Mitad de oro, mitad de barro

Liga de Campeones | Milán 1 - Real Madrid 1

Mitad de oro, mitad de barro

Mitad de oro, mitad de barro

Brillante primera parte del Madrid con gol de Benzema. Ronaldinho empató con un penalti dudoso. La segunda mitad enfangó el partido.

Si lo visto en la primera parte hubiera ocurrido en la segunda, si quien se encarga nos permitiera ese simple cambio de piezas, ahora estaríamos todavía con las camisas desgarradas gritando qué bonito es el fútbol y qué grande es el Madrid. Pero me temo que no será posible la permuta. De modo que toca recuperar la emoción antes de que se nos cruzara el mercancías, el tren del cansancio, la palpitación que sigue al triple salto mortal con tirabuzón de peluquería.

Lo aseguro: en ese primer tramo del partido el Madrid lo hizo todo bien, como nunca. Le honra, y miro a Pellegrini, que eligiera semejante estadio para atender a cada una de nuestras quejas y plantear, sucesivamente, soluciones: porque anoche hubo bandas y desdobles, desmarques y apoyos, Kaká se lució entre líneas, los laterales se manejaron sensatamente y nadie se tropezó con nadie. Lo vimos, luego existe.

Confirmamos también que Marcelo es relevante como centrocampista por la izquierda, cubierto por Arbeloa, que Lass se eleva hasta el infinito por delante de Xabi y que Benzema se libera sin Raúl, quizá porque lo siente como la figura del padre castrador; por algo los cerebros se retuercen como un laberinto. Descubrimos, igualmente, que este equipo será de citas ilustres y de grandes aventuras, como la de ayer en San Siro.

Hay que tirar de enciclopedia para recordar una salida tan imponente o un Madrid tan avasallador. Para empezar, el equipo se desplegó ocupando cada metro. Después se movió y presionó al unísono, lo que equivale a hacer volar el Jumbo, a tomar altura, a comprobar cómo las personas se hacen hormigas y desaparecen luego. Así o parecido se encogió el Milán, al que llamarlo viejo resulta de una vulgaridad irritante. Ya verán el viejo. Ya lo vieron ayer.

El caso: siete tiros a puerta en catorce minutos, ocasiones claras de Benzema, asedio sólo interrumpido por un contragolpe que, eso sí, olió a azufre. Y el gol. Disparo de Kaká que toca en Thiago Silva y el gelatinoso Dida que no consigue atrapar la pelota. Benzema sí, con seguridad, sin Raúl.

El Milán sacó petróleo de su arrebato de orgullo. Zambrotta buscó el área y Pepe interceptó el balón con una parte indeterminada de su anatomía, entre el costillar y codo. El árbitro, sin dudarlo, señaló penalti. Y Ronaldinho empató.

Arrebato.

Lo que siguió fue un desenfreno, un delirio, el Madrid de anoche contra el Milán de antes, crecidos todos, retumbando el estadio y Lass con fuerzas para acallar a los 80.000 cantores, a domicilio incluso. En semejante frenesí, Pato marcó y el árbitro anuló la jugada, por mano o por falta, por algo. Quizá por el penalti anterior.

Deseamos sinceramente que aquello no hubiera terminado nunca, pero tampoco ocurrió. Sucedió que el descanso lo desbarató todo. Marcelo dejó la banda y Kaká se inclinó hacia ella. El Madrid perdió el sitio y el aliento. Hubo más patadas, enredos y pasamos de Higuaín-Benzema a Raúl-Van Nistelrooy. Y pudo marcar el capitán, conste también. Pero insisto en el primer recuerdo, en aquel Madrid. Lo vimos, luego debe existir.