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Liga BBVA | Real Madrid 2 - Valencia 0

Gran Madrid, gran emoción

Los de Pellegrini hicieron en la primera parte su mejor fútbol del año. Higuaín y Cristiano, goleadores. El Valencia se estiró en la segunda mitad.

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Gran Madrid, gran emoción

Llevamos una temporada, y quizá más, señalando como principal valor del Real Madrid su capacidad para sobreponerse a las dificultades. Incluso hemos desarrollado una teoría sobre esa personalidad de niño prodigio que encuentra inspiración en los problemas y tedio en lo cotidiano. Por eso no debería habernos sorprendido que el equipo reaccionara en esta encrucijada y que lo hiciera con buen fútbol. Pero nos sorprendió. Cuando se esperaba otra prueba torturante, otro examen al límite de las fuerzas, el Madrid completó el mejor partido de la temporada. Es posible que no le faltara sistema, sino abismo.

La primera mitad concentró lo mejor del anfitrión. Desde el posado inicial se advirtió en varios jugadores una sonrisa que nos inquietó por la falta de costumbre. Al rato comprobamos que por allí había jugadores felices, ya fuera por el empate del Barça o por el nivel de los pantanos. El caso es que aquella satisfacción se reflejó en el juego. A excepción de Guti, al que cuesta navegar con viento favorable, el resto del equipo se acomodó al partido y disfrutó de él.

El Valencia, entretanto, sorprendía por desapasionado. Cada vez que le tocaba responder al asedio lo hacía con una frialdad de androide, como si en lugar de motivos el equipo estuviera relleno de cables. Tampoco se distinguía rabia en sus contras, ni fuego en su presión, ni el ánimo general se correspondía con la importancia del evento.

Esa actitud del adversario favoreció la finísima dirección de Xabi y Gago. Esta vez la circulación tuvo sentido porque desembocó en los extremos, por donde se aplicaban Marcelo y Cristiano. La permanencia de este último en la banda derecha fue la primera y refrescante novedad. Durante media hora Cristiano libró batallas de extremo de las que salió casi siempre ganador. Por no hablar de la anchura que gana el Madrid al abrir de ese modo el campo. No seré yo quien pretenda coartar la libertad del genio, pero no hay dibujo más sensato que con Cristiano de siete.

Rápido.

El primer gol confirmó las sensaciones, aunque se desconectara de las virtudes colectivas y se ciñera a las virtudes de Higuaín. Cuando todos esperaban un control de espaldas, el delantero dejó rodar un pase de Guti y corrió tras él como un conejo. En ese giro quebró a la defensa del Valencia y en el remate posterior demostró que todo se aprende, incluso el gol. También entendimos que se puede ser rápido pensando rápido.

El Madrid hizo méritos para el segundo y el tercero, y al visitante le bastó con tenerse en pie para rondar el primero en dos ocasiones clarísimas. En un caso fue Casillas quien repelió un cabezazo de Alexis y en el otro fue Mata quien se puso a consultar el manual del asesino en boca de gol.

El Valencia que saltó al césped en la segunda mitad ya no era el mismo. Aparentemente no había más cambio que la incorporación de Joaquín por Pablo, pero algo debió suceder allí dentro porque los robots ya sangraban.

Después de una internada de Marcelo que interceptó César, Villa probó desde lejos con un tiro que pareció un picotazo de serpiente. Y entonces el Valencia entero dio dos pasos hacia adelante.

Con el partido roto, Pellegrini advirtió el peligro y dio entrada a Lass por Gago. Lo siguiente fue un zurdazo de Silva a la escuadra; no fue poco, para ser lo único. Si el Bernabéu no cayó presa del miedo fue por falta de tiempo. En su enésima incursión, Marcelo centró hacia atrás y encontró a Cristiano, que marcó por bajo. Su forma de celebrarlo nos dejó claro que en cada gol se quita un peso de encima. Y es su deseo por cumplir lo que le hace pecar de ansioso.

Ya lo ven. Cuando esto acaba, empieza a jugar el Madrid. Ignoro si es tarde, pero será bonito.