Osasuna llora de alegría

Liga BBVA | Osasuna 2 - Real Madrid 1

Osasuna llora de alegría

Osasuna llora de alegría

Plasil y Juanfran remontaron el gol de Higuaín. El Madrid acabó con nueve por expulsiones de Salgado y Huntelaar. El miedo, principal rival de los locales

La vieja rivalidad entre Osasuna y Real Madrid, más unilateral que bidireccional, debería pasar a mejor vida después de que un madridista medular como Camacho haya salvado a Osasuna, en partido disputado contra un Madrid al que no alimentó, y conviene destacarlo, ningún deseo de revancha, ni siquiera el ánimo de vengar los tórridos recibimientos con que ha sido agasajado en el Reyno y en su anterior versión republicana. Con menores gestos se han fundado amistades perpetuas.

Seamos claros. No se puede jugar contra un equipo angustiado sin darse por aludido, sin atender a su sufrimiento, aunque sea mirando de reojo. No es posible permanecer al margen y pelear por el triunfo como si tal cosa. La concentración resulta casi imposible cuando el desinterés propio se cruza con el drama ajeno. Y el asunto puede ser aún más trágico, todavía más, porque es fácil que esa agonía se acompañe de una súplica, quizá en un córner o en una falta, susurrada desde la intimidad del marcaje al hombre: que nos jugamos la vida, compañero, que a ti te da igual, que estamos fundidos y mira la foto de los mellizos que han sacado los ojitos de su madre... Y entonces, si no tienes un kleenex para aliviarte te vale una manga o un antebrazo, porque antes que jugadores-turistas somos humanos-residentes.

Sólo después de todo eso está Camacho, emblema del Madrid que únicamente reconocen con fervor los madridistas viejos y muy pocos de los jóvenes, seguramente Casillas, no lo niego. Pero no fue el respeto al mito lo que conmovió al equipo. Ese partido, el de los afectos, se jugó fuera, entre aquellos madridistas que jamás se imaginaron celebrando un gol del rival y que ayer lo festejaron con ganas. Camacho puede estar satisfecho de la cantidad de amigos que lo quieren y lo identifican con un madridismo ambulante y esencial, poco importa qué club defienda.

Pero insisto: dentro del campo se vivió otra historia. Fue la desesperación de Osasuna la que enterneció al Madrid, sin despreciar tampoco la inutilidad de un último partido que ni pertenece a la Liga jugada ni a la que está por jugar. Los juicios están firmados y los futbolistas lo saben: nadie observaba el juego con ánimo de salvar o condenar y nadie tenía la ocasión de redimirse, porque el que no tiene el precio en la espalda ya ha contratado la mudanza.

Si ese o parecido era el ánimo del visitante, la actitud de cada cual fue digna de un estudio sobre el comportamiento. Higuaín marcó su gol número 22 fiel a su instinto y sólo abandonó cuando advirtió el abandono general; pronto. Lass, en cambio, no abandonó nunca. Y en Raúl resulta difícil distinguir la falta de tensión de la falta de acierto. El resto se perdió en la niebla, lo que indica, por otro lado, un estreno sin extravagancias de Gary y Tébar, los canteranos en acción.

Terror. Osasuna no dio para tantas profundidades psicológicas. Simplemente tenía miedo. Miedo atávico, aterrador, paralizante. Tal era el vértigo que les convocaba al precipicio, que hubo momentos, varios, en los que pudieron marcarse un gol en propia puerta sin intervención del Madrid. Víctimas de la presión, los jugadores se caían, tropezaban y el pánico no sabía de finuras o rudezas; igual se desmoronaba Nekounam que Puñal, lo mismo Masoud que Pandiani.

Cuesta entender que Plasil, que parecía un flan de vainilla, lograra sacar un disparo raso de ese manojo de nervios. Pero lo hizo y Casillas reaccionó tarde. El empate rescató a un estadio que parecía venido de la Tomatina de Buñol y liberó las piernas de los futbolistas. Teixeira también colaboró, todo hay que decirlo. Mostró tarjeta roja a Salgado por falta rigurosa y acabó por expulsar a Huntelaar, que no imaginó un árbitro con idiomas.

Entre medias, Juanfran, otro ex madridista, marcó el gol que se sueña para una final. Si la hubiera pegado con el alma no habría salido tan fuerte. La pegó también con el coraje de Camacho y con el corazón del osasunismo, pueblo hermanado, al menos ayer, con la parroquia madridista. Quizá sea el principio de una gran amistad...