Vértigo compartido

Liga Adelante | Las Palmas 0 - Hércules 0

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carlos díaz-recio

Unión Deportiva y Hércules purgan su falta de gol

Brega contra calidad. Pequeños detalles y rivales pegajosos en un campo irregular. La Segunda División trae partidos como éste. Al Gran Canaria ya no le sorprenden porque está curado de espanto, de compromisos cargados de tensión pero con gestos minúsculos, casi imperceptibles. El empate entre Las Palmas y Hércules es un resultado lógico después de noventa minutos insulsos. No hubo aplausos, sólo sudor desde el primer instante. Muchos kilómetros y ni siquiera un reconocimiento, así son los empates a cero, asquean.

Lastrado por tres derrotas consecutivas, ausencias notables e incomodidades varias de color verde, Sergio Kresic varió el sistema desde el inicio. Se olvidó del segundo delantero, dejó aislado a Márquez y proveyó la zona ancha de más efectivos, se suponía que también de más talento. Sin embargo, la aritmética del técnico balcánico no cuajó. Los balones aéreos desde el sector defensivo, ora de Assmann, ora de los centrales, anularon desde el primer momento las aspiraciones estéticas de un compromiso que tenía cierto cartel.

El Hércules, alentado por su barniz de líder de la categoría, con un poco de control y otro de paciencia salió indemne de las escaramuzas iniciales, e incluso opositó a adelantarse en el marcador. Sendoa, en el ecuador del primer acto, no estuvo afortunado en la zona decisiva y encontró a Assmann por todos lados. Eso, tristemente, en esencia fue lo mejor antes de marcharnos al intermedio.

Los silbidos furtivos de la grada en el descanso eran una advertencia. También un síntoma. El proyecto se tambalea por falta de cimientos. El juego lejos de enamorar, disgusta. Y de tropezón en tropezón, las ilusiones renacidas de esta temporada han quedado ocultas bajo un manto de incertidumbre. Aún se espera por Josico, Diego León y Guayre, se añora a David González.

El corrillo en el centro del campo de los amarillos cuando el árbitro señaló el descanso delataba la situación. Poca precisión, nula gestión en la zona media y campo abierto posibilitando las sutilezas de Farinós, las diabluras de Sendoa y la pegada de Danciulescu.

Precisamente fue el rumano quien alteró el ritmo nervioso del personal. Tras una serie de rechaces en el área local, el nueve mandó el cabezazo a la escuadra. No hubiera sido injusto el gol forastero. Poco después, con Rondón ya sobre el césped y la grada ardiendo con el nuevo ídolo, todo pareció cambiar. Se desdibujaron las tácticas y el venezolano pudo marcar pero le cegaron los focos cuando estaba en óptima posición. Márquez también la tuvo, pero la pelota tampoco pudo entrar, aunque si lo hubiera hecho, nadie hubiera hablado de merecimientos, de sudor o de lucha.