Realistas, 1 Optimistas, 0

Primera | Osasuna 1 - Zaragoza 0

Realistas, 1 Optimistas, 0

Realistas, 1 Optimistas, 0

Plasil devuelve al Zaragoza a su verdad. Osasuna ganó con un gol y esfuerzo. El equipo no tuvo fútbol, ritmo ni pegada. La UEFA continúa a cinco puntos

Es célebre aquel Partido de Fútbol Filosófico entre Grecia y Alemania que los Monty Python idearon en su espectáculo cómico Flying Circus, con Platón de portero, Sócrates de rematador y Aristóteles de defensa escoba en el lado heleno. Arbitraba Confucio con dos jueces de línea: Santo Tomás de Aquino y San Agustín. Kant les protestaba el gol griego (cabezazo de Sócrates a centro de Arquímedes) argumentando que, ontológicamente, sólo había existido en la imaginación de los colegiados. Marx agregaba que era una utopía... y también fuera de juego. Una broma refinada del grupo inglés. Pero la verdad es que la interpretación del Universo en el fútbol tiene mucho de escuela de pensamiento, de postura vital o de razonamiento interesado. Un poco de todo eso, y también un algo de mejoría objetiva, hubo en la evolución que quisimos observarle al Zaragoza en su victoria contra el Athletic hace una semana. Ayer, en Pamplona, la escuela realista ganó por 1-0 a la optimista. Tres puntos a favor de os que pensaban que el equipo no está para mirar a Europa, por mucho que se acerque.

Aún existe otra forma de explicar el partido, sobre la misma base argumental. Osasuna tiene un concepto de sí mismo mucho más realista que el Zaragoza, cuyo lastimoso rendimiento en el campo este año se impone al optimismo al que mueve su calidad. Osasuna sabe que apenas puede reunir sus esperanzas alrededor de dos o tres jugadores (Plasil, Dady y el mexicano Vega serían sus nombres) y que lo demás consiste en la colectivización del esfuerzo y la defensa de cada pequeña conquista. Y a eso se dedica con denodada resignación. Ayer resolvió con una jugada ejemplar de fútbol directo: un pelotazo del central Josetxo Plasil. Lego defendió su ventaja con rigor geográfico (todo el mundo por detrás de la pelota) y encomiable esfuerzo muscular. Plasil por dentro y Vega por fuera construyeron casi todo el fútbol que dio Osasuna, quien se orientaba siempre al norte con Dady. Esos tres son na versión casera del trío del Zaragoza. Y entre todos, los de un lado y los de otro, se repartieron el peligro.

Ni ritmo ni juego.

Oliveira y Milito habían sido los primeros en gozar de las ocasiones precisas para decidir un partido que siempre sonó igualado, y no precisamente en excelencias. Ricardo negó en un mano a mano al brasileño y enseguida usó el mismo guante para desactivar un disparo de Diego esde la derecha. El resultado negativo de ese episodio (dos o tres minutos de ventarrón hacia la media hora de partido) tuvo un notable efecto depresor en el Zaragoza, que pasó a jugar un ncuentro disminuido de ritmo, de fluidez y desde luego de peligro. Despojado de la pegada habitual de los tres de arriba, el equipo quedó retratado en sus actuales dimensiones:ua defensa otra vez vacilante, poco fútbol por afuera y un mediocampo que incurre con frecuencia en la ingravidez. Conforme avanzaba el choque, el equipo de Irureta e dejó llevar por un ritmo de juego monocorde, con ausencia de cualquier arista que el Osasuna tuviera que interpretar Poco a poco se volvió inocuo y dio igual que Jabo metiese peso en el medio con Zapater o vuelo por afuera con Óscar. Ya no inquietó ni a Ricardo ni a nadie Si acaso l zaragocismo, que ebería estar curado de espanto.

El decisivo tanto de Plasil no fue un gol utópico pero sí contuvo, a la manera del humor inglés, una rara comicidad Entre Brasil y Plasil hay al menos un par de consonantes de distancia. En el minuto 45, cuando los jugadores acusaban la querencia del descanso, aPlasil le llovió el balón n el área y lo bajó con un control tan mal hecho como bien orientado. Quizás eso explica que Sergio pasase de largo en su desordenada cobertura, dándole tiempo al checo ara el golpeo. El remate ambién careció de cualquier prestigio formal: más que pegarle, Plasilmordisqueó el balón. Luego la pelota cambió de dirección en el cuerpo de Ayala y, en consecuencia, César se tiró en falso. Muchas casualidades, s las suficientes para desatar un carnaval de suspiros en Pamplona.