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Liga BBVA | Osasuna 1 - Real Madrid 0

Colgado del clavo ardiendo

El Madrid tiró media Liga en Pamplona. Camuñas premió el sudor de Osasuna. Özil no fue suficiente y Xabi salió tarde. Discreto debut de Adebayor.

Luis Nieto
Actualizado a
<b>FALTÓ EL FLEQUILLO.</b> Benzema rozó el gol cuando sólo habían transcurrido once minutos. Di María culminó un contragolpe poniendo con la derecha un balón en el corazón del área al que el francés no llegó por milímetros. Damiá mandó la pelota a córner.
FALTÓ EL FLEQUILLO. Benzema rozó el gol cuando sólo habían transcurrido once minutos. Di María culminó un contragolpe poniendo con la derecha un balón en el corazón del área al que el francés no llegó por milímetros. Damiá mandó la pelota a córner.

Se desploma Cristiano y se desploma la esperanza de vida del Madrid en esta Liga. Por ahí cabía intuir el final más pesimista de esta película, cuya emoción resulta difícilmente sostenible. El portugués, en su condición de todopoderoso, disimulaba lo que separa a Madrid y Barça, pero esta persecución ha acabado resultando demasiado trabajo incluso para él.

El Madrid cuelga de nuevo del clavo ardiendo, estado inmediatamente anterior a la entrega de las armas, tras quedar boca arriba en el Reyno de Navarra, campo minado, donde el equipo de Mourinho percutió sin inteligencia ni fortuna contra un Osasuna entregado y solidario, siempre muy abrigado por su público (19 de sus 21 puntos los sumó en casa). Hubo sudor y también lágrimas. El Madrid ha llegado hasta aquí con el principio de que quien resiste gana, pero le han abandonado las fuerzas y ahora ya no ve la rueda del Barcelona, desde anoche a siete puntos. Será difícil que no arroje la toalla persiguiendo al que, desbocado, ya no asoma en el horizonte.

Los pilares que le han mantenido en la pelea se han venido abajo. Cristiano se ha parado a tomar aire, porque lo necesitaba, y eso ha puesto al equipo en situación de máximo riesgo. El Madrid, sin él a toda máquina, ha perdido su capacidad nuclear, decisiva cuando no se puede ganar la batalla de manera convencional. Hasta Navidad, no había partido sin media docena de ocasiones preparadas o culminadas por el portugués. Cada pelota en sus pies era un alboroto. Ahora no se mueve con ese aire de superhéroe, despilfarra situaciones de ventaja, como ayer, cuando se dejó atrás una pelota, hecho insólito desde su llegada, y eso tiene consecuencias: el Madrid no pasaba de un gol por partido en sus últimos cuatro compromisos. Lo de quedarse en blanco en Pamplona llegó con preaviso.

Di María flaquea.

El portugués sólo pareció un arma de destrucción masiva durante diez minutos de la segunda mitad. Entonces sí se puso al Madrid por montera y se arrancó en largo, desde donde parece imparable, y dispuesto a resolver, pero no tuvo puntería ni insistencia. Y como su actitud está libre de sospecha, cabe deducir que su físico no es tan indestructible como indica su silueta.

También flaquea el impacto Di María, que vació el cargador en la primera parte del curso y ahora anda sin piernas. Su desborde y su generosidad se ven menos que sus problemas con el primer control. Por ese corredor que descuidó frente a Nelson y Camuñas llegó casi todo el peligro de Osasuna. No sacó provecho a su banda y se marchó después de una hora de desatinos, producto de su atracón de maratones.

Y, finalmente, resulta dramático un simple catarro de Xabi Alonso, que dejó desnortado al equipo durante una hora. El primer pase de la transición y ese juego en largo que ensancha y estira el campo para el Madrid está lejos del alcance de Lass y Khedira. Media hora se le hizo corta para evitar la catástrofe, aunque el equipo fue otro, más amplio y dominante con él. El Madrid necesita fotocopiarle en el mercado de verano.

A cambio, Özil ya no se bate en retirada en partidos a la bayoneta calada y Benzema se afirma en remate y compromiso. Dos buenas noticias que no recapitalizan suficientemente al equipo. El alemán estuvo finísimo en la dirección pero no sonaron violines en sus proximidades. Con todo, fue lo mejor del Madrid, incluso en el epílogo del partido, cuando meter un balón al área del acorazado Osasuna exigía precisión de cirujano. El francés, en cambio, empezó bien, con un recorte y un túnel de arte mayor, pero acabó contagiándose de la depresión general. Estorbó lo que se presumía un cabezazo definitivo de Cristiano (en balón empaquetado como un regalo por Özil desde la derecha) y quemó el último cartucho de su equipo con una volea sin sentido. No es un boina verde y tampoco se esfuerza demasiado en parecerlo.

Mourinho, ahora hombre con dos nueves, tampoco tuvo demasiada cintura. Decidió el multicambio (los tres permitidos de golpe, 120 millones arrojados contra Ricardo) sin puntualidad, con el marcador en contra, sin iniciativa táctica. Retiró a un central de oficio, Albiol, por otro de urgencia, Khedira, y el equipo se protegió peor. Por definición, un defensa siempre defenderá mejor. Aún lo está celebrando Aranda, que hizo de su veteranía virtud insuperable. También metió a Kaká, al que volver le está costando un mundo, cuando quizá Pedro León le hubiera dado un ala muy útil ante un equipo amurallado. Y se estrenó Adebayor, recluta lanzado sin compasión tras la línea enemiga. Ya sabe que correrá cuesta arriba cuatro meses en el Madrid. Seguro que él esperaba otro partido y otro día para su puesta de blanco. Conviene evitarle un juicio rápido.

Soberbio Ricardo.

Con todo, el Madrid mereció al menos el empate, por su insistencia, por empapar la camiseta, por oportunidades y por el arrimón final. Pero Ricardo, camino de los 40, tuvo otra tarde de gloria: le sacó un zurdazo a quemarropa a Benzema y se agrandó ante Cristiano en un mano a mano al filo del descanso, momento crítico para recibir un gol, y en un disparo potente y sin colocación al final. El resto lo regaló el Madrid sin llamar a su puerta.

Pero Osasuna fue más que un gran portero y un gran espíritu, libre durante hora y media de reproches y pintadas. Estuvieron de punta en blanco sus centrales, Sergio y Flaño, bien ayudados por Puñal y Soriano, peones con sabiduría. Tuvo sentido todo lo que hizo desde la izquierda Camuñas, pesadilla de Sergio Ramos, y se recompuso siempre en ataque gracias a Aranda. El ex canterano del Madrid dio el gol, regaló otro a Vadocz que sacó Arbeloa con Casillas rendido a su suerte y aguantó la pelota arriba en los últimos minutos. Fue la reserva de oxígeno de su equipo hasta el final. Estuvo muy por encima de Pandiani, al que le llovió un magnífico envío de Camuñas y metió mal la cabeza, secreto de su éxito en el pasado. Pero entre todos le hicieron antipático el partido al Madrid y reservaron fuerzas para el ejercicio de resistencia final.

El Madrid se refugia en la aritmética, en que haya una segunda edición de aquella gloriosa verbena de Capello, pero en la intimidad no encuentra dónde se dejará ocho puntos el Barça. El cuerpo no le da para esta carrera de fondo y pinta que se pasa a los sprints cortos con apariencia de consuelo: Copa y Champions.