El Madrid pone el turbo

Primera | Real Madrid 3 - Villarreal 2

El Madrid pone el turbo

El Madrid pone el turbo

Trabajada victoria ante un buen Villarreal. Robinho marcó dos goles y Sneijder sentenció. El Bernabéu sigue inexpugnable. El Barça, a nueve puntos

Al Madrid no lo detiene ni el amarillo, que es el color del azufre, del adulterio y de los herejes. Tampoco lo paró el Villarreal, que es un equipo estupendo que viste como murió Molière. Y no es que el líder no encuentre ni dificultades ni enemigos; es que salta sobre ellas y sobre ellos con la agilidad de esos atletas que vuelan sobre las vallas. Esa es la gran diferencia con el resto de equipos, los que aparecen nueve puntos atrás y mucho más lejos: la forma de resolver los problemas y deshacer los nudos. El Madrid se broncea con el sol que abrasa a otros equipos, se embellece con lo que apena a los demás.

Desde muchos puntos de vista era un partido para fallar. Conocer el empate del Barcelona incorporaba una obligación y desafiaba un destino demasiado evidente. La calidad del Villarreal exigía otro esfuerzo y el marcador por dos veces favorable reclamó una atención extraordinaria para no dejarse mecer y empatar. Pues cada una de esas pruebas fue superada con nota, con la audacia que permite salir de los embrollos a los héroes y a los campeones de Liga.

Resultó, por lo demás, un gran partido, generoso y expuesto, de buenos equipos y buenos entrenadores. Cuentan que Pellegrini fue un central mediocre que decidió hacerse técnico cuando un entrenador le obligó a perseguir al gran Caszeli por toda la cancha. La estrella, para humillar al escolta, decidió pasearlo por cada rincón del campo para divertimento del público. La zona y la pizarra se convirtieron en obsesiones del defensa Pellegrini.

Sea o no cierto, el hecho es que los equipos del chileno son ejemplos de coordinación y movilidad, modelos de buen gusto. Por eso el tercer puesto en la clasificación y por eso la resistencia a cualquier ausencia, ayer Pires, con un virus estomacal. Nada afectó al Villarreal, ni siquiera el gol tempranero del Madrid, ni el segundo, ni el tercero tardío. Lo intentó hasta el último metro de la última orilla. Y así se marchó del Bernabéu, disparando.

Don Guti. En la primera parte, Guti destacó sobre el resto de jugadores. Se lo pasó en grande y se dedicó a buscar centros perfectos como otros buscan atardeceres, olas gigantes o tréboles de cuatro hojas, cosas así, raras. Pronto quedó claro que había saltado al campo con la brocha y disfrazado de pintor parisino, porque Guti tiene dos boinas, la de artista y la del Ché. Y pinta o revoluciona.

La consecuencia es que a los ocho minutos uno de sus balones dibujó una zeta en el pecho del Villarreal. La pelota de la que hablo atravesó un bosque de piernas hasta que desembocó en Robinho, que abrió la última puerta y golpeó de primeras, sin preámbulos. Lo sencillo, en este caso, resultó mortal y sublime. El disparo, raso y cruzado, impidió que Diego López preparara la caída, algo que recomiendan sus dos metros de anatomía. Con ciertas estaturas, los porteros no se tiran, se arrían.

El Madrid adelantaba su conocida contundencia y parecía encarrilar el partido con una facilidad asombrosa. Sin embargo, el Villarreal no se inmutó en exceso y entonces comprendimos que esa es otra de sus virtudes: el sentido colectivo del juego impide que se contagie el desánimo.

Como si nada hubiera pasado, el equipo visitante tocó y se desplegó, fijando un destino a cada salida: el gol. Con ese estilo ordenadamente nómada, nunca tuvo muchos problemas para rondar el área de Casillas, lo que dejaba una sensación de amenaza permanente. El temor del Bernabéu se confirmó cuando Rossi recibió desde la derecha, aguantó el mordisco de Cannavaro y marcó con un tiro seco y violento, de ariete asesino.

El choque entró a partir de ese momento en un equilibrio excitante, porque cada uno ponía en la balanza sus virtudes más espléndidas. Así, el Madrid apostaba por la velocidad, la visión de Guti y el talento de Robinho, que no tenía más limitación estratégica que pisar lo verde. El Villarreal, a cambio, aportaba esa coreografía militar que disimula como soldados a jugadores de verdadero talento. En este caso sorprendió especialmente el joven Bruno, que es un centrocampista con criterio y aire de aristócrata.

Guti siguió a lo suyo. Probó un pase entre las piernas de un rival y poco después asistió a Salgado, que se encontró con los balones que decoran los sueños de los laterales. Su disparo voló demasiado y Diego López lo repelió con sólo poner los guantes.

La igualdad moral del partido se rompió al rato: Van Nistelrooy reclamó penalti en la siguiente aproximación del Madrid y dio la impresión de serlo, porque hay derrumbes que no se pueden fingir. Guti abrió a Raúl, el capitán cabeceó a la olla y en boca de gol el holandés fue desequilibrado por Godín, que le desplazó con el codo. La caída desmadejada del delantero y la cara de culpabilidad del defensa confirmaron las sospechas: crimen.

La primera parte se cerró con una falta lanzada por Guti que Diego López desbarató estirando su larga humanidad y con la inmediata contestación del Villarreal: Cazorla remató con peligro un contragolpe de Nihat.

En la segunda parte, el Madrid salió con una marcha más. Al poco de reabrirse el telón, Van Nistelrooy se tropezó contra Diego López, que a esas alturas ya era la figura de su equipo. El Villarreal reaccionó dando un paso hacia adelante y ya no tuvo tiempo de recuperar el terreno, de modo que un córner a favor se transformó en una pesadilla.

Todo sucedió muy rápido: Casillas lanzó la pelota hacia Guti y el pintor liberó a Ramos, que cabalgó el contraataque. Raúl disfrutó de la primera ocasión, pero se topó con Diego López. Acto seguido fue el propio Guti quien remató a bocajarro, con idéntico resultado y parecido paradón. Hasta que la pelota llegó a Robinho, que probó con lo sutil y buscó el palo y la colocación. Gol. Otro.

Insistencia. No se le hubiera podido reprochar el desánimo, pero el Villarreal continuó en la pelea. Y fruto de esa constancia fue el tanto de la igualada, que llegó en una acción confusa que resolvió un hiperactivo Capdevila rematando en el área pequeña. Empate y vuelta a empezar.

Faltaba un cuarto de hora, pero el Bernabéu no tuvo tiempo ni de levantar la vista al reloj. Robinho sacó de banda, Gago asistió por elevación y Sneijder, que todavía no había roto a sudar, marcó el tercero. Cygan reclamó una falta anterior de Raúl, pero lo cierto es que así te ataca el Madrid, física y moralmente, implacable.

Lo que prueba la estatura del Villarreal es que ni siquiera entonces se dio por vencido y su acoso final dejó al Madrid sofocado y pidiendo la hora. Luego el anfitrión celebró la victoria como si fuera un título, y tal vez no se equivoque demasiado.

El detalle: el récord de Iker duró 574'

El Villarreal era una dura prueba para la racha de imbatibilidad que acumulaba Casillas y al final se confirmaron los presagios. Al cuarto de hora Rossi batió al portero, algo que no sucedía desde que Munitis lo hiciera el 1 de diciembre, dejando en 574 minutos el récord sin encajar un gol de Casillas.