Zarpazo blanco en San Mamés

Primera | Athletic 0 - Real Madrid 1

Zarpazo blanco en San Mamés

Zarpazo blanco en San Mamés

Van Nistelrooy fulminó al Athletic. Primera parte igualada. El Madrid fue superior en la segunda. Schuster ganó la batalla del mediocampo

Si el apodo no tuviera dueño, el Madrid sería un león, o mejor una leona, que caza sin melena y no tiene moscas. Un felino, en cualquier caso. Un tipo de animal que no piensas que es feroz y corres el riesgo de confundir con un lindo gatito, porque muchos de los futbolistas son guapos y otros son chicos, y no se distinguen de los actores de alguna serie. Pero te equivocas si te acercas demasiado. El Madrid es un guepardo que te atrapa si corres y si no corres, también. No lo parece, pero es carnívoro, mortal y, desde hace 14 jornadas, líder.

El Athletic sufrió todas las virtudes de ese equipo que palpas antes de que te apriete el cuello. Le plantó cara y le rozó el corazón, pero al final le alcanzó el zarpazo que pretendía dar él. No fue una victoria del talonario, sino del talento y de la organización, porque el Madrid venció por juego y por plan, no por nombre.

Además de una batalla técnica, desde el principio se planteó una batalla táctica. En ese último esfuerzo de los entrenadores por sorprender al técnico rival, Caparrós adelantó a Iraola hasta el centro del campo y Schuster colocó a Torres como lateral izquierdo, en detrimento de Marcelo. El trueque de Caparrós trajo más consecuencias, negativas casi todas. Ustaritz, que es un central, se reubicó como lateral derecho a la espera de Robinho, que le enloqueció muy pronto. Tal vez Caparrós pensó que si el brasileño tiende a escapar hacia dentro no sería necesario contar con un vigilante en la banda. Pero le equivocó la generalización. Robinho buscó un par de veces la espalda de Ustaritz y la encontró enorme y lenta. Así que decidió insistir más de lo que se esperaba y menos de lo que debería.

La clave.

Si el Athletic se desangraba por ese costado también perdía terreno en el centro del campo. Allí, Javi Martínez, Yeste y David López se mostraban ligeramente inferiores al trivote formado por Sneijder, Diarra y Baptista. Y no es que los mediocampistas del Madrid asusten por su compenetración. Es simplemente que un par de toques los conectan con la línea de arriba o con Ramos al galope, y en esos suministros encuentran respiro y salida.

El Athletic tenía problemas en dar ese segundo paso y sólo Etxebe asistía a la línea de creación, lo que dejaba a Llorente demasiado aislado, en pelea desigual contra Pepe y Cannavaro. Yeste, por su parte, naufragaba al timón, sin presencia para marcar un rumbo y sin balón para trazarlo.

Si pese a todo el partido se igualaba en fuerzas y ocasiones se debía al corazón del Athletic y al clamor de San Mamés. Por cierto, un equipo así y una mayoría como esa no se merece la imagen tan desagradable que dejan los cafres que se reúnen detrás de la portería, en la posición teórica de cobardes con objetos arrojadizos.

Las dos primeras llegadas de verdadero peligro fueron locales. A los tres minutos, un balón se paseó por el área pequeña del Madrid sin que nadie lo tocara, ni blanco ni rayado. Muy poco después Cannavaro cometió un error estruendoso, de los suyos. El italiano intentó amortiguar con la cabeza para ceder al portero y entregó un balón mortal a Iraola, que no se creyó tanta suerte y tanto Casillas. Nada nos sorprende de Cannavaro, lo que nos asombra es que se le siga incluyendo en los onces ideales del fútbol europeo.

Entre el minuto diez y el 30 se contabilizaron los mejores momentos del Madrid en la primera parte. El motivo es que el equipo enlazó más de cuatro pases seguidos. Después de una combinación así se plantó en el área Raúl, que tiró un recorte fabuloso a Aitor Ocio y probó suerte con la derecha. Aranzubia despejó con apuros. No había tenido tiempo de ajustarse el nudo de la corbata cuando Robinho le buscó con un punterazo de pillo. "Toquen, toquen", reclamaba Schuster desde el banquillo. Y tenía razón.

Otra circulación parecida desembocó en un disparo cruzado de Sergio Ramos, muy cerca del palo, y reforzó la idea de que el Athletic sin balón no tiene apenas nada, sólo amor propio.

Fue entonces cuando Caparrós decidió buscar soluciones sobre la marcha: Iraola bajó para tapar a Robinho y Ustaritz escaló hasta el pivote, donde no podía romper nada. El equipo se sintió como un león al que le quitan una astilla.

Un minuto más tarde, Koikili subió por banda (debió hacerlo más), centró con rosca y Llorente cabeceó como mandan los manuales del delantero. Su desgracia fue que Casillas obró el milagro como relatan los libros de los santos. En esa jugada Pepe salió al paso de Koikili y cometió su único error de la noche. La razón: exceso de energía. Está a un nivel que a partir de ahora no le perdonaremos ni los estornudos.

Pero no había dictaduras estables. Cada rugido del Athletic se respondía con un espadazo del Madrid, que domina el esgrima y su coreografía. El equipo de Schuster, más que sólido y contundente, es ágil como un mosquetero. La falta de peso de sus centrocampistas dibuja un equipo más liviano, muy del tipo de Errol Flynn. Muy lucido contra rivales con daga y muy arriesgado frente a enemigos con pistola, como hemos visto y veremos.

Pasada la media hora, Ramos y Pepe se reunieron para cabecear a gol un saque de falta de Sneijder, pero el árbitro señaló fuera de juego, y lo era. No obstante, el olfato de la sangre espoleó al Madrid, que sintió que el partido le recordaba bastante a los de Murcia y Bremen, cuando pudo ganar y no lo hizo. Caparrós debió advertir lo mismo y dio entrada a Orbaiz por Ustaritz.

Sentencia.

En la segunda mitad, a los nueve minutos, Van Nistelrooy terminó con el debate. Raúl robó un balón, el holandés condujo el rechace y cuando divisó portería disparó con el interior de la bota buscando el ángulo que se le abría. Y lo encontró de pleno. El balón voló fuerte y colocado y Aranzubia ni voló ni se coloc sólo manoteó como quien evita un moscardón gigante.

Ya lo sabíamos, pero conviene recordarlo. Rutgerus Johannes Martinus Van Nistelrooy vale oro y merece el nombre entero. Anoche demostró que su importancia trasciende a la del rematador puro, el chupagoles de toda la vida. Tiene talento para participar en la jugada e inventarla si es preciso. Sin él, no sería posible el Madrid que ganó el pasado campeonato y el que lidera la presente Liga. Representa la excepción de las renovaciones en la treintena.

El Athletic acusó muchísimo el gol. En situaciones así, los equipos sin un estilo definido pierden el plan y el disfraz de ogro. Y la victoria en Mestalla no debería engañarnos sobre un equipo que está todavía en formación, tratando de entender a Caparrós.

El Madrid disfrutó de los minutos que siguieron y se apoderó del balón. Van Nistelrooy pudo marcar el segundo, pero después de regatear a Aranzubia vio cómo le arrebataban el balón, justo cuando le faltaba un soplido para marcar.

Robinho se unió a la fiesta y bicicleteó delante de Amorebieta, al que venció por desesperación. Después, el chico chutó con todas sus fuerzas de peso ligero y el balón se estrelló en el poste y salió brincando por la espalda de Aranzubia.

Quedó tiempo para un último arreón del Athletic, desordenado pero heroico, con el portero al remate. Entonces le faltó suerte o talento, o seguramente méritos. Se equivoca quien equivoque la verdadera fuerza del Madrid. Los gatos no comen antílope.