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ATHLETIC-REAL MADRID

Cristiano honró San Mamés

Partido monumental del portugués en la última visita del Madrid a La Catedral. Marcó dos goles, uno de falta y otro de cabeza, y dio el tercero a Higuaín.

Actualizado a
Cristiano honró San Mamés
EFE

Cristiano le puso flores a Pichichi y nadie debería reprenderle por eso. Al contrario. Sus goles hermosearon un partido histórico, el de la despedida del Real Madrid a San Mamés, el de Cristiano para quien lo revise dentro de un tiempo, el de un futbolista memorable en un campo de leyenda.

Nada fue menor. El primer tramo, de hecho, resultó excelente. Con todo lo que se pide a un partido de fútbol. Hasta el público salía guapo en la tele. El comienzo tampoco pudo ser más intenso. Al minuto, marcó Cristiano. Era pronto hasta para un partido de baloncesto. El gol se veía venir y se vio. Bastó observar cómo y dónde colocaba el balón, la fase de la luna, el ángulo de disparo, la hermosura de San Mamés. Cristiano chutó colocado y fuerte, con el interior de la diestra, pero sin violentar la pierna, ni el gesto. Diríamos que no le pegó con todo, sino con lo necesario. Lo demás lo sabemos. Sus efectos no van de fuera adentro, sino de arriba abajo. Sus balones no esquivan, se precipitan. Iraizoz lo comprobó de primera mano.

A los siete minutos, el Athletic ya estaba repuesto. Es posible que su rabia coincidiera con el relax del Madrid. El caso es que el mediocampo visitante no tenía el control y Cristiano se veía enredado entre las trenzas del joven Ramalho, titubeante al principio, novato casi siempre, pero exuberante de físico y entusiasmo.

El dominio del Athletic, su cambio de viento, tenía nombre propio: Ander Herrera. En colaboración con Ibai Gómez y Susaeta, Ander dirigió los mejores acercamientos de su equipo y exhibió lujos que contagiaron otros lujos. Lo hizo todo con una admirable mezcla de talento y nervio, con sentido y garra, y casi con gol. Diego López evitó el tanto que hubiera culminado su magnífica primera parte. Si Herrera no está mejor considerado planetariamente es por su cara de niño: los jeques del mundo no le han tentado todavía porque creen que sigue en la guardería. Ayer habrán cambiado de opinión.

Lo de Diego López también merece un apunte y una medalla: está soberbio. A la parada ya citada, sumó otra a disparo de Susaeta. El golpeo, raso y cruzado, hubiera hecho crujir a otro portero de su altura, pero Diego lo sacó con una elasticidad asombrosa. Cualquiera diría que se ha puesto el pantalón del chándal de N’Kono.

El Athletic reclamó algún penalti que no se vio, el árbitro señaló varios fueras de juego al límite y también se recuerda alguna dureza excesiva, inicio de otras que vinieron. Sin embargo, al final de la primera mitad, el Madrid ya había capeado el temporal. Fue en esos minutos cuando el palo despejó un contragolpe de Di María. El Athletic había dejado viva a su presa.

Como tantas veces, los minutos corrieron a favor del equipo de Mourinho. Lo hemos observado cien veces, mil: si el ingenio no acelera las cosas, el poderío físico (no exento de talento) termina por decantarlas. El segundo gol de Cristiano fue la perfecta combinación de las características que definen al Real Madrid y lo hacen incomparable. Xabi sacó una falta y el cabezazo de Cristiano (cuellazo y frentazo) fue tan extraordinario como su salto, incontestable para Ramalho y para un guardia suizo.

Fue una lástima que algunos jugadores del Athletic reaccionaran violentamente a la evidencia de esa superioridad. Cuando tocaba elegancia en la derrota inevitable, San José arañó la cara de Cristiano y Toquero barrió a Albiol con serio riesgo para la integridad del defensa. Por citar dos casos, aunque hubo otros.

Tampoco una ruidosa parte del público supo estar a la altura de las circunstancias cuando Cristiano fue sustituido, y que San Mamés me perdone. Su partidazo merecía aplausos y su actitud también. Nunca un abucheo. Hablamos de una estrella que ha rebajado sus gestos más altivos y que se queja poco para lo que recibe. Jamás finge y eso también debería ser valorado. Del fútbol, qué decir. Su última perla fue una exquisita asistencia a Higuaín, que rajó a Iraizoz por las costuras que no se le abrieron a Diego López.

Ahí terminó el encuentro, aunque Callejón tuvo ocasiones para ampliar la goleada. Adiós, Catedral. Nunca son gozosas las despedidas, pero el Madrid, y especialmente Cristiano, cumplió con su parte del homenaje.