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Liga BBVA | Rayo 0 - Real Madrid 1

Taconazo de tres puntos

Cristiano liquidó con una obra de arte a un Rayo que mereció más. Armenteros falló un gol cantado con el tiempo cumplido. Casillas, la otra figura.

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<b>LA PARADA DEL PARTIDO. </b>Casillas realizó esta espectacular parada para desviar un trallazo a la escuadra de Casado en el minuto 74. El partido iba 0-1.
LA PARADA DEL PARTIDO. Casillas realizó esta espectacular parada para desviar un trallazo a la escuadra de Casado en el minuto 74. El partido iba 0-1.

El Rayo escribió la novela y el Real Madrid se llevó los puntos. El Rayito acumuló ocasiones bastantes para asegurarse el empate y soñar con algo más. El todopoderoso Real Madrid utilizó primero el comodín de Cristiano. Y el de Casillas después. Para tumbar a un equipo con dos talentos semejantes hay que marcar tres goles. Para asegurarse el resultado, ayer también habría que haber tumbado al árbitro. Y el Rayo no gastó pólvora de ningún tipo. A cambio, esta semana le saldrán unos poemas de amor desgarradores.

Hay quien sugiere que la proliferación de exatléticos en la plantilla del Rayo (hasta seis) prolongó en Vallecas el maleficio de los otros derbis. Pero la explicación es perversa. Armenteros falló en el minuto 90 un gol cantado y su única relación con el caso es nominal: el Sevilla Atlético. Antes fue Michu quien mandó al limbo lo que debió enviarle al cielo. Y él no conocía el rojo hasta colocarse la diagonal del Rayo. Tampoco Piti. Su remate, por cierto, merece un artículo en la revista Science. No es posible que un disparo que se estrella en la cara interior de un poste redondo salga despedido hacia la calle Payaso Fofó. O el palo es repelente. O lo son sus pies.

Y llegamos al árbitro. Su actuación fue torturadora. Para el mundo y para él. Sobre cada error edificó uno nuevo. Pasó de no tener criterio a variarlo constantemente. Confundió Vallecas con Transilvania y utilizó las tarjetas como si fueran ajos. El balance de tan curiosa enajenación es que el Rayo salió más ajado del Madrid.

Diremos en su leve descargo que el día no era fácil. Pepe tenía la tarde maléfica y Diego Costa decidió batirse en duelo goyesco con Sergio Ramos. Campillo, protagonista del saque de honor y campeón virtual del semipesado, debió disfrutar con el combate, si es que no quedó sobrecogido. Volaron codos, patadas, arañazos y todo tipo de pellizcos glandulares. Aunque los tres merecieron ducha anticipada, la sensación es que Ramos debió ser el primero en ser expulsado, al detener con el codo el avance del ardoroso delantero (minuto 19). Sobre esa roja y el consiguiente penalti se dibuja un partido hacia ninguna parte.

Tamaño. Las medidas del campo condicionaron las otras batallas. De hecho, durante muchos minutos, no hubo más estrategia que sobrevivir. El mediocampo, estrecha franja, era un terreno minado donde resultaba imposible establecerse. Al contragolpe visitante le faltaban metros. Al empuje del Rayo sólo le sobraba el Madrid.

Como el encuentro se jugaba en una mesa de billar, el gol sólo podía llegar de taco. Más que un tiro, lo de Cristiano fue un golpeo sigiloso y reversible en dirección a la tronera. Chut de espaldas, el gol que todos sueñan y que tan poco se repite en el fútbol profesional (más en el pachanguero). Y en ningún caso desde la media distancia. El colmo de la chulería en calzón corto. Decimos taconazo (taquito en Argentina, backheel en Inglaterra, calcanhar en Brasil) aunque deberíamos llamarlo talonazo, mejor todavía: Aquilesazo.

El primer mérito del genio fue imaginarlo y el siguiente, mucho mayor, ejecutarlo con la potencia exigida y la dirección adecuada. A eso llegan muy pocos. La evidencia es que Cristiano es una versión completísima del futbolista del futuro, el jugador 2.0, el iPlayer: músculos en las pestañas, retrovisor incorporado y empeines de doble cara. Pronto con wifi.

El balón embocó entre un bosque piernas y pasmos. Incluido el de Joel. El estupendo portero rayista (cedido por el Atlético, ay) paró todo lo que le vino de frente. Para eso se prepara uno. No para un retrochut con briznas de fuego. Eso no es de derecho, pensará él. Y tiene toda la razón. Concretamente, es de revés.