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Liga BBVA | Real Madrid 2 - Celta 0

Una tarde en la oficina

Victoria del Madrid en un partido sin sofocos y sin héroes. La zurda de Higuaín encarriló el triunfo. El Celta tocó bien, pero le costó mucho llegar a portería

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<b>ALEGRÍA. </b>Higuaín recibe la felicitación de sus compañeros, con Kaká a la cabeza, tras haber marcado el gol que abría el marcador ante el Celta.
ALEGRÍA. Higuaín recibe la felicitación de sus compañeros, con Kaká a la cabeza, tras haber marcado el gol que abría el marcador ante el Celta.

Pocas cosas animan tanto una conversación como un mal partido de fútbol. Al calor del aburrimiento futbolero se suceden las disquisiciones más diversas, interrumpidas de tanto en cuanto por un respingo y exclamaciones del tipo "¡qué bien se la ha puesto!" o "¡cómo quiere que se las pongan!". Acto seguido, y sin dejar de observar el juego (cuesta apagar las televisiones encendidas), el espectador regresa al debate sobre el sistema parlamentario escocés o la independencia de Carlota Casiraghi.

Decía Valdano (con perdón) que al tercer bostezo siempre marca Alemania, y el Madrid parece haber heredado esa fiabilidad germánica. Muchas de sus victorias no precisan del fútbol para consumarse, igual que los conquistadores nocturnos no necesitan bailar para capturar a su presa; la salsa queda para los malos cocineros.

Las características de los goles nos dicen mucho de lo que fue el encuentro. El primer tanto lo consiguió Higuaín sin pretenderlo y el segundo lo marcó Cristiano gracias a un penalti regalado por Cabral, que tiró al monte. El relleno fue un bizcocho sin levadura. Nada hay tan contagioso como el mal fútbol. Lo saben los practicantes asiduos y los ocasionales. Bastan dos tuercebotas o un par de tipos con sueño para arruinar un cesto de buenos propósitos.

Sobre el gol de Higuaín se hablará bastante. En su mente no estaba disparar a puerta, pero quién sabe cuáles eran las intenciones de su pierna izquierda. Para los diestros, sus propias extremidades zurdas resultan indescifrables, y son muchos los que han conseguido sus mejores goles por arrebatos de sus zurdas descontroladas. En tales situaciones, lo más recomendable es llevarse la mentira a la tumba o admitir la carambola de inmediato. Mourinho, en visible pedorreta, optó por la segunda opción.

El Celta espabiló al contacto con el agua fría. Les ocurre a muchos equipos: estar empatado en el Bernabéu provoca una tensión insoportable, como si detrás de cada puerta amenazara un asesino en serie. El susto pasa cuando se encaja el primer gol y regresa cuando se recibe el cuarto.

Mientras los celestes probaban a combinar (y combinaban), Cristiano Ronaldo se empeñaba en hacer apología de su tarde obtusa. Su exuberancia natural le lleva a tropezar de un modo exuberante. Ayer taconeó sin gracia, chocó con los defensas y equivocó la mayor parte de sus decisiones. Sin embargo, al igual que su equipo, su efectividad no necesita música. En un día plomizo, Cristiano marcó un gol que pudieron ser tres o cuatro, de haber cabeceado como suele.

Cruel. Al Madrid se le hizo el partido largo y al Celta el campo. Mourinho sustituyó a Kaká en el descanso y Herrera pecó de la misma impaciencia al relevar a Iago Aspas, el más afilado de sus futbolistas. Casillas fue todavía más cruel: dio esperanzas al Celta para luego cercenarlas con una parada soberbia.

Ningún experimento terminó con heridos: Essien cumplió como lateral izquierdo con vocación ofensiva y Modric sumó minutos, aunque continúa con leche de iniciación. El resumen es que el público se marchó contento, aunque lo de Carlota no vaya a terminar bien.