"El fútbol me apasiona: soy un loco de todo esto"

Ramon Planes (capítulo 1)

"El fútbol me apasiona: soy un loco de todo esto"

"El fútbol me apasiona: soy un loco de todo esto"

Criado entre balones y ambiente de vestuario, Ramon Planes (Lleida, 5-11-1967) trabaja con discreción en el despacho de la dirección deportiva. Por primera vez desde que accedió al cargo explica en un periódico su vida y sus inicios, que AS desglosará en tres interesantes capítulos.

¿Cómo comenzó su relación con el fútbol?

Uy, de muy pequeño. Cuando cumplí diez años, mi padre, lamentablemente, falleció. Hasta ese momento, siempre había estado cerca de él, yendo a los campos y respirando todo el ambiente de los vestuarios. Me encantaba esa sensación que denotaban los futbolistas. Era increíble. También asistía con mi tío, que fue con el que acabé de formarme en ese sentido. Los vestuarios son templos sagrados en el que el calor del agua de las duchas, los comentarios previos, el olor a Reflex,

que me encanta, todo hizo que me apasionara el fútbol desde bien pequeño.

¿Pero le daba a la bola?

Sí, claro. Era interior zurdo y me movía bien. Al menos eso sentía yo.

Pues zurdos no hay muchos.

Cierto, pero me daba un poco de miedo meter la pierna: era frío en ese sentido. Pese a todo, pasé por todas las categorías del Lleida, desde Alevín hasta Juvenil. Disfruté muchísimo.

¿Siempre en su casa?

Bueno, hubo un año que la cosa cambió. Siendo cadete nos tuvimos que mudar a Manresa. Mi madre era maestra y la trasladaron al Bages. Pude seguir jugando al fútbol, puesto que el Lleida me cedió al Gimàstic Manresa, donde también aprendí cosas. Allí también había nivel. Ese mismo año, Pep Guardiola comenzaba a sonar en los despachos: hablaban de que había un Alevín con mucha clase y que prometía muchísimo.

No se equivocaron.

Exacto.

¿Después regresó a Lleida?

Sí, claro, aunque pude no hacerlo.

¿Y eso?

El Barça me convocó a hacer una prueba, puesto tenían un convenio entre los dos clubes.

¡Anda!

Sí, pero no me presenté. Querían a los tres mejores de cada equipo y me incluyeron. Pero siempre tuve muy claro que no llegaría, que no estaba hecho para ser futbolista de elite. Me partieron dos veces la nariz, me hicieron daño muchas veces y, al final, todo aquello comenzaba a aburrirme. La pasión no me faltaba, pero estaba dispuesto a verlo todo desde otro lado: soy un loco del fútbol, es mi vida.

¿Y se retiró?

Me pasé al fútbol sala y comencé a jugar con el Ciutat de Lleida. Llegué a jugar contra Paulo Roberto, el mejor del mundo. Fue una buena época, sin duda. Además, con 20 años, me saqué el carnet de entrenador.

¿Ahí arranca todo?

¿Y todo lo que les he contado, qué?

Cierto, cierto.

Comencé con el fútbol base del Lleida. Allí, por ejemplo, estuve unos cinco años trabajando con Jofre Mateu. Era un buen zurdo, un extremo diferente que se movía muy bien y que acabó en el Barça, para después enrolarse en varios equipos, como el Espanyol.

¿Estudiaba?

Sí, claro. Eso no podía dejarlo. Acabé el bachillerato e hice una especie de módulo, antes de comenzar a trabajar en Logic Control.

¿Qué hacía allí?

Era ayudante del programador, pero en mi cabeza sólo había una cosa: el fútbol.

¿Apoyaba a algún equipo?

Siempre tuve mucha predilección por Uruguay. Tenía muchísima amistad con Ricardo Ruétalo, originario de ese país y me aficioné al Nacional de Montevideo.

¿Sabe que ahora lo tratarían de freak?

Pues si les cuento lo que hice.

Todo oídos.

En dos días, un mes de agosto, viajé dos veces a Valencia desde Lleida para verles jugar en el Trofeo Naranja; la primera la hice solo, la segunda, en compañía de Ricardo Ruétalo. Nos hicimos populares en Uruguay, puesto que un periodista me había visto los dos días. Nos hicieron un reportaje en El País de Montevideo.

Qué cosas.

Sí, no se lo imagina. Un tiempo después, cuando Joan Ramon Puigsolsona era el segundo entrenador de Mané en el Lleida, le dije que me había llegado el momento de dar un salto y me fui un mes a Uruguay a pasar mis vacaciones y a ver todo el fútbol posible. Quedé muy feliz, sin duda, me hice muy pronto con la ciudad, que ahora conozco como la palma de mi mano.

¿Qué recuerda de allí?

El frío que hacía.

Algo más, ¿no?

Sí, claro. Era la primera vez que cruzaba el charco y me empapé de partidos. Vi hasta donde llegué. Hice informes y los pasé al Lleida.

¿Y sacó provecho el Lleida?

Sí, a uno. Contrataron a Fernando Madrigal, que también estuvo a prueba en el Espanyol.

Y ya no paró en el fútbol.

Uy, no, aún falta mucho por contar.

¿Más?

Sí. Me salió trabajó en Winterthur. Tuve que hacer una serie de entrevistas y en la definitiva el fútbol me valió de mucho. La persona de recursos humanos que me hizo las preguntas me conocía de mi paso por el Lleida. Nos pusimos a hablar de fútbol más de una hora; cuando llegué a casa, le dije a mi madre: "El trabajo es mío, seguro".

¿Y así fue?

Sí. Pero no la única vez que me ayudó el fútbol. Hice la mili en Barbastro, donde después de mes y medio pasando frío me di cuenta de que debía quedarme como escribiente, pero había un problema: no sabía escribir a máquina. Pero allí conocí al sargento Fernández, un tipo andaluz, con barba cerrada, fuerte como un roble y loco del fútbol. Hablamos y hablamos, hasta el punto de que no me moví de aquella sección.

Regresó a casa, después.

Sí, y me puse a colaborar en las escuelas de fútbol de Joan oro y Espiga.