El partido perfecto

Semifinales Eurocopa 2008 | Rusia 0 - España 3

El partido perfecto

El partido perfecto

España borda el fútbol y se clasifica para la gran final. Marcaron Xavi, Güiza y Silva. Rusia no pudo capear el temporal. Estalla la euforia

En el primer tanto, el Príncipe quiso alzar a la Princesa hacia el cielo de Viena, pero se contuvo. En el segundo, Letizia cantó el gol antes de que lo marcara Güiza. En el tercero, por fin, se dieron un abrazo de Love Story, mostrando al mundo dos sonrisas como dos rajas de sandía. Así estaba España. Orgullosa. Con el nudo en la garganta y con la lágrima que disimulas hasta que ya no disimulas nada y te pones a llorar desconsoladamente, o a reír, si eres persona de carácter templado.

Había tantas decepciones acumuladas, tantas noches parecidas que terminaban mal, que llegamos a aceptar con resignación que la nuestra era la historia de un desamor. Incapaces de encontrar una respuesta a tanta desgracia, barajamos todas las enfermedades posibles y dijimos que nos faltaba sentimiento de nación, ánimo competitivo y hasta una letra para el himno. Pero sólo nos faltaba ganar. Quitarnos el tapón, el complejo. Y volar.

Estoy por asegurar que ya nada volverá a ser igual. Ni siquiera una improbable derrota en la final puede detener este impulso, esta liberación recién estrenada. Hemos ganado y lo hemos hecho de la mejor manera posible. Del catálogo del fútbol hemos escogido el argumento más hermoso, el libro más polvoriento, el primer tomo, el fútbol bonito. Donde la modernidad recomienda acumular atletas fornidos, nosotros alineamos bajitos geniales. Y donde dice estrategia leemos balón.

Es un mérito del entrenador, naturalmente, que por fin divisa su ballena blanca. Y es también una recompensa para un país que ha entregado demasiado para recibir muy poco. Pero además hay algo esotérico, divino, telúrico. Es como si se hubiera completado uno de esos extraños círculos que dibuja el fútbol de vez en cuando. Un viejo seleccionador junto a un grupo de jóvenes, algunos de tan pequeña estatura que costaría encontrarlos en la calle. Sin Raúl. Justo en la prórroga de nuestra esperanza. Así nos han rescatado y así nos han dejado, con sonrisas como sandías. Así jugamos contra Rusia, fieles a nuestro talento y agradecidos a nuestra alegría.

Para empezar, España salió con una autoridad desconocida, batiendo palmas sobre mofletes rusos. Sergio Ramos fue el primero en presentarse: ha vuelto y sube. A partir de ahora creeré que Luis ha estudiado cada bufido en el departamento de psicología de Harvard.

Hechos. De modo que nuestros acercamientos se precipitaron como el diluvio sobre el Prater. A los diez minutos, Villa probó fortuna por bajo. A los 15, Torres reclamó penalti de Ignasevich, que pudo serlo, porque el central se colgó de El Niño como un fan. A la media hora, con Arshavin perdido, Pavlyuchenko avisó de lo grande que es Rusia con un disparo asesino. Casillas evitó el gol con las yemas de sus dedos y las de Santa Teresa, porque los santos le asisten.

En el minuto 34, el universo dio un giro. Cesc sustituyó a Villa, lesionado en el lanzamiento de una falta que debió tirar Senna. El cambio modifi có el sistema de España, que recuperó el dibujo de la clasifi - cación, con Torres como único punta. El problema es que sin Villa los centrales rusos sólo encontraron la oposición de Torres y El Niño, para liberarse, buscó el desmarque de banda a banda, sin entender que ese movimiento nos dejaba sin delantero centro. Fue una confusión pasajera sobre la que trepó Rusia.

En la segunda parte la vida recobró el sentido. España había ganado un mediocampista y el balón era tan de su propiedad que lo podía transportar bajo la camiseta. En el minuto 50, la Selección burló la presión de Rusia con un juego de rayuela. En el desenlace, Xavi abrió a la izquierda, donde Iniesta quebró hacia el continente y metió al área un centro chut, que es un pase de cañón. Mientras seguíamos la trayectoria de la pelota apareció de pronto la pierna de Xavi, que había continuado la jugada para firmarla.

Al gol le siguió, y seré prudente en mis afirmaciones, el fútbol perfecto. Entre olés, España tocó como sabe, de ida y de vuelta, peinando con cepillo todas las briznas de hierba, hasta que la desesperación vencía al rival. Entonces, finamente, le marcábamos el corazón con el florete.

Subió Ramos por la banda y Torres disfrutó de varias ocasiones: una la remató con la rodilla y otra con el pie. El Niño pidió otro penalti y recibió más balones, hasta que no pudo más y Luis dio entrada a Güiza, que es lo menos parecido a un ruso que hay en el reino de los hombres. Al rato de su irrupción, Cesc conectó con el jerezano con un pase picado y torero. Güiza lo bajó con el pecho y marcó como quien respira. A continuación, el goleador hizo el arquero y comprendió la importancia del lugar y del momento. Y se le empañaron los ojos.

Rendición. Xabi Alonso cambió por pulmones el genio de Xavi y España se hizo todavía más grande. Los rusos probaron a dar patadas, pero no está eso en su naturaleza. Luego, sin conversación previa, se rindieron, absolutamente conscientes de su inferioridad.

España siguió tocando, elaborando, pero no había en ello regodeo ni banalidad; cada pase tenía un sentido, escapar o atacar, buscar y encontrar, marcar gol. Fueron momentos conmovedores, inolvidables, fueron la prueba de que otro fútbol es posible, de que este deporte acepta cualquier cuerpo con talento y que las semifi nales de un gran torneo no son una excepción.

En ese trance fabuloso marcó Silva. La jugada nació, una vez más, de una triangulación magnífica que pasó por Iniesta y Cesc hasta llegar a Silva, que controló y remató donde sólo cabía una de las dos cosas. Sobre el fi nal, Güiza pudo marcar el cuarto.

Lo teníamos dentro. Nos faltaba ganar y confi ar para seguir ganando y confi ando. Este equipo está haciendo historia y este equipo somos todos. Los que juegan y los que lucimos una sonrisa como la raja de una sandía.