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Barcelona 2 - Real Madrid 2 | La contracrónica desde el lado azulgrana

Empataron a todo

En la noche en la que se esperaban gritos, el grito más alto ha sido el del gol. Cuatro goles, hermosos, bien elaborados, físicamente impecables, durante un partido cuyo final fue modélico, con los jugadores celebrando el grito del fútbol.

Juan Cruz
Actualizado a
Empataron a todo

Dominar para vivir. El fútbol es dominio, pero a veces es también ocasión, puntería. Los dos jugadores más importantes del mundo de esta última década quisieron poner sobre el césped sus valores, lo mejor que hace cada uno en un terreno de juego. El Barcelona alternó el dominio, pero rindió sus armas demasiadas veces, hasta que llegó el grito acordado por el graderío, a los 17 minutos y 14 segundos, por el año 1714, vital en la historia catalana. Fue un grito y una bandera, la estelada, pero el fútbol siguió su curso natural. Y en ese tránsito entre la ambición política y la realidad del campo, éste asistió a una jugada típica de Cristiano Ronaldo: él está donde tiene que estar, en el filo exacto de lo imposible. Y por ahí dejó él helado al estadio tres minutos después de que se hubiera roto el aire con la expresión de los 17.14.

Helar el resultado. El Madrid, con Cristiano pletórico, mostrando su detallito en el pelo y siendo celebrado por ello, dejó que Messi hiciera sus incursiones en la tercera fase. Su gol fue otro ejercicio de malabarismo y de sangre fría. No se sabe qué haría este chico ante un abismo, pero si actúa como jugó ese balón ante el mejor portero del mundo puede deducirse que nada va a inquietarle y actuará como lo hizo anoche. Paró en seco el balón, él mismo se paró en seco e hizo que Casillas viviera un segundo de desconcierto. Se heló el resultado, y ya el Barça no abandonó el juego. Valdano dijo en Carrusel que el equipo azulgrana mereció el gol después de haberlo marcado, y que el Madrid lo había merecido antes de marcarlo. Es una definición precisa. Lo que no esperaba nadie es que el Madrid se dejara ir después del empate. Y así pasó.

Barça-Madrid. Demasiado ruido acerca de un partido de fútbol. Pero eso es inevitable. El fútbol es parte de la vida y por tanto no puede desprenderse tan fácilmente de la política, hasta un cierto punto, claro. Relaño explicó en el mismo programa de radio que más que un Cataluña-España, que no lo era en absoluto, fue un Messi-Cristiano Ronaldo, de tanta intensidad y nobleza que los futbolistas tendrían que haber salido a saludar en el centro del campo, a celebrar la propia felicidad de haber jugado un partido como este. Y así fue, en cierto modo; al final del encuentro todos se saludaron y todos se sonrieron, aunque en el campo se hubieran puesto las piernas por delante de las ideas. Fue un Barça-Madrid importante, inquietante y sereno a la vez, al que le sobraron algunas versiones alocadas que escuché al final del partido, dichas para desmerecer el fútbol y para sacar a pasear la temible manía de hacer que los árbitros sean más importantes que el juego.

El prólogo. Vi a Artur Mas mirando, muy complaciente, el espectáculo de la grada. Al mismo tiempo, la cámara enfocó a Messi, que miraba hacia el mismo lugar (y hacia las mismas banderas) que el presidente de la Generalitat. En el prólogo del partido (en el largo prólogo de este Barça-Madrid) se deslizó la idea de que este encuentro iba a ser una lucha entre la grada y el campo. Nada más lejos de la realidad. Fue un triunfo del campo sobre la grada, y en cierto modo también el triunfo de un graderío sensato (excepto esos gritos contra el madridista Pepe, que realmente sobraron en el encuentro) encantado de ver un partido como este. Así que el empate no debe molestar, porque los equipos y el público empataron a todo. El de anoche fue un encuentro de mucha proteína, no hubo ni grasa ni descanso; eran deportistas convencidos de que jugar al fútbol es de las cosas más importantes que pueden hacerse mientras otros miran.