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REAL MADRID 4-ZARAGOZA 0

Una pegada que permite sestear

El Madrid despacha a un gran Zaragoza con dos goles en dos minutos para vivir de las rentas. Higuaín y Di María marcaron de rechace. Essien y Modric sentenciaron al final.

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Di María hizo el segundo gol del Real Madrid en la goleada al Zaragoza en el Santiago Bernabéu.
Di María hizo el segundo gol del Real Madrid en la goleada al Zaragoza en el Santiago Bernabéu.JAVIER GANDULDIARIO AS

El Madrid cumplió la papeleta con la ley del mínimo esfuerzo. Solventó la victoria 100 de Mou como madridista con su pegada mortal y se olvidó de agradar a su gente bajando los brazos sin sonrojarse. Pocas veces una victoria fue tan poco celebrada. Por mucho que el Borussia aceche y exija dosificarse. Dos zarpazos en dos minutos sirvieron para tumbar a un Zaragoza valiente cuyo único pecado fue obsesionarse con pasear su nueva y alegre imagen a costa de olvidar su mordiente en la retaguardia. Higuaín y Di María fueron dos goleadores que se beneficiaron de dos rechaces a quemarropa. El primero tras un córner de Modric que Albiol cabeceó con saña. Y el segundo tras la insistencia de Di María de derribar la portería a cañonazos. En ambas acciones Roberto lució una agilidad maravillosa. Y en ambas acciones la defensa hizo la estatua de manera decisiva. Los tantos definitivos de Essien y Modric, puro maquillaje a un mal partido, resumen la filosofía de este Madrid: mata cuando quiere.

Con el 2-0, al Madrid no le importó caminar y ser, por momentos, una marioneta para un gran Zaragoza. El ritmo de Özil se propagó. El equipo blanco vivió de las rentas y no le importó no dominar ni gustar. El relax propició el error. Y esa irregularidad desató el malestar general. En el campo y en la grada. Así, el Zaragoza se sintió cómodo y mereció mucho más que ser recordado por su propuesta. Si le faltó acierto en el último pase fue porque esa virtud cuesta lo que no tiene. Al menos, Montañés encaró a Ramos como otros pocos rivales se han atrevido. Postiga dio demasiada guerra pese a ser un islote. Sus laterales (en especial Abraham) dieron un recital de cómo defender y atacar son dos acciones complementarias. Y entre Apoño y Movilla acumularon más posesión que entre el resto de protagonistas. Es cierto que el Zaragoza disparó una sola vez con peligro en el primer tiempo (Postiga en el minuto 20) y no dio miedo, pero el problema para el Bernabéu fue que su equipo estaba desaprovechando una magnífica ocasión para la fiesta. Para demostrar que las distancias con el líder son pasajeras y, ya de paso, para hacer una conjura colectiva de que el cómo no sólo le importa al Barça.

El Madrid únicamente llegó en el primer tiempo por el amor propio de Cristiano. Y únicamente incordiaba con esa movilidad de Higuaín que tanto da a su equipo y tanto quita a sus rivales. El resto, cumplió. Sin más. Albiol demostró el poderío ya conocido en las alturas. Arbeloa, en su regreso, fue tan correcto en la izquierda como en la derecha. A Essien le costó demasiado mandar con el balón. Y Modric perdió más balones de los que debe. Con tan poco mando, el Zaragoza se fue al descanso con la misma sensación con la que regresó: no todo estaba perdido. Su mayor intensidad le podía ofrecer la oportunidad de reengancharse a lo que parecía perdido. Hizo méritos de sobra. Sólo faltó acierto y sobró Casillas.

El guión era repetitivo. Al Madrid le faltaba la coreografía del Zaragoza, y al Zaragoza la pólvora del Madrid. Por eso, las buenas intenciones mañas se quedaron sólo en eso. Víctor probó a Iker con una buena rosca que hizo desplegar las alas al portero. Montañés insistió desde fuera del área. Y más tarde, en el 63’, José Mari estrelló en el larguero un pelotazo tremendo que terminó por enfadar a Mourinho y por desesperar al Zaragoza. Confirmado: a esa hora el resultado era injusto. Mucho más cuando Postiga marcó un gol magistral a pase de Movilla que el árbitro anuló sin deber. Ése en el que Albiol quedó hecho trizas. O cuando Abraham coronó su exhibición con una galopada finalizada en el limbo. No hubo suerte.

El Madrid siguió caminando al no verse herido. Amenazó con un misil al larguero de Cristiano a balón parado para no enfadar al personal y ya a deshora, con muchos ya en el párking, redondeó la goleada. Essien aprovechó primero una contra liderada por Benzema y Modric, después, dio las gracias por otro despeje infantil de una defensa caritativa. 4-0. Tan real y repetitivo como desproporcionado. Porque el Madrid, no lo olviden, no necesita tocar, ni gustar, ni siquiera mandar. Únicamente le basta con desatar su pegada. Así es y así será.