Una exhibición al contragolpe

Primera | Real Madrid 7 - Valladolid 0

Una exhibición al contragolpe

Una exhibición al contragolpe

Recital de pegada y lección de Guti, que marcó dos goles, como Raúl. Planteamiento suicida de Mendilibar. Robben se rehabilitó. El líder no cede

No sabemos nada, Schuster tiene razón. Faltó Van Nistelrooy y el equipo metió siete. Dominó el Valladolid durante la primera parte y se llevó cinco. Casillas jugó con un dedo lastimado y Robinho tuvo que retirarse a los 14 minutos con contracciones abdominales, casi maternales. Dio igual, porque no era eso. Es todo. Es el Madrid, el de la postgalaxia. Se mantiene la esencia ganadora, pero se ha cambiado el método. Ya no hay dominaciones imperiales y el contragolpe, antes un traje incómodo, tan propio del Atlético, se ha convertido en forma de vida. Poco importa si con ese fin se entrega el campo y el campo es el Bernabéu. La gente comprende. Y recibe su premio: uno, dos, tres, cuatro... y hasta siete goles vio anoche. Todos al contraataque.

En estas condiciones, no seré yo quien critique las formas. Aprecio el riesgo, y me asusta, pero he terminado por acostumbrarme. Me digo que serán los nuevos tiempos, la juventud, las matemáticas que nunca entendí. Además, los números niegan cualquier acusación y devoran los fantasmas, el rumor del Barça. Ocho puntos sobre el segundo y once victorias consecutivas en el Bernabéu, 18 si sumamos las de la temporada pasada. Eso no es suerte, ni racha. Es personalidad, estilo, puenting, deporte de riesgo.

En ese sentido, el partido fue una exhibición de las virtudes que han traído al Madrid hasta aquí. Por un lado, resultó un catálogo de golpes, sutiles, violentos, precisos. Por otro fue un recital de Guti, el doscientos. Después de fallar los dos primeros pases, Gutiérrez se encontró con el partido soñado: campo abierto, delanteros a la carrera y un segundo para pensar. Su actuación fue tan completa que se resume con estadísticas de baloncesto: dos goles y cuatro asistencias. Llegados a este punto, negarle la Selección es negárnosla a nosotros.

No obstante, conviene ser sinceros. Es fácil que nada de esto hubiera ocurrido (la goleada, me refiero) sin la colaboración del entrenador del Valladolid. Por motivos que no acierto a adivinar, Mendilibar se suicidó ayer como los románticos de otro siglo, con revólver y delante de un espejo. Fogonazo y estruendo. Y en la repisa una alineación que era una carta de amor: cuatro atacantes. El gesto sería impecable si el resultado no fuera el fin, el cero, la musa casada con otro y el cuarto de baño perdido de ketchup. Nada que objetar si no tuviera once detrás, y tras ellos varios miles, una ciudad y una afición.

Quizá lo hizo para evitar una derrota común. O tal vez quiso probar lo que casi nadie se atreve: atacar al Séptimo de Caballería, sorprender a un ejército en sus cuarteles, tomar Moscú. Desde esa perspectiva, hay cierta grandeza en el origen de la derrota. Así se explica que en el primer minuto el Valladolid ya acumulara dos aproximaciones a la portería rival, un córner y un tiro a puerta. No era una pose, sino un asalto en toda regla.

Dilema.

El dilema se presentó cuando marcó Baptista a los ocho minutos, y se fue repitiendo seis veces más, en cada gol, como un martillo. Y la respuesta siempre era la misma: cómo retroceder ahora, cómo protegerse ya. Ciertamente, sólo quedaba correr hacia el final, precipitándose. De modo que el Valladolid se fue condenando solo y el Madrid disfrutó fabricándole la caja.

Ese primer gol local ya lo tuvo todo. Incluyó a Guti, que encontró un camino entre la maleza. Incorporó a Robben, que resolvió cuando dudábamos, y finalmente descubrió a Baptista, que se presentó como un tren expreso y marcó gol. El chico Asenjo tuvo bastante con no salir herido de la jugada.

No crean que el Valladolid se descosió entonces. Al contrario. Continuó tocando como si el gol estuviera dentro de lo previsto y bastara con seguir el plan B, avanzando, desarbolando al Madrid hasta el momento del último pase, que nunca llegaba porque nunca llegaba bien. Pequeño gran fallo.

En el minuto 17 el reparto de la posesión era 39% contra 61%, favorable al visitante. En el 25, el Valladolid había lanzado cuatro saques de esquina, por ninguno el Madrid. En esos instantes, el centro del campo morado era un trampolín y Sisi era una flecha. En una de sus incursiones burló la salida de Casillas y centró a la cabeza de Llorente. El problema es que el delantero, que no se creyó tanta fortuna, puso la cara en lugar de la frente. Es bien sabido que hay arietes que no meten las fáciles y cuelan las imposibles. También ocurre con los ciudadanos de a pie, por cierto.

El Madrid, entretanto, se enredaba con las dificultades terrenales y divinas. Robinho se tuvo que retirar lesionado y fue sustituido por Drenthe. Poco después, Casillas se golpeó la mano derecha al chocar en una salida y, aunque el incidente no fue grave, comprobamos cuando se quitó el guante que su meñique vive atado al anular, como entablillado, lo que hace que el último de los dedos de la manopla viaje sin falange, sólo relleno de aire. La revelación es prodigiosa porque confirma que Iker tiene poderes sobrenaturales y que hay que apuntarle al meñique diestro.

Será casualidad, pero Robben cambió la banda derecha por la zurda, la suya, y empezaron a suceder cosas. A la media hora, Guti regaló a Raúl un pase formidable y el capitán lo aprovechó: regateó a Asenjo y marcó con la diestra, como suele en estos casos. El Valladolid se hundió en esas latitudes y el Madrid entendió lo sencillo que era atacar esa defensa tan adelantada. Bastaba con dársela a Guti y correr.

De esa forma encontró a Robben dos minutos después. Balón en profundidad y galope del holandés, que en el remate se jugó buena parte de su credibilidad. Fue gol y alivio. Quizá hasta más que eso. Es posible que Robben sea, desde ahora, mejor, más cercano a nuestras esperanzas y a su precio. Los complejos se quitan así.

Errores.

Raúl consiguió el cuarto tanto al transformar un penalti cometido por la inocencia de Asenjo (18 primaveras), que fue a interceptar a Baptista cuando el brasileño ya no tenía ni ángulo ni opciones, sólo humanidad descontrolada. Seguro que el chico aprenderá de esa jugada en concreto y de la paliza en general. Es posible que hasta prescinda de un meñique.

Con el Valladolid en pleno harakiri, un estupendo pase de Drenthe lanzó a Guti hacia el quinto gol. Según se acercaba a la portería, el poeta miró a quién pasar y luego disparó con la superioridad de los muy buenos. El balón entró por la escuadra, justo donde apuntó.

En la segunda parte, Mendilibar se echó una manta encima y dio entrada a Borja por Víctor. El equipo se hizo algo más sólido, pero a esas alturas era una gacela en el Serengueti. Pese a todo, un fallo de Casillas propició un par de remates sin portero, pero ni siquiera así. Hay noches que no.

Para recompensar al mejor jugador, el partido volvió a destacar a Guti, que encontró el sexto de una forma inverosímil: chut en semifallo y balón imposible que fue de la cruceta al palo contrario. Drenthe culminó la goleada con un gol por fusilamiento, casi un ensayo.

Mendilibar había firmado su Waterloo particular, porque la diferencia entre la valentía y la imprudencia es fina, y mucho más si enfrente está el Real Madrid, que es la banca en el casino del fútbol, la ley de la gravedad, lo que te cae encima o te pega al suelo, según lo quieras ver.