La noche más hermosa

Copa del Rey | Real Madrid 4 - Zaragoza 0

La noche más hermosa

La noche más hermosa

Gloria al Zaragoza por resistir y honor para el Madrid por rozar la hazaña. Los blancos tuvieron media hora para hacer el quinto, que no llegó

Enhorabuena al Zaragoza por resistir, por no abandonarse, por mantener la lucidez cuando estaba a oscuras, por no rendirse al caníbal, por no entregarse al mito. Enhorabuena porque fue capaz de permanecer en pie sin ser violento, sin recurrir a los viejos trucos y sin renunciar nunca al gol, enhorabuena, especialmente, por los seis tantos de la ida, por alcanzar la final siendo un equipo de ataque que no sabe defenderse y que tampoco le importa mucho, un equipo generoso que ha dejado por el camino al Atlético, al Barcelona y al Real Madrid, lo que jamás había logrado nadie en la historia de la Copa.

Enhorabuena al Madrid por ganar muchísimas más cosas que un pase a la final de la Copa. Verdaderamente, eso es lo único que perdió. Se equivocan aquellos madridistas que piensan que no puede haber eliminación más dolorosa, a un solo tanto de la proeza, ya que, aunque el Madrid soltó una Copa (hermosa, pero menor en su palmarés), recuperó a una afición entera, a todos, incluidos los que hacía tiempo que renegaban, a los padres y los abuelos, a los que miraban de reojo y mascullaban no sé qué de Di Stéfano o Santillana, a los que pensaban que el dinero había acabado con los viejos valores, con el compromiso, con el amor al escudo y a su historia. Enhorabuena a Casillas por dar la cara tras el 6-1, por levantar el brazo y presentarse voluntario para ser el alma del club, enhorabuena por decir la palabra mágica y convocar a los 80.000 fieles que asistieron al campo y a los miles que se fueron enganchando según tenían noticia de lo que estaba ocurriendo desde los lugares más remotos de la noche de San Valentín. Desde ahora, nadie dudará nunca de la capacidad del Madrid para opositar a los milagros, yo, desde luego, no lo haré más.

En partidos así conviene ser generoso en las felicitaciones y estrechar el brazo del otro hasta que lo reclame, y abrazarse, y animar a los afligidos y jalear a los ganadores, porque en el fondo hubo un suculento botín para todos y hay victorias y derrotas que reparten la misma gloria. Insisto, para el Madrid la Copa hubiera sido una engañosa tabla de salvación porque lo único que puede rescatarle, en cuerpo y alma, son fabulosas demostraciones de coraje como la de ayer.

Es difícil recordar un encuentro tan emocionante, tan intenso desde casi el primer segundo, porque no había pasado ni un minuto cuando Cicinho fulminó de un cañonazo extraordinario a César. El Bernabéu rugió porque no era mentira nada de lo que había oído.

La catarata. A los cinco minutos, Beckham colgó el balón al área, Ronaldo intentó controlar y el balón se fue lo suficientemente largo como para convertirse en un regalo para Robinho. Había que frotarse los ojos para creerlo. Pero fue necesario pellizcarse cuando otro estupendo pase de Beckham fue rematado a gol por Ronaldo en un escorzo insospechado para su osamenta.

Si dijera que el Bernabéu vivió entonces el ambiente de las grandes remontadas europeas mentiría, porque entonces, además de una misión, había un enemigo rubio como la cerveza, alemán generalmente, malvado, un rival al que intimidar y al que odiar (deportivamente) y nada de eso ocurre con el Zaragoza, equipo español, admirable, y sin afrentas pendientes. El objetivo del público, cada grito, era un aliento al Madrid, ni un solo reproche al rival, que tampoco dio motivos.

El efecto del 3-0 para el Madrid es que convirtió el milagro en cálculo y la pasión en estrategia. Por eso se frenó, y empezó a tocar en horizontal desde la línea de defensa, desde donde mejor se podían ver los daños causados, que eran los estragos del miedo, los temblores. ¡Cabeza, cabeza!, se gritaba desde el banquillo local, como si de repente fuera posible domar al caballo desbocado. Curiosamente, el grito era el mismo desde el banquillo visitante.

Pero el Zaragoza hizo de tripas corazón y siguió aparentando entereza, incluso más que eso cuando conseguía dar dos pases seguidos o cuando el balón llegaba a los pies de Cani, el único capaz de sembrar el pánico, el único con visión, valor y calidad para utilizar el puñal bajo la manga, Ewerthon. Cada vez que el capitán controló, dio un susto; cada vez que se lanzaba el brasileño, tiritaba el Bernabéu. Eso ocurrió cuando Milito cabeceó a bocajarro y Casillas escupió la pelota con alguna parte de su cuerpo que nunca suelen ser las manos. Fue una parada milagrosa en una noche milagrosa.

Las siguientes aproximaciones fueron del Madrid, algunas embarulladas, como la que puso en peligro la portería de César por dos veces, en la primera se estiró como un gato el portero y en la segunda fueron cien piernas las que taponaron el disparo que parecía definitivo. Sin embargo, aunque constante, el asedio era sin angustia y había motivos para no tenerla porque cada vez que el Madrid alzaba la vista con dirección al cronómetro comprobaba que iba muy por delante del horario previsto, que todavía estaba en tiempo de récord, de cinco goles, de seis si era necesario.

Tácticamente, Toledo naufragó clamorosamente en su intento de detener a la banda derecha del Madrid, impulsada de forma magistral y apoteósica por Beckham y Cicinho. Pero, pese a la goleada, no todo en el Madrid salía como estaba previsto. Zidane, demasiado arriba, intervenía poco en la creación, donde su talento para descubrir los espacios es fundamental para abrir latas y asistir a Ronaldo. Baptista era más un estorbo que una ayuda y Gravesen asumía demasiada responsabilidad en la circulación del balón, obligado por la ausencia de Guti.

La heroica. Así finalizó la primera mitad y en la segunda el Zaragoza salió peor, aturdido, como si pensar en lo ocurrido, tratar de asumirlo, le hubiera resultado contraproducente. El Madrid, por su parte, acusaba el cansancio y cada vez encontraba menos caminos. Sólo quedaba bombear balones, pero ese recurso es casi inútil para un equipo sin cabeceadores, y el Madrid no los tiene. El único que hay por los alrededores, Soldado, no fue convocado por López Caro, al que sólo cabe ponerle ese borrón y el de la tardía incorporación de Cassano a un partido tan enloquecido que parecía venirle de perlas.

Roberto Carlos logró el cuarto de un pepinazo de los suyos en falta indirecta que lo fue muchísimo, porque tuvo que conducir el balón hasta encontrar un hueco. El misil arañó los dedos de César y amenazó la integridad de la portería. Faltaba media hora. En ese instante, y por primera vez en la eliminatoria, el Madrid daba la impresión de estar más en la final que el Zaragoza.

Pero no. Los visitantes echaron el resto, se compusieron y comenzaron a retener la pelota primero y a buscar a Cani después. De una de esas triangulaciones vino el gol de Ewerthon, mal anulado por el árbitro y que nunca podría haber sido una excusa en caso de derrota porque en la ida hubo dos penaltis no pitados que debieron beneficiar al Madrid. En un último esfuerzo, Woodgate se instaló como delantero centro y el Madrid siguió bombeando balones, uno de ellos rematado de espuela por Ronaldo, que se fue alto por poco. No hubo más porque tampoco tenía el Madrid rematadores para que lo hubiera.

Enhorabuena al Zaragoza, por la final. Enhorabuena al Madrid por haber vuelto a empezar.