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copa del rey | atlético 1 - celta 1

Frenazo en seco a la ola de cariño

El resultado, malo a priori, es una buena noticia para el Atlético porque el Celta mereció mucha mejor suerte en el Calderón. El equipo de Eusebio, con un trato exquisito al balón, desnudó las habituales carencias de un Atlético que empezó perdiendo, empató por medio de Tiago y fue zarandeado en una segunda parte en la que De Gea salvó un marcador decoroso y que mantiene vivo a un equipo indultado por un rival que pudo dar un serio golpe de efecto a la eliminatoria.

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<strong>PENOSO ATLÉTICO.</strong>
PENOSO ATLÉTICO.

Llegaba el Atlético a la Copa montado en lo que Quique había llamado una ola de cariño, la respuesta de la afición a tres victorias seguidas tras la debacle en la ida ante el Recreativo. La respuesta a tres triunfos y doce goles en apenas diez días, incluido un partido histérico para voltear al propio Recre y un triunfo algo fraudulento, si se miran con lupa los méritos deportivos, ante el Sporting. Llegaba en fin sonriente, con las semifinales de Copa a tiro de eliminar a un Segunda, con ganas de estirar la euforia y dar la razón a aquellos que dicen que el fútbol es un juego en el que, cuando todo lo demás deja de contar, cuenta la cabeza, la psicología, los hados de la inercia.

Llegaba así el Atlético y terminó en el puro esperpento, salvado por De Gea de una inesperada (pero no insospechable) debacle, limitado a despejar balones y achicar agua cerca de su área. Bailado, acomplejado y desnudado por un Celta que impuso el peso de su camiseta, que huele a Primera, y el estilo de Eusebio Sacristán, que huele a Masía y a 'cruyffismo'. Con un descarado 4-3-3, una ética exquisita de toque y movimientos y un aroma elegante y determinado, el Celta fue mejor durante todo el partido. Mereció ganar, sí, pero es que incluso mereció cerrar la eliminatoria.

En el otro bando, el Atlético fue el atasco en hora punta de siempre, el sainete en defensa y el vacío en la medular de siempre, la desesperación tragicómica de demasiados partidos. Quique apostó por Pernía, que pagó su inactividad con un naufragio en banda por el que hizo sangre el Celta. Su inseguridad pronto contagió a todos, excepto a De Gea. Es fácil, claro, contagiar a un Perea que sigue sin distinguir a los rivales, que hace épica en cada control y en cada pase sencillo y que aún así, con todos sus errores, sacó un par de balones de gol en el área pequeña durante el asedio de la segunda parte.

Por delante jugó Tiago, que dejó un gol y un par de detalles en la descongestión y en el posicionamiento, pero que no sostuvo a un centro del campo del que se borraron Jurado y Simao y en el que no tuvo peso, una vez más, Raúl García. Reyes fue demasiado tacaño en los detalles y todo pareció fiado al tremendo Agüero. El 'Kun', con espíritu de trabajador autónomo, fue el único que puso algo de tino cuando entró en contacto con el balón, pocas veces y casi todas autogestionadas tras bajar al centro del campo en su busca. Su actuación, por lo demás, se limitó a ver desesperado como sus compañeros enviaban melones que nunca llegaban ni a sus dominios ni a los de Forlán, que entró en el segundo tiempo para partir definitivamente el dibujo de un Atlético ninguneado.

Tiago responde, el Celta perdona

El partido tuvo varias fases. Un arranque vibrante, con alternativas, llegadas y ritmo kamikaze, valiente el Celta y en carne viva, para bien y para mal, el Atlético. En tres minutos el Celta forzó un penalti de Raúl García que no vio el árbitro y se adelantó en una jugada exquisita en la que Trashorrras definió un toque genial de espuela de Aspas. El Atleti empató poco después con un cabezazo de manual de Tiago, que con muy poco demostró que será insustituible en este necesitado Atlético. Eran minutos de batalla y fútbol, de esencia copera, de campo largo y defensas valientes. Minutos en los que se intuyó y pronto se corroboró que el Celta no sólo no tenía complejos sino que tenía un plan y una vía de escape, fútbol y alternativas. Convicción. Todo, en definitiva, lo que no tiene este Atlético que se deshace ante cualquier adversidad, que vive zarandeado por ráfagas de viento, algunas a favor, muchas tozudamente en contra.

Hacia el descanso el ritmo y la precisión cayeron y hubo minutos de limbo, de esos en los que el Atlético, sin apenas argumentos, saca petróleo de las apariciones descollantes de sus delanteros. No hubo tales esta vez. Sí llegaron los primeros silbidos y las primeras dudas. Defensa de gelatina, centro del campo de papel, delantera en otra dimensión, desconectada. Nada cambió tras el descanso, ni con Forlán ni sin él, ni con Camacho ni sin él.

Si acaso lo que cambió fue que se multiplicó la grandeza del Celta mientras el Atlético caía casi en picado hacia lo deplorable, hacia la nada. El equipo de Eusebio dominó, tocó, jugó al fútbol, creó ocasiones, forzó un par de paradas enormes de De Gea, defendió atacando, atacó con criterio, apocó y borró del mapa a un Atlético que apenas se estiró en un tiro lejano de Forlán. El pitido final, y seguramente ese dato define el partido, alivió al Atlético y frenó al Celta, que se movió a ritmo de puro fútbol y a lomos de Trashorras, Aspas, balo o Botelho. Que mereció ganar y seguramente poner más de un pie en semifinales. Pero empató y dejó vivo a un Atlético muy pequeño que tendrá que invertir en Balaídos todo, absolutamente todo, para intentar ser de una vez por todas grande.