Asumió la dirección técnica del primer equipo del Real Madrid en noviembre de 1999 para sustituir a John Toshack y lo hizo en silencio, sin hacer ruido, como se ha comportado toda su vida, y se va casi cuatro años después con el respeto y admiración de cuantos han trabajado con él. En pocas ocasiones un entrenador ha sido tan elogiado por sus jugadores como el propio Del Bosque, del que siempre se valoró su discreción y el deseo de ceder el protagonismo a los futbolistas.

En un mundo dominado por los egos de estrellas millonarias, Del Bosque siempre ha tenido claro cuál debía ser su papel en este negocio. Nunca ha pretendido ser el actor principal, ni usurpar el protagonismo que él entiende que corresponde a los jugadores y con esta actitud ha sabido ganarse el respeto de esos propios futbolistas, lo más complicado en este deporte.

Pero no todo han sido alabanzas para Del Bosque, al que muchos han reprochado sus limitaciones tácticas, sin valorar la complicación que supone manejar un vestuario como el del Madrid, del que apenas han trascendido problemas y enfrentamientos desde la llegada de Vicente del Bosque. Quizá ese sea el gran mérito de este hombre, que con él al frente ha imperado la cordura. La disciplina y el rigor que muchos técnicos intentan conseguir por la fuerza, la mayoría de las veces sin éxito, Del Bosque lo ha logrado apoyándose en la palabra.

Del Bosque deja el Real Madrid como el segundo entrenador que más tiempo se ha sentado en el banquillo del Santiago Bernabéu, sólo superado por Miguel Muñoz, y después de haber ganado siete títulos. Dos Ligas (2001 y 2003), dos Ligas de Campeones (2000 y 2002), una Copa Intercontinental (2002), una Supercopa de España (2001) y una Supercopa de Europa (2002) componen el espectacular palmarés del salmantino, que ha pasado más de 30 años de su vida ligado al Real Madrid como jugador y como entrenador.