Cristiano es blanco por fuera y por dentro. Por fuera porque engrandece la camiseta del Madrid y se engrandece con ella. Por dentro, porque sus fibras musculares son de ese color: las correspondientes a los deportistas que han nacido con el don de la velocidad, de la explosividad, con la capacidad de moverse muy rápido y muy coordinadamente. Son fibras de contracción rápida, las de un felino.

Las fibras rojas, por contra, son aquellas que poseen predominantemente los fondistas, los hombres de esfuerzos de largo aliento. Resistentes, pero poco eléctricos. Sus músculos se contraen más lentamente, pero aguantan esfuerzos muy prolongados.

Para entendernos: Cristiano tiene el mismo tipo de músculo que su amigo Usain Bolt, el plusmarquista mundial de los 100 y 200 metros, el que tienen los atletas negros de velocidad. Con esas fibras se nace y ellas determinan invariablemente el rumbo deportivo de una persona. Pero esa base se perfecciona con el entrenamiento, con la mejora técnica, con la inteligencia. El luso tiene los movimientos de un sprinter y a mí me gustaría verle correr a tope una prueba de 60 metros, por ejemplo. Presenciando sus arrancadas, me lo imagino como un vendaval del atletismo en pista cubierta. Para correr 100 metros competitivamente tendría que someterse ya a un entrenamiento más específico, de resistencia a la velocidad, para aguantar los últimos metros.

Estructura.

Su musculatura es la de un velocista. Fuertes bíceps femorales, cuádriceps, abdominales, lumbares... Un cuerpo perfectamente diseñado para correr rápido. Y su zancada, cuando se desmarca sin balón, es la de un genio de la velocidad: amplia, con las rodillas altas, la pierna de atrás extendida, con toques livianos en el suelo, que parece acariciar, más que golpear.

Cristiano Ronaldo es muy potente, pero es muy elegante, como lo son o han sido los mejores velocistas de la historia: Asafa Powell, Carl Lewis y, por supuesto, Usain Bolt. Reyes de los movimientos rápidos.