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Liga BBVA | Real Sociedad 0 - Real Madrid 1

Faena de aliño en Anoeta

Higuaín marcó a los ocho minutos y la Real no tuvo contestación. Sistema conservador de Montanier. Griezmann activó a los locales, pero tarde.

Actualizado a
Faena de aliño en Anoeta

Ni fue el Madrid de últimamente ni la Real de tiempo atrás. Los partidos salen malos sin razones aparentes, como esos bizcochos que no levantan el vuelo por potente que sea el horno. Ni Anoeta, ni el césped tupido, ni la noche de San Narciso. La impresión final es que sucedió lo esperado del modo más insípido posible. La última sensación es que ellos se olvidaron del fútbol y nosotros nos excedimos con las palomitas.

El alivio del Madrid va en los puntos y bien que los celebró, consciente de su importancia. Para la Real, en cambio, no hay consuelo, porque no fue ella, sino una ensoñación de su entrenador.

Desde ese punto de vista, la primera parte resultó especialmente desconcertante. Incluso cuando iba perdiendo, la Real jugaba como si tuviera el marcador a favor, el mundo a favor, algo a favor: una línea de cinco defensas, cuatro mediocampistas con absoluta mentalidad defensiva y el mexicano Vela como único delantero, transfigurado en el Chencho de la película de José Isbert. Alcanzar la portería de Casillas en esas condiciones, ni siquiera les hablo de la utopía del gol, era tan improbable como encontrar oro en el Manzanares (el río).

En realidad, el sistema planteado por Montanier sólo servía para conservar un marcador desfavorable, siempre y cuando no importara lo desfavorable del marcador. La Real estaba replegada, pero dejaba muchos metros a la espalda de su defensa, concesión mortal ante el Madrid. Además, no presionaba la circulación, sino que aguardaba a un robo improbable que, de producirse, le dejaba a varios kilómetros al norte de Casillas.

Dominio.

Para el Madrid la goleada parecía sólo una cuestión de tiempo y estadística. El dominio le aseguraba el balón y el balón los pases. En este sentido, el gol fue una definición de cuanto ocurría. Sucedió a los ocho minutos. Coentrao adivinó el desmarque de Higuaín y envió un balón a su encuentro, tan preciso que hubiera sacado matrícula en aquellos problemas de la infancia, el tren que parte de Irún y que se cruza con el coche que salió de Albacete. Pues en ese punto indeterminado, Bar El Cruce, remató Higuaín: picadito y fiesta criolla.

Que fuera Coentrao el asistente nos quiso decir algo. Primero, que es buen futbolista, lateral zurdo antes que nada. Luego indicó una variación en los suministros habituales. Özil, relevo de Kaká, no pegó ni ese pase ni otros. Se movía por el campo sin que supiéramos si tenía morriña o sueño. Tampoco asistió Di María, aunque no le faltaron ganas. El hecho es que el Madrid jugó sin la velocidad de otras veces, más previsible y, probablemente, más aburrido.

La única interferencia era de carácter físico y hacía saltar chispas. Leña, para entendernos. De tanto en cuanto, alguien dejaba un recado y otro lo contestaba. El fuego arreció en la segunda mitad y el partido se descontroló tanto que la Real Sociedad se sintió liberada y el Madrid confuso. También influyó la entrada de Griezmann, excluido del híbrido inicial de Montanier.

Pero ya no era fútbol, sólo pelea machuna, ardor guerrero. El relleno de un mal bizcocho que nunca levantó el vuelo.