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MadridActualizado a
El Atleti necesita un milagro

Los nietos del Wanda Metropolitano ya saben cómo llamar a ese fantasma que sus abuelos del Calderón decían Vojvodina. Ese rival casi desconocido que era el primer gran dolor del estadio, el primero en Europa, ahora se llama Qarabag. Ay, Qarabag, el campeón de esa liga a 5.000 kilómetros de distancia, de Azerbaiyán. El Atleti, como allí, no supo superarle. Y la Champions se aleja, se va. El Atleti, tras la cuarta jornada, se agarra a ella con más esperanza de milagro que de matemática.

Y eso que salió el Atleti a coger el partido por la pechera, a jugarlo desde el primer minuto como si fuera el último. Verticalísimo, cada pelota era una carrera a Sehic, buscando ese gol, la victoria, la tranquilidad en la Champions. No había otra. Pero allí sólo se encontraba un muro de piernas azeríes mientras al balón lo aceleraban las noticias de la radio. Goool. Llegaba desde Roma. Y lo hacía el equipo local. La camisa apretaba un poco al cuello en el Metropolitano.

No le hizo falta disfrazarse al Qarabag para dar un primer susto de muerte. Bastó que Pedro Henrique corriera hacia Oblak para que el estadio se llenara de púas. Cortó Savic a tiempo, pero ahí quedaba el miedo.

Sehic. El miedo, y ese pase errado de Gabi. El miedo, y de pronto dejar que el Qarabag tocara y tocara a veinte metros de Oblak, tan cerca. El miedo, el que no tuvo Sehic, ninguno, cuando se lanzó en un mano a mano ante Gameiro, que no supo si picar o disparar. El balón se lo quedó el portero.

Cada vez que presionaba arriba el Atleti disparaba, pero sólo fogueo. Y necesitaba pólvora ante un equipo atrincherado. Las voleas de Thomas se iban arriba, los cabezazos de Godín también. La cazadora comenzaba a sobrar en la noche fría de Madrid. Y la radio, otra vez, con malas noticias desde Roma. 2-0 al Chelsea ya.

Pero peor sonarían las que se contarían desde Madrid inmediatamente después. Sería después de otro córner, de otro centro lateral, de otro cabezazo. Míchel, español del Qarabag, saltó impecable en el primer palo y cabeceó a matar. Gol. 0-1 en el Metropolitano. La cuchillada detendría 70.000 corazones a la vez al final de la primera parte. Ríete tú de Halloween y de Freddy Krueger.

La patada al palo de Gameiro nada más regresar el partido del descanso contaría la desesperación rojiblanca. Porque el francés se había encontrado un rechace a un disparo de Correa solo, solo ante la portería, pero lo había vuelto a enviar fuera. Otra vez. No sería este el partido de su redención, ni la de la falta de puntería rojiblanca.

Las púas ya estaban en la garganta cuando Savic evitaba otro gol bajo palos y los nietos de los abuelos del Calderón aprendían a llamar Qarabag a la Vojvodina cuando Grizi dejó pasar un balón en la frontal rumbo a Thomas. El ghanés lo pateó con el alma, como si tuviese 70.000 corazones en la boca. Su balón fue como una bocina enfurecida que se coló por la escuadra. 1-1. Y aún quedaba media hora. En la siguiente jugada, Pedro Henrique le hacía una patada ninja a Godín y veía la roja. Durante media hora, el partido fue un asedio rojiblanco.

Gabi lo pedía, Griezmann lo templaba, Filipe lo remataba. O era Gaitán. O era Torres. O podía ser el mismo Cholo, con sus brazos al aire, a la afición. El Qarabag no sabía cómo sacar el balón de su área. Pero el Atleti tampoco cómo llevar el balón a la red. Y eso que lo buscaba, córner a córner. Pero faltaba la pausa del último pase, pensar, sobraban los nervios, el miedo.

Cuando el partido ya estaba de verdad en el 90’ seguía como al principio, el Atleti necesitado de un gol. Y Godín peleaba cada balón como el delantero centro que fue, Juanfran seguía vaciándose en la derecha y Gabi sacaba su C de capitan, pero su voz se perdía entre los golpes por tratar de derribar esa muralla, Sehic. Juanfran, Godín y Gabi. Los de siempre, pero esta vez no fueron suficientes. Todos los golpes fueron en vano. El último, un remate a bocajarro de Gaitán que también detuvo el portero justo antes de que el árbitro pitara el final y el Atleti cayera sobre la dura hierba del Metropolitano. Y cómo duele. El Calderón lo llamaría Vojvodina. Este estadio lo hará por su nombre, Qarabag.