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Liga BBVA | Barcelona 2 - Real Madrid 2

Homenaje al fútbol

Barcelona y Real Madrid empataron un duelo épico, sin tregua. Dobletes de Cristiano y Messi. Los mejores jugadores coincidieron en el mejor partido.

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<b>LESIÓN POR UNA CHILENA. </b>Cristiano sufrió un percance en el hombro izquierdo tras esta espectacular chilena en el minuto 64. El portugués voló delante de Adriano pero no pudo impactar con el balón y cayó lastimándose la articulación. Siguió jugando, intentando mantener inmovilizado el brazo izquierdo pegándolo al tronco pese al dolor y hasta marcó el 2-2 en esas condiciones.
LESIÓN POR UNA CHILENA. Cristiano sufrió un percance en el hombro izquierdo tras esta espectacular chilena en el minuto 64. El portugués voló delante de Adriano pero no pudo impactar con el balón y cayó lastimándose la articulación. Siguió jugando, intentando mantener inmovilizado el brazo izquierdo pegándolo al tronco pese al dolor y hasta marcó el 2-2 en esas condiciones.

Coincidir con dos de los mejores futbolistas de la historia es un privilegio para los aficionados al fútbol y asegura una interminable fuente de relatos con la que entretener a nietos y otros jovencitos atrevidos. Asistir a su duelo permanente es un placer que ayer se multiplicó por mil al pelear ambos cara a cara. Messi y Cristiano lucharon anoche sin intermediarios ni kilómetros de distancia. Su conocido combate por el trono del fútbol encontró acomodo en mitad de un Clásico. Veinte de los mejores jugadores del planeta acabaron subidos a su grupa, pendientes y dependientes de ellos. Si el espectáculo terminó por ser grandioso, es porque Cristiano y Messi se apoderaron del partido y, en mitad de una batalla colosal, se respondieron cada afrenta en la oreja del otro y al oído del mundo.

Es muy raro que suceda algo así. Lo normal es que cuando brille un genio se apague el otro. Sin embargo, el empate significa en este caso un equilibrio absoluto que se extiende desde ellos a sus respectivos equipos, si bien el Madrid proseguirá la carrera con ocho puntos de desventaja. No es tanto, si pensamos en Cristiano, pero resulta un océano si tenemos en consideración a Messi. Disfrutaremos, eso es lo único seguro.

En colaboración con esos genios, lo de ayer no tuvo desperdicio. Ninguno. Para empezar, sorpresa. Vilanova apostaba por Adriano como compañero de Mascherano, jugadores con rima. A falta de centrales con carnet, el técnico optaba por futbolistas rápidos, capaces de aguantar una carrera a los galgos del Madrid. Song es otra canción, valga la redundancia. La impresión no fue buena, por carecer de antecedentes. La sensación que nos dejó la maniobra es que Tito hubiera alineado a Romerito de tenerlo en el banquillo. No fue para tanto, según comprobamos después. Los centrales por accidente cumplieron con aseo y sin fallos reseñables. La taquicardia la reflejarán las montañas del pulsómetro.

El Madrid, por su parte, salió con el mismo equipo que venció en el Camp Nou la pasada temporada, con la excepción de Coentrao, que está definitivamente castigado sin postre. Al observar la discretísima primera parte de Özil pensamos que la alineación de Mourinho era ligeramente supersticiosa; volvimos a equivocarnos. El alemán turquesa se redimió en la segunda mitad como no se veía desde la reinserción de El Lute.

Presión. Los primeros minutos fueron de un tanteo con redoble. El Barça tocaba, pero lo hacía en el estrecho espacio que le dejaba el Madrid, apenas una acera con árboles y papeleras. Fuera de allí había tiburones hambrientos y pirañas tobilleras, el último lugar donde querrías pasar las vacaciones.

El desarrollo inicial del juego nos reveló, una vez más, los diferentes tiempos de cada cual. El Madrid ataca con un cronómetro en la mano y el Barcelona se mueve en periodos geológicos; ni minutos, ni años, ni siquiera siglos. Mientras los madridistas parecen perseguidos en cada contragolpe por una bocina imaginaria, los culés no sienten más amenaza a sus triangulaciones que la próxima glaciación. Nos encontramos, una vez más, con dos opuestos que forman parte de la misma hoja, dos caras de la virtud: velocidad y pausa, atrevimiento y prudencia.

Sin embargo, a los doce minutos comprobamos que el sistema del Madrid le deja a la misma distancia de la santidad que el del Barça, pero le acerca más al gol. Sucedió así: Benzema se escabulló de los defensas y remató en posición de ventaja un envío desde la derecha. El problema es que remató rematadamente mal. Como si estuviera celebrando el gol antes de golpear. A veces ocurre.

Muy poco después, Sergio Ramos cabeceó junto al palo un córner lanzado por Özil y el pánico se apoderó de la parte del Camp Nou que no practicaba el aerobic nacionalista. Y fue un pánico plenamente justificado. En apenas 20 minutos, el Barça académico se sentía zarandeado en sus íntimos principios. Subido a ese viento marcó Cristiano, en una infrecuente combinación madridista en la frontal del área de Valdés. El zurdazo final, aunque durísimo, entró por el palo que debe defender el portero.

El Barcelona se quedó medio groggy y Benzema tuvo la oportunidad de tumbarlo. Lo hubiera logrado de aprovechar una de esas ocasiones que sirven para clasificar delanteros: asesinos o piadosos, killers u homicidas educados. Señalaremos la segunda opción. Con todo para marcar y con la portería desplegada como un atlas, que diría Serrat, el francés disparó contra un poste y no sólo le perdonó la vida al Barça, sino también la goleada, el ciclo y la virtud.

Rescate. Todo se conjuraba en contra del dueño del campo. Para culminar los achaques defensivos, Alves caía lesionado y, con una montaña por subir, entraba el chico Montoya. Suerte para el Barça que Messi existe. En las peores condiciones anímicas y de juego, el argentino logró un gol sin conexión con la música que sonaba, una especie de posdata en la carta del Madrid.

El gol fue una concatenación de circunstancias extrañas. Falló Pepe, que midió mal el salto, como si le apretara un gigante en lugar de Xavi, y la pelota suelta en las barbas de Casillas fue recogida por Messi, que igual juega de centrocampista creador que de nueve oportunista.

El efecto del empate fue determinante para ambos equipos. El Barcelona se sintió rescatado por una fuerza sobrenatural (Messi) y el Real Madrid se vio angustiado por los viejos recuerdos, como si el gato que se empeña en cocinar tuviera más de siete vidas.

Es curioso el deporte. Aunque nos gusta cantar la perfección de los cuerpos, la actividad física tiene una absoluta dependencia de la mente, hasta el punto de que no hay campeón que no sea capaz de doblar cucharillas con su determinación. De modo que el Barcelona aparentó ser, por vez primera y durante algunos minutos, más fuerte que el Madrid, incluso más atlético y musculado. Con esa sensación se terminó la primera parte.

De vuelta del descanso, se aceleró el partido. El cansancio y el sudor son aliados de la anarquía y del espectáculo, y las líneas trazadas en la pizarra por los entrenadores se borran aunque las repasen en el vestuario.

A los 30 segundos del regreso, Özil reclamó penalti y lo pareció. Mascherano metió la pierna malévolamente y después negó que aquella extremidad fuera suya. Lo hizo con tal convicción que el árbitro lo creyó cierto. En la respuesta del Barcelona, Iniesta se internó en terreno enemigo y rodó por la hierba al encuentro con Pepe. También pareció penalti, pisotón del madridista, pero Delgado Ferreiro es hombre crédulo y bienintencionado, de los que permiten que los alumnos se pongan la nota de acuerdo con su conciencia y su honestidad personal. Es decir, diez para todos.

Messi adelantó al Barcelona con un lanzamiento de falta muy similar al que clavó a Iker en el Bernabéu, en la vuelta de la Supercopa. Es injusto debatir si el portero pudo hacer más, porque su condena llegó cuando el balón superó la barrera.

Genialidad. No pasaron más de cinco minutos antes de que empatara el Madrid. La jugada, enredada en origen, se clarificó en cuanto la pelota llegó a los pies de Özil. El zurdo enigmático prolongó hacia Cristiano sin levantar la vista y tal vez por eso tenga los párpados caídos, porque ya lo ha visto todo y no necesita subir más las persianas. Por cierto, la definición de Cristiano le señala como el delantero más letal y más completo de cuantos existen, con permiso de su gemelo argentino.

Lo que siguió fue un lamento por la prórroga que no podía ser. Higuaín sacó humo de los guantes de Valdés, Cristiano se mantuvo en pie con el hombro herido y el Barcelona se aproximó con más peligro que en toda la noche, rotas las líneas de ambos ejércitos y maltrechas las fuerzas. Si hubiera tenido el contragolpe del Madrid, habría ganado el encuentro, sin ninguna duda.

En ese último arreón, un disparo del joven Montoya se estrelló contra el travesaño e hizo levantarse al estadio entero, esta vez sin cartulinas. La cuestión es que ayer no podía marcar un futbolista que no fuera Messi o Cristiano. Cuando los dioses del fútbol organizan fiesta se reservan el derecho de admisión.