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Liga BBVA | Real Zaragoza 2 - Sevilla 1

Una bicicleta mata al Sevilla

El lujazo de Postiga en el 1-0 inspiró al Zaragoza. Sapunaru hizo el segundo. Medel recortó en un Sevilla fallón. Negredo y Baba erraron goles hechos

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<b>SEGUNDA VICTORIA CONSECUTIVA. </b>Sapunaru, el mejor sobre el campo, se lanza sobre la piña que festeja con Hélder Postiga el primer gol del Zaragoza.
SEGUNDA VICTORIA CONSECUTIVA. Sapunaru, el mejor sobre el campo, se lanza sobre la piña que festeja con Hélder Postiga el primer gol del Zaragoza.

El Real Zaragoza de los últimos tiempos es un equipo definible a través de sus extremos. No los posicionales, aunque Montañés y Víctor le han dado dirección vertical a sus bandas. Más bien por la mezcla de jugadores antónimos, que Manolo Jiménez encaja con naturalidad. Este partido, contra este rival, constituía para el Zaragoza un paso obligatorio hacia una cierta calma. Un salto de calidad, se dice. Y un abrigo para las visitas al Bernabéu y el Camp Nou. El Sevilla, que apareció en La Romareda con un ojo en la Champions, liebre obligatoria para el equipo de Míchel, cayó doblegado por una receta cambiante de goles suntuosos y resistencia de superviviente. Es lo que pasa cuando en el mismo equipo conviven la fogosidad de un Zuculini con el goleador de lujos inconstantes que es Hélder Postiga. El Sevilla vio convertidas sus equivocaciones en dos goles estupendos del Zaragoza, debidos a los errores de Medel y Botía tanto como a la nostálgica clase de Postiga y el músculo estratégico de Sapunaru.

La ecuación entre errores y aciertos acostumbra a definir el marcador, pero no siempre explica el partido. A pesar de que le costó manejar la pelota a través de Movilla y Apoño, el Zaragoza jugó con entusiasmo cuando la tuvo, sobre todo por fuera, e hizo un ejercicio táctico notable. Siempre encontró a jugadores dispuestos a la energía solidaria y a puntuar alto en aspectos sustanciales. Montañés acabó ganándole a Cicinho en las dos direcciones, como el infranqueable Sapunaru a Manu del Moral; Abraham contuvo a Navas y entre Loovens y Álvaro limitaron a Negredo a jugadas intermedias, más de descarga que de remate. Ahora bien, Zuculini representa mejor que nadie las asimetrías del Zaragoza: el argentino es un campeón del esfuerzo, un jugador con aspecto caótico, al que Jiménez le ha encontrado una veta de rigor táctico insospechada.

Estrategia. Eso sí, el partido pudo tomar otra dirección. El Sevilla instauró como gobernador a Rakitic y mandó a Cicinho a explorar la banda. El bastón de mando no le duró gran cosa y enseguida se produjo, después de que Palop rechazara un par de disparos de Apoño y Víctor, un anticipo claro del destino. Movilla perdió el balón en una salida y dejó a Negredo solo frente a Roberto: el indeciso remate del ariete trazó una desganada diagonal afuera. Cuando Medel incurrió después en una equivocación similar, Zuculini cortó de cabeza y Postiga escapó hacia una jugada de antología: primero el autopase que descartó a Botía, luego la bicicleta frente a Palop. Y el gol.

Justo antes del intermedio vino el segundo, cocinado en la alquimia estratégica de Jiménez y ejecutado por Sapunaru, futbolista para todas las estaciones: Botía perdió el salto y el rumano cabeceó al ángulo. Golpeado el Sevilla, Míchel tuvo que repensar a su equipo. Prescindió del estatismo de Maduro para agitar la banda con Perotti y adelantar a Del Moral, sospechoso de insustancialidad toda la mañana. Luego animó también la vía directa con Fazio, una advertencia aérea. El Sevilla intentaba alargar su perfil, pero le costaba terminar, lo que le ocurre con frecuencia. Navas siguió cruzando pelotas huérfanas de precisión o de rematador. Y Negredo decidió taconear una en lugar de meterla dentro. Algo raro.

Baba también riñó con el gol: tuvo dos cristalinas frente a Roberto y falló las dos por rematar mal y tarde. La primera (justo después de que el Sevilla pidiera una mano de Loovens) derivó en el rechace que Medel voleó para, tras tocar en el holandés, entrar en la red. Con 20 minutos, el choque se ladeó hacia el pugilismo táctico y la resistencia. Jiménez rescató a Romaric y José Mari para apretar el cinturón en el medio, aunque el africano se desplazó con su pesadez habitual. El Zaragoza hacía más restas que sumas, pero escenificó sus últimas amenazas: Montañés le enseñó su dorsal a Cicinho y Víctor fingió un penalti. Cuando Baba extravió el segundo mano a mano, quedaban diez y el alargue. El Zaragoza aguantó. El Sevilla caía, atropellado por aquella bicicleta. Adquirida por costumbre la virtud de la supervivencia, el equipo aragonés capitalizó su ventaja hasta hacerla constar como victoria.

Otro triunfo por la mañana

Al Zaragoza le va bien el horario de mediodía: el año pasado ganó sus tres partidos en el horario dominical de las 12:00, contra el Espanyol en Cornellà y frente al Villarreal y el Atlético en La Romareda. Ayer, el Sevilla también se vio superado por el equipo aragonés por la mañana.