado de límites insospechados, para alcanzar así el lugar de los elegidos, el lugar en el que se hallan los grandes.
