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Final de la Champions | La intrahistoria

Chelsea de sangre azul

Abramovich, Ovrebo y unos cuantos más mediante, ya tiene su Copa de Europa, primera que reposará en Londres, donde empezó todo. Ondeó la bandera de España por iniciativa de Torres y pasearon la Copa Drogba y su ángel de la guarda.

Luis Nieto
Actualizado a
Chelsea de sangre azul

Londres ya tiene Copa. Al fútbol (o a los que lo dirigen, para ser exactos) nunca le gustó que dinero que no es del negocio irrumpa en su reserva natural. Porque aquí se defiende que la grandeza es para quien la trabaja, creando ilusión y clientela, y no para quien la extrae de los pozos de petróleo. No veo, pues, a Platini celebrando el triunfo del Chelsea, equipo ya de sangre azul, a juego con su camiseta. Y por fin Londres tiene una Copa de Europa.

Drogba y su ángel. Los entrenadores deberían dictar órdenes de alejamiento del área propia a sus delanteros. Drogba, ariete brutal envasado en el cuerpo de un decatleta, hizo un penalti en las semifinales y otro anoche. Y ni Barça ni Bayern los convirtieron. Eso y su tanto número 157 con el Chelsea, el más importante y probablemente el último, le conceden perdón y gloria eternos. Su ángel de la guarda apareció en los postres de su carrera.

Once metros malditos. Llamarle pena máxima a un penalti debió ocurrírsele a Robben. Tuvo la Bundesliga en sus manos y se la entregó al Borussia Dortmund errando ante Weidenfeller. Tuvo la Champions a tiro y Cech le cazó. Para él todas las desdichas miden once metros.

Las fiestas, fuera de casa. A los entrenadores no les gusta jugar una final en casa porque creen que para su equipo el partido pierde un punto de solemnidad, de sorpresa, de excepcionalidad. Mismo vestuario, mismo césped, mismas porterías, público casi idéntico. Demasiada rutina para una ocasión única. Y más presión que para el adversario. Lo ocurrido en el Allianz Arena, cruce de platillo volante y camaleón luminoso, refuerza la teoría de que estas fiestas, como los terremotos, es mejor que te pillen fuera de casa.

Felicísimo Proença. A los 40 segundos grabó Cole sus tacos en el tobillo de Kroos. En el primer minuto tenía una tarjeta Schweinsteiger. Aquella marejada no tuvo continuidad y fue una final sin riesgo para Proença, aquel portugués que anduvo en lenguas para pitar en la semifinal Madrid-Barça del curso pasado y que se cayó cuando Guardiola dijo que su designación haría "felicísimo" a Mou. El felicísimo (con Stark y De Bleckeere) fue luego Guardiola.

Recluta Bertrand. Ryan Bertrand, lateral zurdo de 22 años, debutó en la Champions disputando la final. Había jugado hasta anoche sólo siete partidos de Premier y cuatro de Copa, pero Di Matteo recurrió a él para interrumpir el eje Lahm-Robben. Fue un recluta en Waterloo y se ganó una medalla al valor. Con distintivo marrón.

La bandera de Torres. El fútbol siempre ofrece revancha. La del Atlético, después de aquel drama en dos actos de Heysel acaecido hace 38 años, seguirá esperando. Hoeness, Breitner o Beckenbauer siguen en el Bayern o en sus alrededores y aquel gol de Schwarzenbeck, en la memoria colectiva. Esa Supercopa hubiera dado para dos tardes en Neptuno. Habrá que consolarse con la bandera española que Torres paseó entre el desconsuelo alemán.

Eterno Breitner. Exestrellas del Bayern y del resto del mundo hicieron de teloneros de los finalistas en el antiguo estadio Olímpico de la ciudad, antigua casa del equipo bávaro. Jugaron 70 minutos y allí estuvo Paul Breitner, camino de los 61 años, reforzando al Bayern. Donde no llegan las fuerzas siguen llegando las ganas.