La Juve hiere al Madrid

Liga de Campeones | Real Madrid 0 - Juventus 2

La Juve hiere al Madrid

La Juve hiere al Madrid

Del Piero sentenció en el Bernabéu Ranieri mató al Madrid con presión y defensa adelantada Robben se lesionó en el calentamiento Pitos para Schuster

Desde el principio de la temporada se comentó que el Real Madrid planteaba dos incógnitas fundamentales: el banquillo y la Copa de Europa. El once titular se había demostrado capaz de ganar dos campeonatos de Liga y se sabía que, a pleno esfuerzo, el equipo resultaba bravo y competitivo. Sin embargo, sin fichajes y sin Robinho, nada parecía resolver los problemas del fondo de armario. Pensar que los suplentes habrían crecido durante el verano era un acto de buena voluntad y poco fundamento. Imaginar que la madurez bastaría para asaltar los retos pendientes resultaba de una inocencia celestial. Ayer lo comprobamos. Falta banquillo, como se sospechaba, y peligra la Copa de Europa, tal y como se temía.

De igual manera que el Roma eliminó al Madrid la pasada temporada, la Juventus zarandeó al dueño del Bernabéu nueve meses después. Le bastó con ser ordenado y aprovechar los achaques del anfitrión, que se concentraron, es cierto, en los jugadores más influyentes del equipo: Pepe y Van Nistelrooy, un central y un delantero, un bocadillo sin relleno.

No es la única explicación, naturalmente. El Madrid no ha desarrollado un juego que le cubra las bajas. Su fútbol es personalista y si no hay personajes nos quedamos sin fútbol. El equipo, que fue militarmente amaestrado por Capello, se ha acostumbrado desde entonces a vivir a toque de corneta. El resultado es que se engrandece en el drama, pero sobrevive penosamente en las situaciones cotidianas. Y, seguramente, no hay nada más cotidiano que un enemigo italiano.

Ante defensas ordenadas, el Madrid rebota. Frente a muros bien construidos, resulta previsible y plano. Ese fue su registro contra la Juventus durante 90 largos minutos que descubrieron las carencias del equipo y del entrenador. Porque Schuster asistió al jaque mate sin aportar más solución que el aspaviento.

Presagio.

Los malos augurios comenzaron incluso antes del pitido inicial. Robben se lesionó en el calentamiento y Drenthe entró en su lugar. El partido fue especialmente cruel con él. Desde la noble posición de extremo zurdo, Drenthe completó una actuación absolutamente desquiciante. Cometió todos los errores posibles, los cómicos y los dolorosos, y si no salió condenado para los restos es porque jamás dejó de intentarlo.

Ya fuera un problema de ansiedad o de calidad, la culpa no es del futbolista. La culpa es de quien reparte becas en la banda izquierda del Real Madrid. Ni Drenthe ni Marcelo están preparados para jugar en un equipo que sólo debería admitir la juventud excelente y que, en las situaciones de sequía, sólo debería permitirse la excepción de la cantera.

Pero tampoco basta esto para justificar la derrota. Es la estrategia la que conduce al Real Madrid a un callejón sin salida. Sin desborde por las bandas y sin más inspiración creativa que las ocurrencias de Guti, el equipo se inclina irremisiblemente hacia la derecha. Allí es donde juega Sergio Ramos de lateral sorpresa, con la misión de atacar a los ogros y con la obligación de defender a los artistas. Tiene razón al quejarse, porque no se puede depositar en un lateral la responsabilidad de un equipo. Y hasta es lógico que se abrume y se desespere: cuando todo falla, el foco le ilumina a él para que cante.

Ranieri tenía aprendida la lección. Y si en el Comunale puso en práctica su conocimiento del rival, anoche dio un paso más, otra vuelta de tuerca. La Juventus salió con la defensa más adelantada que entonces y la presión igual de rabiosa. El efecto es que el Madrid no supo moverse en una habitación tan pequeña, porque los impulsos individuales no sirven en situaciones así, se requiere circulación, juego colectivo.

Agigantados en la disciplina, los italianos sólo debían esperar un robo suculento. Y llegó a los 16 minutos: Marchioni recuperó un balón en el centro del campo y se lo entregó a Del Piero. Su avance no parecía mortal, pero el modo en que recularon los centrales lo fue. Favorecido por la presencia de Pepe en la grada, Del Piero atisbó una grieta y marcó de zurdazo raso.

Repetitivo.

El Madrid no encontró soluciones. Continuó peleando y eso le alcanzó para rondar la portería de Manninger, que en un par de acciones nos sugirió el portero tan tembloroso que debe ser. Nunca lo sabremos. Los movimientos de ataque adolecían de continuidad, eran arrebatos sin guión que terminaban demasiadas veces en el frenesí de Drenthe, en cuyos pies se concentra la sensibilidad de un paquidermo.

A ratos resultó hiriente. Daba la impresión de que la Juventus había inventado el achique de espacios y parecía que el Madrid era la primera víctima de esa maligna invención. Insisto: si un equipo de estrellas necesita un entrenador no es para jugar a Dios y pelear con los periodistas, es para resolver estos dilemas. El público, que ya lo advierte, abucheó a Schuster por momentos y a partir de ahora será menos paciente.

Nada cambió con el paso de los minutos. Mientras el Madrid tropezaba, Del Piero se elevaba sobre la mediocridad general, superando ampliamente a Raúl, su alter ego madridista. Sissoko, Nedved y Tiago le secundaban. Bastaba con ese talento y con mucho orden para salir victorioso.

El segundo y definitivo gol fue prueba del desconcierto madridista. Casillas colocó mal la barrera en un lanzamiento directo y el exquisito Del Piero aprovechó el regalo para meter el balón por el cráter. Fue muy grave, porque más que un error de cálculo reveló una pérdida del interés y de la confianza.

En ese trance se encuentra el Madrid. El entusiasmo que inflaba las velas, al margen del juego, se ha transformado en incertidumbre independiente del fútbol. Los problemas que se esperaban en febrero se han adelantado a noviembre. Lo positivo es que el Madrid no está fuera de nada, sólo en el precipicio de todo.