La Real tira de historia ante el gran Madrid

Hay pocos equipos tan discretos como la Real Sociedad, y tómese la discreción como virtud relacionada con la prudencia y la sensatez. La Real no sobreactúa. Bajó a Segunda sin melodramas y después de tres años regresó a Primera sin festejar más de lo preciso. Ahora, a un punto del descenso, tampoco participa de la tragedia que representan otros. El equipo sólo ha sumado un punto de los últimos quince, pero conserva la calma, y tómese también esta palabra como virtuosa.

Los dos títulos logrados en 1981 y 1982 no provocaron delirios de grandeza, tampoco el subcampeonato de 2003. La Real es consciente de su realidad, de su elegante humildad, y diremos que sólo se permite una gran excepción: la visita del Real Madrid.

Cada vez que el gran rival de hace 30 años aparece por el túnel, la orgullosa grandeza resurge porque los 30 años se borran. De ahí el igualadísimo balance que presentan las batallas de ambos en Anoeta (lean la siguiente página). Y de ahí que, pese al abismo que separa a los equipos en liza, sigamos esperando un encuentro disputado, con más historia que la que dicten los primeros 45 minutos.

Ya sabrán a lo que me refiero. El Madrid viaja en modo ahorro y eso significa que, cumplida la goleada en poco más de media hora, dedica las segundas partes a hacer estiramientos. El equipo ha alcanzado su cima desde la llegada de Mourinho y la particularidad es que lo ha logrado sin uno solo de los refuerzos veraniegos.

Más difícil aún: el Madrid se permite una alternancia de delanteros en racha que no le cambia la fisonomía. Hoy le tocará a Higuaín y nadie se inquieta por ello, ni siquiera Benzema. La duda es si el renacido Kaká tendrá descanso en beneficio de Özil. En la parte del entrenamiento abierto a la prensa, Mou pareció jugar al despiste al lucir a Higuaín y Özil con petos suplentes.

Hazaña.

Para la Real queda la valentía de haber reservado en el último partido a Xabi Prieto (talento sublime) y Agirretxe (cuatro goles). Eso demuestra la trascendencia que Montanier concede al partido, al efecto que tendría un buen resultado sobre la moral de la tropa. Infinito y más allá.