El Liverpool toma el mando

Liga de Campeones | Real Madrid 0 - Liverpool 1

El Liverpool toma el mando

El Liverpool toma el mando

Un cabezazo de Benayoun en el 81' tumba al Madrid. Al equipo de Juande le faltó juego y le sobró cálculo. La batalla táctica mató el espectáculo

Tiene su mérito que un partido que despierta tantas expectativas y concentra tanta emoción alrededor resulte luego un soberano pestiño. Sucede cuando los entrenadores tratan a los jugadores como si fueran soldados de plomo. Benítez y Juande, finos estrategas, podrían haber jugado esta partida por ordenador. La impresión es que por llenarlo todo de cálculo lo llenaron todo de miedo. La memorización excesiva va en contra de la espontaneidad y sin improvisación no hay espectáculo, ni pasión, ni alma. Hay robots.

Lo que se vivió ayer en el Bernabéu estuvo muy lejos de ser una noche europea. Lo pareció de inicio, cuando la música de la Champions nos presentó el partido perfecto en el estadio ideal; eso creímos. Jamás una eliminatoria había reunido tantas Copas de Europa, catorce, nunca un gran duelo se había hecho esperar tanto. Era una noche para el amor.

Sin embargo, el transcurso de los minutos fue confirmando la enorme decepción que se avecinaba. El Madrid jugaba como si lo hiciera fuera de casa, despreciando la baza del público, el rugir del Bernabéu. Esa frialdad y esa renuncia resultaron un error imperdonable, más aún para un equipo que ha hecho de estas citas un canto a los valores del club, a su leyenda.

Por lo demás, se confirmaron las intuiciones más negativas. El Madrid no se readaptó al regreso de Robben porque con él se altera el equilibrio y se pervierte la solidaridad. Hablamos de un magnífico jugador y de un fabuloso egoísta. Dependiendo de la situación puede confundirse con un rescatador, pero en ciertas ocasiones, como ayer, cuando no bastan sus trucos, el juego le retrata como un individualista insoportable.

El dibujo. Robben se colocó en la banda derecha y su ubicación no tuvo otro efecto que taponar las subidas de Sergio Ramos, uno de los pocos factores sorpresa que maneja el equipo. Bien aleccionados, Fabio Aurelio y Riera colaboraron para cortar sus previsibles internadas, que buscaban machaconamente el recorte interior. En la izquierda, Marcelo, quién lo diría, se comportaba con más criterio y hasta probó fortuna con algún zurdazo malicioso.

Pero había otros problemas. Si el Madrid parecía mecanizado es porque al centro del campo le falta fútbol. Gago y Lass son excelentes en el robo y la contención, pero se quedan cortos en la salida. Por ese lado pierden en la comparación con Xabi Alonso y Mascherano, especialmente con el donostiarra, que cumple la doble función de pivote y creador.

Esa polivalencia inclinó a ratos el juego, aunque no quiere decir esto que el Liverpool dominara el partido ni hiciera un derroche de imaginación, más bien al contrario. En todo momento, el equipo de Benítez pareció conforme con el empate a cero. Podrá excusarse en la ausencia de Gerrard, finalmente en el banquillo, o en lo imponente del Bernabéu, pero la verdad es que se esperaba más del Liverpool.

En cualquier caso, la obsesión por no recibir un gol era compartida por ambos equipos y los acercaba más a su portería que a la rival. De manera que cuando alguien se acercaba al área contraria era gracias a un error mecánico o a un balón parado. Así gozó Raúl de una oportunidad que careció de dinamita por chutar con la derecha. Del mismo modo se aprovechó Higuaín de un mal pase para encarar a la defensa inglesa, sin éxito excesivo.

Y de un fallo en un despeje se benefició Fernando Torres para probar los reflejos de Casillas en una carrera sin oposición. El Niño tiró con rabia y el portero despejó con un ala, la derecha.

A continuación, Torres se lesionó. La distracción que provocó su esguince en el tobillo derecho perjudicó mucho al Liverpool y cuesta entender que Benítez no lo sustituyera hasta el minuto 61. De hecho, el delantero jugó el resto de la primera parte visiblemente cojo y en la segunda se movió con idéntica cojera, más pendiente de que no le hicieran daño que del partido.

La mejor oportunidad del Madrid fue desbaratada por el árbitro a la media hora. Higuaín remató por dos veces y a la segunda batió a Reina, aunque para entonces el línea ya ondeaba su bandera. El fuera de juego, de serlo, pareció milimétrico.

Robben fue el siguiente en acercarse, primero con un disparo lejano y después con una diagonal de las que acostumbra. A la tercera fue Riera, que rozó un tiro del holandés, quien puso en más apuros a Reina.

La primera mitad se cerró con un intento delicioso de Xabi Alonso, que quiso sorprender desde su propio campo y obligó a Casillas a emplearse a fondo. Si se hubiera encontrado frente a un portero inglés es fácil que el chutazo hubiera terminado en gol.

La enumeración de ocasiones podría dar una impresión equivocada. El partido no ofrecía nada entre remate y remate, sólo atasco y confusión. No se puede reprochar que Juande intentara solucionarlo con la entrada de Guti. El problema es que anoche Guti no pasó de la teoría, de su holograma. Su participación, lejos de aportar algo, hizo que se echara en falta a Marcelo.

Según pasaban los minutos, el Liverpool se sentía más cómodo en el páramo. El Madrid había perdido la virtud del orden y fue entonces cuando Xabi Alonso comenzó a ejercer de ideólogo. Pero cada paso de los reds era pesado y lento, perezoso y precavido.

Pese a todo, el Madrid rozó el gol con un cañonazo de Robben que espantó Reina como si se tratara de un abejorro. Fue el último arreón del Madrid, un empujón final de amor propio.

El gol. A continuación se desencadenó el drama. Cuando pretendía despejar un balón cerca del área propia, Heinze cometió una falta burda y torpe, un allanamiento de morada. Demasiadas veces, Heinze exhibe una hombría mal entendida, que se aplica en intimidar al prójimo, en carne o verbo. El Madrid suele ser la última víctima de esos arrebatos hormonales y ayer fue la primera.

La falta sobre Kuyt propició la ocasión que sueña cualquier visitante a falta de nueve minutos. Fabio Aurelio puso el balón en juego y Benayoun cabeceó a placer, sin marcaje alguno. La escena congelada dibujó la impotencia de Casillas y descubrió los lamentos de Sergio Ramos, que señalaba al rematador y buscaba a su vigilante. Guti andaba por allí, pero la responsabilidad apuntaba a Lass.

El Liverpool había marcado en el mismo minuto que sentenció al Real Madrid en la final de París de hace 28 años. Será una casualidad, aunque también fue aquel un partido trabado en el que los jugadores han reconocido que estaban más pendientes del talento del rival que del ingenio propio.

La puñalada dejó una sensación extraña. El Liverpool es un rival especial, contra el que cuesta convocar a la tribu. La llegada de Benítez y la presencia de españoles lo ha convertido en el segundo equipo de muchos aficionados, también madridistas, que lo siguen cada fin de semana.

Tal vez esa impresión aminoró la conjura del estadio, pero no debería haber aplacado el ímpetu de los jugadores y del entrenador. Ahora sólo queda un milagro en Anfield que tendrá que parecerse al chorreo que vaticinó Boluda en la segunda parte de su doble fanfarronada. En la primera falló. El Liverpool venció en el Bernabéu y el Madrid está contra las cuerdas. Para darse impulso, dirá el presidente.