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Grupo C | España 1 - Italia 1

Empate entre dos grandes

El juego de Italia sorprendió a una España que está todavía en rodaje. Cesc Fàbregas igualó tras el gol de Di Natale. Fernando Torres tuvo el triunfo en sus botas.

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Empate entre dos grandes

No descarten que nos volvamos a encontrar con Italia en la final de la Eurocopa. Nuestros caminos seguirán ahora rutas diferentes, pero será a partir de un empate que no desmerece a nadie, al contrario. Si en nuestro país queda un sabor amargo es porque, tan ansiosos de alegrías, no esperábamos ni el empate ni tan escasa diferencia. Subestimamos a Italia en la misma medida que imaginamos una España arrolladora, cosa que nunca hemos sido. Nuestro título mundial se construyó cultivando algunas de las características que ayer provocaron no pocas desesperaciones. Toque y paciencia. Paciencia y toque. Acompañar al balón hasta la portería contraria, por si se siente solo. Así somos. Para España, y más aún sin Villa, fabricar un gol es como hacer fuego con dos ramas secas. Lleva su tiempo.

Tampoco jugamos ayer contra Suiza, Honduras o Chile, dicho sea con todos los respetos. Enfrente estaba Italia, tetracampeona del mundo, inventora de todos los atajos que se pueden trazar sobre un campo de fútbol. Un rival motivado por nuestra gloria y por su propio escándalo, un equipo susceptible en estado de vendetta. Italia, para entendernos.

Sobre la marcha descubrimos sus colmillos y apreciamos su evolución. Lo hicimos mientras tomábamos tierra en el torneo, cortos de preparación y con mil ajustes pendientes. No nos engañemos: ayer retomamos un libro que llevábamos dos años sin tocar, el de la competición verdadera. Ni Villar Trophy ni amables clasificaciones por la Europa profunda. Italia en puntas. No es malo el empate.

Punta. Completados los alegatos, el debate que nos conducirá hasta el partido contra Irlanda será táctico: jugar con nueve o sin él. Hay quienes consideran que salir con Cesc como falso ariete nos impidió obtener un mejor resultado, marcar antes (aunque marcó él). Hasta diría que son mayoría los que piensan así.

Pero quién lo sabe. Del Bosque jugó a llenar de humo el espacio que ocupaban los tres centrales italianos. Y la buena idea funcionó a medias. Quizá porque los defensas italianos son fumadores o tal vez por nuestro exceso de retórica y falta de remate. No obstante, no se puede medir el peligro de España por los tiros a puerta, sino por las llegadas al área, y hasta en la primera parte (nuestra peor mitad) llegamos bastante. Aunque ignoro si Buffon lo notó.

La novedad es que también nos alcanzaron, y en su caso, sin retórica alguna. Superado el minuto 45, Thiago Motta cabeceó casi a quemarropa y Casillas desvió la bala como quien espanta un tábano. Sus reflejos siguen siendo la última barrera antes de recurrir a la suerte. Con Iker no gastamos vidas, sólo infartos.

La Selección entró más concentrada tras el descanso. No en vano tenía 45 minutos de experiencia y el argumento del libro comenzaba a parecernos familiar. El grupo se conjuró, los laterales se abrieron y Xavi se activó, pero nadie como Iniesta colaboró tanto en el rescate. Su figura se eleva sobre el resto de bajitos y los forzudos rivales. No teme a nadie, ni le asusta la superpoblación del área enemiga. Sin nueve (y sin Messi) su talento es la ganzúa.

Después de los mejores minutos de España, Italia nos recordó que su fama de zampaniños está ganada a pulso. Pirlo quebró un par de caderas con un cambio de ritmo (aún tiene uno por partido) y asistió al desmarque de Di Natale, que es un delantero profundamente napolitano. Gol italiano y otro debut cuesta arriba.

Aunque no tanto. Después de tres minutos, el cielo nos premió la insistencia. El empate brotó de una jugada del manual del tiqui-taca, combinación sobre el precipicio. Iniesta planteó el problema y Silva despejó la incógnita. Cesc, por último, falso nueve, hizo el empate del nueve verdadero.

Banda. Del Bosque dio entrada a Navas por Silva y algunos le reprochamos entonces su primera decisión: la aportación del sevillista sí debe acompañarse, obligatoriamente, de un delantero centro. Sólo cuando Torres sustituyó a Cesc el dibujo adquirió sentido.

Los defensores de jugar con un nueve se llenaron de razón en cuanto Torres tuvo la primera ocasión, balón en profundidad y carrera el galope. Su oportunidad fue un calco de la que le sirvió para marcar el gol que nos dio la Euro 2008. La diferencia es que esta vez quiso regatear al portero. Como si no hubiera visto bastantes veces el gol de su vida.

Los detractores de Torres coparon el protagonismo cuando El Niño resolvió una contra en ventaja con una vaselina por encima del larguero. Navas todavía le pide la pelota. Y es fácil que lo siga haciendo durante varios días. Torres, pese a todo, estuvo participativo y ofreció una alternativa diferente, aunque por afinar. Y un buen tema de debate.

Créanme, no es nada malo el empate. Al contrario. Servirá para preparar la final contra Italia.