España rompe el maleficio

Cuartos Eurocopa 2008 | España 0 - Italia 0

España rompe el maleficio

España rompe el maleficio

Heroico partido con Casillas de estrella. Los italianos jugaron a los penaltis y perdieron allí. La Selección ha pasado de cuartos y aspira a todo

La historia cambió esa noche, dirán. La deriva encontró un rumbo y en el Prater ganamos a Italia, y pasamos de cuartos. Quizá no parezca mucho, visto con la perspectiva del tiempo y de las victorias que vendrán, pero lo era todo. Todo. Habrá que repetírselo a quien quiera escuchar: aquella noche de Viena empezamos a construir lo que disfrutas ahora, ese futuro que imagino lleno de triunfos que comenzaron con este.

Llegados a este punto nos parece muy claro, casi evidente. El partido entre los dos mejores porteros del mundo tenía que terminar así, cero a cero. El duelo entre los dos guardametas más brillantes del momento debía despejarse de actores secundarios y resolverse en los penaltis, cinco balas por barba y dos guantes por cabeza. Ocurrió de ese modo, porque el fútbol, que tiene fama de universo desquiciado, es un azar con guión y gusta de acabar las historias que empieza, sólo hay que saber esperar, en unas ocasiones un año y en otras 44.

Lo demás fue el eterno combate entre España e Italia, entre lo romántico y lo práctico, entre el desamor y las sábanas, entre la fatalidad y la victoria. Aunque esta vez sucedió algo diferente que quiero pensar que determinó el desenlace, más allá de las cuentas pendientes y las deudas históricas. Nosotros fuimos fieles y ellos se traicionaron. España acometió el partido con el entusiasmo de quien se sobrepone a la historia e Italia lo afrontó con una mezquindad salvaje, despreciando el juego, confiando en su leyenda y en nuestro miedo.

Decisión. Pero esta vez no había miedo, había determinación y, aún por encima, una condición que distingue a los equipos mucho antes que la fortuna y el valor: el talento. Somos mejores, mucho mejores, y esa diferencia debía alejarnos de los terrenos movedizos de la suerte. Lo merecimos y lo merecimos con insistencia. Es cierto que llegamos al último rincón de la angustia, pero el partido no lo decidió una lotería, ni una moneda, ni un bambino; lo decidió el talento, porque lo sentenció Casillas.

Y no se trató sólo de una buena noche. España se jugó la vida con una filosofía casi suicida, la suya: puro fútbol. Sin consideraciones físicas y sin estrategias miserables. Juegan los mejores, altos o bajos. Importa el balón sobre todas las cosas. Tocar y tocar. Si hemos vivido así, moriremos igual.

Admito que llegué a desconfiar, como otros tantos que escondemos un secreto arrepentimiento en nuestra alegría remojada. Pensé que nos pasarían por encima, heredé todos los complejos y horas antes quise ser lo imposible, alemán, alto, contundente, ahorrador.

No se puede. Somos lo que somos y nos da para ser espléndidos. España, incluso sin tener en cuenta la victoria, completó un partido valiente, hermoso en la generosidad. Enfrentado al ogro asumió el mando y la responsabilidad. Arrojado a un escenario de guerra apostó por el argumento elemental: jugar.

Los primeros minutos descubrieron ese panorama. España se movía con el balón e Italia se agazapaba sin él. En esas condiciones, el toque parecía un desafío de la inteligencia contra el catenaccio. Sólo había que esperar. Ser pacientes sobre un mar de cenizas que abrasan, aguardar mientras una jauría nos mordía los tobillos.

Además de un fútbol cavernícola, Italia mostró fisuras. La desesperación terminaba por minar su esquema mental. Silva, que se desplazaba entre líneas, atacaba el esquema táctico, percutiendo por la espalda, por sorpresa, por finura. No había acercamientos claros, es verdad, pero se ganaban metros, confianza, sin que ese avance preocupara demasiado a los italianos. España jugaba con el balón e Italia lo hacía con el tiempo, dejándolo pasar, empujando el partido hacia a esa zona Cesarini donde sólo sobreviven los más listos.

En el minuto 58 se quebró ese extraño equilibrio que nos inclinaba sobre el enemigo pero nos impedía alcanzarlo. Luis relevó a Xavi e Iniesta por Cesc y Cazorla. Los dos primeros eran los dueños del balón y su ausencia significó perderlo. A cambio de exponerse, el equipo se volvió más vertical, más arrojado.

Italia también escogió ese instante para salir de la cueva y arreciaron los balones en dirección a Luca Toni, que estaba ejemplarmente vigilado por Puyol y Sergio Ramos, uno por delante y otro por detrás, y ambos en el interior de su camiseta si era menester. En ese caos, Casillas rechazó con el pie zurdo un disparo de Camoranesi que hubiera sido mortal en otro año y con otro portero.

Campeones. España seguía llegando, por cualquier sitio y de cualquier modo, chocando demasiadas veces con un gran Chiellini. Senna probó a chutar de lejos y su primer disparo estalló contra los puños de Buffon. Un minuto después, a falta de diez para el final, su zapatazo abrió una zanja hasta llegar al portero italiano, que pareció atrapar y no atrapó, y el mismo balón que se coló por la axila de Arconada hace 24 años se estrelló esta vez en el poste.

Pudimos pensar que era la suerte de los campeones, de los campeones del mundo, pero los españoles del campo y del planeta continuaron saltando, felices, distintos. Así siguieron durante la prórroga, cuando la Selección, más afilada por la entrada de Güiza, siguió poniendo a prueba la resistencia de Italia. Villa, que quiso ser Pelayo, se asfixió en su propia ansiedad. Silva volvió a rozar el gol y Cazorla dispuso de la última ocasión en el último minuto.

Condenados a los penaltis, Buffon se acercó a Casillas y bromeó con él, con el falso afecto de quien pretende matarte acto seguido, aunque no se trata de nada personal. No conoce a Iker, ignora su capacidad para aislarse, su ángel, sus alas. Casillas paró dos lanzamientos y en España se desató la alegría. Ha sido fastuoso, homérico, impetuoso. Ha sido magnífico. Y sin embargo, tengo la sensación de que lo mejor está por llegar.