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Liga de Campeones | MILAN 2 - REAL MADRID 2

El Madrid de Mou tampoco sabe ganar en Milán

Primorosa primera parte del Madrid, que se adelantó con un gol de Higuaín. Inzaghi y el árbitro pusieron al equipo de Mourinho al borde de la derrota, que evitó Pedro León en el tiempo añadido.

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<b>AL FINAL.</b> Un gol de Pedro León en el tiempo añadido dio el empate al Madrid y la clasificación para octavos de final.
AL FINAL. Un gol de Pedro León en el tiempo añadido dio el empate al Madrid y la clasificación para octavos de final.AFP

El análisis que debería efectuarse de las visitas del Real Madrid a San Siro trasciende de lo futbolístico y debería realizarlo un experto en fenómenos paranormales. Porque no se entiende su empeño en no ganar allí. Las maldiciones se acumulan en ese estadio y en cada visita suma alguna nueva. Esta vez completó una primera parte primorosa, quizá sus mejores minutos del curso, pero cometió el error de no trasladar al marcador la enorme distancia que hubo entre los dos conjuntos. No es exagerado decir que el juego del Madrid en el primer tiempo mereció más de un gol, y quizá más de dos. Pero los tantos no se merecen, se marcan. Ni el Madrid ni Mourinho debieron permitirse no ganar el partido, porque le lección de juego que ofreció el equipo en el primer tiempo fue maravillosa.

Una la lección que fue gratis y muy bella. Un ejercicio de fútbol interpretado de forma hermosa y que disfrutaron los aficionados que acudieron a San Siro, cuyo paladar hacía tiempo que no degustaba una exhibición de esta altura. La pena para ellos es que la orquesta que interpretó esta sinfonía fue el Real Madrid, un equipo que durante medio partido estuvo a la altura del desafío histórico que suponía acudir a la guarida de quien tanto daño le ha hecho durante toda su vida. Porque visitar al Milan supone afrontar un duelo que va más allá del césped. Es fútbol, pero es mucho más. Es historia, pasado, es comparar las dimensiones de dos enormes salas de trofeos y es, sobre todo, una cuestión de orgullo. Y de esto último sabe mucho el Milan, porque quizá es lo único que le liga todavía a su glorioso pasado. La superioridad que ejerció el Madrid, que ya está clasificado para octavos, sobre el Milan en el Bernabéu fue una caricia comparada con la bofetada de fútbol que le dio en San Siro.

El choque dejó varias sensaciones que conviene apuntar. La primera es que lo mejor del Madrid está aún por llegar, y quizá lo haga esta misma temporada, y que el declive del decrépito Milan está lejos de ver su final. Baste decir que su cerebro, el hombre que debe dirigir el tráfico, Pirlo, utilizó más su cabeza para achicar balones que para pensar. Es un conjunto desquiciado, pésimamente construido, sin nada de fútbol, al que le falta calidad y le sobran malas artes. En su caída corre el riesgo de arrastrar a un talento tan grande como Pato, que debería huir pronto y alejarse de la perniciosa influencia de hombres como Ronaldinho o Gattuso, que con su fiel escudero Boateng se cansó de dejar su tarjeta de visita en las piernas de cuantos madridistas se cruzaron en su camino. Mientras, el inepto Howard Webb, el mismo que arbitró la final del Mundial, silbaba y miraba hacia otro lado. La segunda conclusión que puede extraer el Madrid es que no puede permitir que un equipo tan inferior como el Milan le dé la vuelta al marcador, más allá de la irresponsable actuación del árbitro. Aprender de este error es una obligación.

Ni el Madrid ni Mourinho supieron manejar el choque en la segunda parte. El equipo dio por primera vez síntomas de agotamiento físico y desapareció. Por su errores de interpretación del choque, pero también por la perniciosa influencia que ejerció Howard Webb, el inepto árbitro que regaló una actuación tan nefasta como en la final de Mundial. Debió expulsar a Inzaghi al poco de salir, por golpear a Xabi Alonso por la espalda sin el balón en juego, y debió anular por fuera de juego el segundo tanto del Milan, convertido, como el primero, por el propio Inzaghi. A esas alturas, el gol de Higuaín parecía logrado en otro partido, quizá en otra vida. Pero en una suerte de justicia poética, si es que algo así existe, apareció Pedro León en el tiempo añadido para empatar y evitar que la primera derrota de Mourinho como entrenador del Real Madrid llegara precisamente en Milán.

No hubiera sido justo ni bueno para el fútbol, porque el Milan fue un equipo que no existió hasta la salida de Inzaghi, un delantero que ha construido su carrera viviendo en fuera de juego y al que no se le conoce más comida que el gol. Porque Inzaghi no es un futbolista, es un goleador, ese tipo de hombres que viven ajenos a lo que sucede lejos de las áreas. Parecen ausentes hasta que huelen la pelota de cerca. Entonces se transforman ellos y son capaces de crear un escenario nuevo, como sucedió esta vez.

Sustituyó al orondo Ronaldinho en el minuto 59 y 20 después el Milan ya mandaba en el marcador. Inzaghi aprovecha como nadie los errores ajenos. Primero sacó provecho de uno de Casillas, que no supo atrapar un envío de Ibrahimovic y dejó que el balón llegara hasta la cabeza de Inzaghi. Después agradeció el error del árbitro al no señalar fuera de juego y batió a Iker tras recibir el balón de Gattuso.

Con todo perdido de forma inexplicable, Mourinho, que había tardado una enormidad en refrescar al equipo, repitió una maniobra táctica parecida a la que ejecutó contra el Hércules. Retiró a Pepe y dio entrada a Pedro León. El movimiento de piezas volvió a salirle bien. Era justo.