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Primera | Athletic 1 - Barcelona 1

La casta bilbaína retrata al Barça

Los azulgrana juegan a placer una hora. Bojan metió el único tiro. El Athletic recurrió al amor propio al final e igualó. Sólo Deco no se borró

Jose L. Artetxe
Actualizado a
<b>PLETÓRICO. </b>Koikili, con Sylvinho encima, anuló a Messi.

El Barcelona perdió dos puntos en La Catedral. Tuvo todo de su parte y se dejó ir, pensó que ganaría por pura inercia y no concedió importancia al amor propio del Athletic, que a falta de otros recursos futbolísticos, tiró de casta para nivelar el marcador y enardecer a su fiel hinchada. Un punto que se antojaba imposible se sumó así a la precaria cuenta rojiblanca, uno de esos puntos que no entran en los cálculos más razonables y que pareció inaccesible durante tres cuartas partes del encuentro.

El empate castiga merecidamente a los de Rijkaard, cuya excesiva suficiencia les deslegitima para la lucha por el título. Que son buenos no se cuestiona, pero la competición y más su particular objetivo exige además un punto de tensión y de ambición, o inconformismo. Este factor impregnado en las camisetas locales y no otra cosa, fue a la postre lo que permitió que San Mamés festejase el pitido final, así como que viviese los últimos minutos en pie, agradecido y emocionado ante el coletazo de rabia de los suyos.

Amagó de salida el Athletic con un zurdazo de Orbaiz que se cobró un córner y luego, enseguida, se replegó en su terreno. No otorgar espacios y hacer de la acumulación de piernas un seguro fueron las bazas que trató de explotar. A ello respondió el Barcelona con grandes dosis de paciencia, alargando sin rubor sus posesiones, aunque a menudo la pelota solamente la manejasen Thuram y Puyol. Luego, cualquiera de los centrocampistas azulgranas se aproximaba para recoger y ganar unos metros, y así.

Unos esperaban y los otros también, aunque el Barça tenía a su favor que resultaba casi imposible que fuese sorprendido. Tan retrasado estaba el anfitrión que si robaba era a sesenta metros del área de Valdés. Cuando robó más arriba, Aduriz o Yeste se hallaron en clara inferioridad, aislados.

Al paso.

En fin, que Deco y compañía jugaron al paso, al tran-tran, confiados en que su calidad les acabaría dando la opción de desequilibrar la estructura rojiblanca. No ocurrió a menudo, pero un desmarque por el centro de Messi tuvo la virtud de provocar cierta confusión, y Deco anduvo listo para servir el rechace de Aranzubia a Bojan, quien cruzó con la zurda, según le venía, lejos del alcance del portero. Hubo quien se quejó de juego peligroso del argentino.

Una acción le bastó al Barcelona para tomar la delantera y dejar en evidencia al Athletic, que poco antes disfrutó de su única aproximación profunda. Sylvinho evitó en última instancia que Aduriz rematase ante Valdés con comodidad y el derechazo se marchó muy alto.

Este exiguo balance ofensivo certificó qué equipo se había beneficiado de la extraña placidez que presidió el primer período. Lógicamente, Rijkaard no tocó nada. Caparrós refrescó su ataque para el segundo tiempo e hizo debutar en Liga a Aitor Ramos, al que emparejó arriba con Garmendia.

Entonces fue el Barcelona el que adoptó una actitud más contemplativa, reservona, hasta metió a Edmilson. Que vengan ellos, fue su consigna. Y fueron. Los rojiblancos se afanaron, quisieron meterle otra marcha, ser profundos. Espoleados por el alarde físico de Javi Martínez, tiraron hacia arriba, aunque pronto chocaron con la falta de ingenio, precisión y fuerza, amén de con Puyol y los demás, serios en la contención.

Parecía que ni siquiera un codazo de Henry al rostro de Ocio sin balón por medio y que los jueces no vieron, alteraría una tónica marcada por la impotencia local, pero Garmendia encendió la caldera y en el tramo final se asistió a los apuros del Barcelona ante el empuje de un conjunto atípico en su composición, aunque orgulloso.

Con Ramos, Llorente y Garmendia, el Athletic se creció, mientras Deco no daba abasto y sus compañeros se borraban. Puyol pedía colaboración, en balde. El Barcelona acabó roto físicamente, como el Athletic, aunque en su caso con el depósito de la moral a rebosar. Entre los azulgrana se apreció incluso resignación, un pecado imperdonable, que le retrata. El punto sólo es rico para el Athletic. Muy rico.

El detalle. Henry agredió a Aitor Ocio

Fue un partido sin apenas nada reseñable en el apartado de entradas o malos modos, pero Henry perdió la compostura y estuvo en un tris de ver la roja. Con el juego alejado, Ocio porfió con el galo por ganar la posición, se agarraron, se empujaron, pero el asunto no quedó ahí, pues el azulgrana soltó un brazo con mala intención y golpeó el rostro del defensa.