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Zaragoza 1 - Granada 0

Aranda surge de la nada

Victoria mínima de los locales en un partido de bostezo de principio a fin y en el que sólo un chispazo de calidad de Aranda dio el triunfo a los maños.

Actualizado a
Aranda surge de la nada

Zaragoza y Granada jugaron un fútbol de difuntos en toda ley, una de esas noches de Copa que anuncian un largo invierno y en las que la única mística del torneo la componen las plegarias de la gente para que el partido se acabe y poder salir corriendo por el puente, con el disfraz al vuelo. El empate sin goles hubiera coronado la lógica inevitable de un partido de ritmo tan contenido que Romaric acabó por hacerlo suyo en fondo y forma: un pase del costamarfileño lo domó con el pecho Aranda, por delante de Mainz, para sacar un voleón de zurda que desequilibra la eliminatoria.

Con once por jugar, ese arrebato despertó a la escasa grada de la molicie. Durante casi toda la noche el juego había avanzado sobre una pulsación tan contenida que pareció no un partido de 180 minutos, sino otro de tres o cuatro días. Nadie parecía dispuesto a ningún exceso. Si acaso, la ocasional carrera impetuosa de Zuculini o las espátulas con las que Sapunaru le lijó los tobillos a Dani Benítez, cosa de darle la bienvenida en su regreso. Pero todo como en sordina, con aspecto y ritmo agosteño, salvo por la temperatura.

Sólo Víctor Rodríguez agitó un tanto el área de Roberto, que apenas tuvo que zambullirse un par de veces. Luego el muchacho ingresó en la grisalla general y se confundió con las sombras. Algo más de susto tuvo un remate que El Arabi encontró en el área pequeña y que la defensa rechazó a córner. Esto es por contar algo. En realidad todo el encuentro pareció una elipsis insustancial.

Cuando Brahimi se marchó lesionado, desapareció del campo el único jugador que había aportado algo de vistosidad y criterio al Granada. La soledad de sus intenciones quedó en evidencia casi siempre. Nadie del equipo de Anquela llegó al área con fundamento y Floro Flores pasó la noche descolgando geranios. Al otro lado, Aranda no pudo retener balones que permitieran agrupar el fútbol a su alrededor. Los dos jugaron en desventaja. Hasta cuando reclamaron faltas gruesas, Álvarez Izquierdo les pitó en ataque: el colegiado también debía preferir que la cosa no pasara del mediocampo.

Los encuentros así traen a menudo desenlaces insospechados. Postiga ya había salido, con ese porte inspirador que ha adquirido con los goles, cuando Aranda recogió el envío de Romaric y pasó la factura. Anquela metería a Ighalo de inmediato, pero el Zaragoza acabó el partido subido en el viento del gol y la espalda de Romaric, dando achuchones en el área contraria. Y con el triunfo asegurado en el bolsillo.