Un millón de personas aclamó a la Selección

Eurocopa 2008 | Campeones

Un millón de personas aclamó a la Selección

Un millón de personas aclamó a la Selección

Madrid se volcó para rendir homenaje a los campeones de Europa

El avión que transportaba a la Selección tomó tierra en Barajas, procedente de Innsbruck, a las 19:50 horas. Todavía no se había detenido cuando uno de los pilotos ondeó una bandera española desde la cabina. No se puede descartar que lo hiciera en pleno en vuelo. El aeropuerto era un clamor y la aeronave también. La emoción se convirtió en redoble hasta que una azafata con coleta de purasangre abrió el portón. Por allí asomaron Luis Aragonés, de rojo, y Casillas, de mostaza, sujetando la Copa, mostrándola al cielo de España. Tras ellos, la alegría.

En pie de pista, un autobús descapotable esperaba a los campeones de Europa para trasladarlos hasta la Plaza de Colón. En el interior, bebidas y fiesta. Por lo demás, resultaba evidente que los jugadores llevaban horas de celebración, tal era su entusiasmo y su osadía: algunos asomaban medio cuerpo por cubierta, que era como asomar un saco de millones de euros por la ventana de un rascacielos. Todos reían.

El autobús se encaminó por la carretera de Barcelona hacia la avenida de América. Un creciente pasillo de aficionados aclamaba a la comitiva, al tiempo que una manifestación espontánea de motoristas seguía a los campeones.

El paseo se desbocaba en los puentes. La gente los abarrotaba, utilizándolos como balcones plagados de banderas. En sentido contrario, los tres carriles de la Nacional II se paralizaban por el deseo de los automovilistas de saludar a la Selección. El atasco era inmenso y, por primera vez, feliz.

El ambiente se fue multiplicando cuando el autobús sin techo cruzó la M-30 y entró en la capital por la Avenida de América. La gente se agolpaba en las aceras, mientras Casillas y Torres saludaban desde la proa, junto a Sergio Ramos, que ofrecía la Copa y el recuerdo: en su camiseta blanca se podía ver el retrato de Antonio Puerta.

Capdevila estaba descorchado, Reina eufórico y Cesc se había subido las mangas de la camiseta al estilo de Toni Manero. Algunos fotografiaban el espectáculo con sus teléfonos móviles. Luis observaba conmovido. El equipo estaba absolutamente radiante.

Costó avanzar entre María de Molina y la Plaza de Emilio Castelar. Al público que aguardaba se sumaba el que corría junto al autobús. En La Castellana, la Selección descubrió una marea roja, llena de banderas y sonrisas. En ese océano, una docena de policías a caballo escoltaron a los héroes entre el millón de almas.

Llantos.

Mientras la expedición desembocaba en Colón, siete cazas de la Patrulla Águila sobrevolaron la plaza dibujando la bandera de España en el cielo. Para entonces, no eran pocos los aficionados que lloraban a lágrima viva. Otros gritaban, saltaban, aplaudían. Luis botó por suscripción popular. Una bandera del Atlético apareció junto a Torres.

Ya en Colón, todo lo anterior nos pareció poco. Arbeloa se lanzó a tierra desde cubierta, cuatro metros. Y sobrevivió. Le siguieron otros. Xabi Alonso bailó un pasodoble con Cazorla. Capdevila nos enseñó cómo sostener un vaso entre el hombro y la oreja. Los jugadores se dirigieron hacia el escenario de la Federación haciendo la conga, reproduciendo la coreografía de las bodas desenfrenadas.

Luego hablaron todos y Reina más. Casillas elogió a Luis y el seleccionador se refirió al "mejor equipo del mundo". Fue manteado. Xavi gritó "¡Viva España!" y Manolo Escobar tomó el escenario. Fue un delirio razonado. Somos campeones.