La Champions volvió a desplegar su mística en el sorteo de cuartos y semifinales celebrado ayer. Se avecinan choques hermosos y tensos, pero con resquicios para alumbrar la esperanza de los conjuntos españoles. Eso es lo importante. El primer desenlace no pudo ser más significativo. El destino quiso que el Villarreal se vea las caras de nuevo con el Arsenal, el mayor enemigo que tiene el conjunto amarillo en su corta pero desenfrenada historia en Europa.

En mente de todos está el penalti fallado por Riquelme ante los gunners que les privó de jugar la final de 2006. Ya no están Lehmann ni Henry, incluso Pires barrerá ahora para casa, pero el sentimiento de revancha perdura. Quitarse esta espina clavada serviría como profundo desahogo, pese a que en semifinales les espere, presumiblemente, el todopoderoso Manchester, que fue el más favorecido tras salir emparejado con el Oporto.

El Barça, por su parte, recibió con una sonrisa forzada su eliminatoria con el Bayern, la última en dilucidarse. El club alemán sigue escarbando año tras año en busca de su lugar entre los mejores del continente. Una posición privilegiada de la que presumió en multitud de ocasiones. Sus cuatro Copas de Europa así lo atestiguan. También el hecho de que los catalanes nunca les hayan ganado ningún partido oficial.

El escudo muniqués pesa mucho, el Allianz es un escenario sublime y jugadores como Ribery y Luca Toni infunden respeto en Can Barça, pese a que tras el escenario se piense en Chelsea o Liverpool como mayor escollo hacia la final. Uno de estos dos sería su rival en semifinales en caso de acceder. Precisamente ese duelo inglés es, sin duda, el más atractivo. Los reds pidieron no jugar la vuelta el 15 de abril, 20º aniversario de la tragedia de Hillsborough, y así será. Lo que haga falta con tal de que esta Champions no defraude.