Operación retorno

Liga BBVA | Real Madrid - Valencia

Operación retorno

Operación retorno

Higuaín sentenció con un gol a los tres minutos. Robben quebró al Valencia Marchena, expulsado.

Para el Madrid la victoria significa paz en Navidad y sirve para sostener los muchos brindis que esperan. Todo es posible, hasta que 2009 sea mejor. Para el Valencia la derrota es cruel, porque tuvo el balón, mérito reseñable para un visitante del Bernabéu, pero careció de contundencia, pecado insospechado en un equipo que rebosa delanteros con talento, rápidos, listos, afilados. El Valencia pudo marcar algún gol, es cierto, pero si desarrollamos esa novela el Madrid pudo marcar varios más. De manera que el marcador es opinable, pero el resultado es cierto.

El partido fue dejando caminos sin explorar. Higuaín marcó a los tres minutos del inicio y habrá quien considere que esa circunstancia condicionó decisivamente lo que estaba por venir. Yo no lo creo, o no tanto. El gol no nos sitúo ante un encuentro muy diferente al que se dibujaba en las pizarras. Ni se atrasó el Madrid ni se alteró el Valencia, que es un equipo con carrera.

Lo que hizo el gol fue ilustrarnos. Robben era el hombre. Antes de asistir a Higuaín en el primer tanto, ya había tenido tiempo de balizar la banda derecha, de iluminar la pista de despegue. Del Horno no era un obstáculo y el asunto quedó claro en cuanto la velocidad de Robben le movió el flequillo. En el defensa no existía otra reacción anatómica.

Esa misma brisa corrió entre Del Horno y Marchena cuando Robben, en el gol, pasó del paralelo a la diagonal y enfiló el área. Una vez allí, el holandés le entregó la pelota a Higuaín, que golpeó con el exterior de la pierna izquierda (la prestada), otorgando un efecto asesino al disparo. Si lo hizo con intención o con chamba es algo que quedará entre él y su confesor; lo trascendente es que resultó un golazo.

Como digo, al Valencia no se le notaron las secuelas. Sufrió dificultades en la circulación porque el Madrid presionaba muy arriba y muy furioso, pero una vez superado el fuego de morteros sus problemas eran otros. Aunque Fernandes se revelaba dominador, el mediocampo no encontraba conexiones con Villa, pases entre líneas. El atasco se alivió al descubrir la ruborizante superioridad de Joaquín sobre Marcelo, pero entonces faltó insistencia.

Precipicio.

El ritmo del Madrid era mejor porque era mayor. Mientras el rival masticaba las jugadas, en el centro del campo madridista no había diálogo ni reflexión filosófica; por allí sólo volaban contragolpes, pases al hueco, paracaidistas, locura, ruletas rusas, rusas en general.

Robben era, casi siempre, la desembocadura de ese fútbol frenético que, si tanto hace disfrutar al Madrid, es porque le libera de los sistemas y las carencias, de la teoría. De ese remolino surgió un tiro al palo de Van der Vaart, que ocupó el lugar del griposo Raúl y jugó por vez primera en su posición natural, la de mediapunta introvertido. Su balance particular no fue muy esperanzador: su pierna izquierda necesita permiso de armas, pero su influencia en el juego es insustancial.

A los 20 minutos, el partido se endureció. Del Horno, consciente de su debilidad, cazó a Robben por detrás y zanjó así un contraataque local. Pudo ser roja, pero se quedó en amarilla. Salgado también vio cartulina y salvó la expulsión porque antes le habían perdonado una tarjeta. Poco después fue Marchena, autor del famoso ushiro-nage y amante del judo en el Bernabéu, quien derribó a Salgado dentro del área con una llave rayana en el estrangulamiento común. El intento de homicidio quedó impune.

A pesar del ruido, Villa se hizo notar con jugadas de genio desesperado. En una quemó los guantes de Casillas y en otra sembró el pánico al controlar un pase largo y llovido. Mata acarició el empate con un lanzamiento de falta y el Valencia cerró la primera parte con más sustos que ocasiones.

Si tal cosa ocurrió y siguió sucediendo es porque Robben, protagonista de la noche, se fue enamorando de su persona, que es el pecado de los individualistas, chupones de sí mismos. A base de no entregar el balón a tiempo, Robben fue firmando indultos que daban vida al Valencia.

Juande movió pieza en el descanso y Raúl entró por Drenthe, quien, a falta de otros primores, había trabajado a destajo. Algo más tarde, la lesión de Van der Vaart dio otra oportunidad a Palanca. No se puede decir que se elevara mucho el equipo, pero tampoco cedió un metro.

Decepción.

Peor le fue al Valencia. Sus cambios anunciaban una revolución fabulosa (Silva, Vicente...) y sin embargo la reunión de talentos no arregló los problemas de comunicación. Joaquín seguía siendo la alternativa más solvente, hasta que Torres relevó a Marcelo y detuvo la hemorragia.

Antes de acumular delanteros Emery debió atender la situación de Marchena, en permanente amenaza de expulsión. Hasta que, por fin, fue expulsado en el menor de sus delitos, una obstrucción a Robben que pudo quedarse en falta y reprimenda. Cuando Albiol abrió de un codazo una brecha en la cabeza de Palanca pensamos que el Valencia no necesita otra intimidación que el fútbol, que lo demás le distrae.

Al margen de las brusquedades, Casillas salvó el empate con una intervención milagrosa a un cabezazo de Baraja; Iker, que repelió el balón con ayuda de las manos propias y el poste amigo, tuvo el enorme mérito de no cerrar nunca los ojos.

Si exceptuamos algún barullo en el área madridista, el resto de ocasiones correspondieron al equipo anfitrión: Higuaín tropezó con el larguero, Palanca con la ansiedad y Guti con el desmayo. El Madrid parecía empeñado en dar emoción al partido. Debe ser que así despiertan los gigantes, los osos que hibernan, los campeones que quieren volver.