El Madrid toca el cielo

Primera | Real Madrid 4 - Espanyol 3

El Madrid toca el cielo

El Madrid toca el cielo

Duerme líder después de una remontada épica. Fue perdiendo 0-2 y 1-3. De nada valió el hat-trick de Pandiani. Higuaín completó el milagro

Para este Real Madrid las dificultades no hacen otra cosa que embellecer su hazaña. Cuantos más problemas, más hermosa. El equipo ha alcanzado un estado anímico en que nada le parece imposible, ni siquiera lo que resulta contrario a la razón. Como perder 0-2 y ganar. Como caer 1-3 y vencer. Y que todo suceda en el mismo partido.

No hablo de fútbol, de juego, de esa combinación armoniosa que nos empeñamos en exigir a los que ganan. Estoy hablando de una clase de determinación, tan poderosa, que se lo lleva todo por delante, a los rivales y a los críticos de música. El Madrid ha decidido ganar la Liga y no hay nada capaz de detener eso, o no lo parece.

Si la de ayer hubiera sido la última noche del planeta Tierra, partículas de madridistas recorrerían el cosmos con la sonrisa en los átomos, plenas de felicidad y satisfechas por una existencia que no pudo imaginar un final mejor. Visto lo que sucedió anoche, al Madrid ya no le hace falta lo que resta de Liga ni lo que queda de mundo recalentado. La conquista del liderato, aunque sea momentánea, cumple un primer milagro de resurrección que se celebró en el Bernabéu con el éxtasis que se suele reservar a los títulos, a los grandes títulos. Más que una Copa (todas repetidas) el madridismo ha recuperado a su Madrid, su escudo y su camiseta. Eso festeja. Que ya no hay explicar a los niños por qué visten de blanco.

Y estoy por asegurar que este no es un sentimiento exclusivo de los aficionados. También ha calado en los futbolistas, que son la carne vuelta a la vida. Sólo así se entienden las muestras de euforia desatada, sólo así se comprende que un tipo comedido como Van Nistelrooy muestre al público la camiseta de Higuaín como festejo al cuarto gol o que Emerson, al que creímos desahuciado y montando un bar, haya recuperado el tono y la sonrisa. Nada es imposible. Ni siquiera Capello.

Entre tanta fiesta, el Madrid tendrá que agradecer al Espanyol su formidable oposición, una resistencia que engrandece el triunfo ajeno y perdona la derrota propia. Ignoro si en la confianza del Espanyol, pensando en la final de la UEFA, quedarán secuelas invisibles de la victoria que se escapó. Sería un error, porque su encuentro, en planteamiento y valentía, resultó soberbio. Es verdad que en la segunda mitad fue arrollado, pero no fue por bajar los brazos, sino porque resulta casi imposible mantenerse en pie cuando el Madrid empuja con el Bernabéu a la espalda y sus 105 años detrás.

Engaño.

Para Pandiani quedará el premio agridulce de haber marcado tres magníficos goles en el Bernabéu y haber salido derrotado, si bien, cuando él abandonó el campo, el Espanyol todavía resistía el empate. En ese cambio se descubrió qué delantero jugará en Glasgow, pero nunca sabremos, ni nosotros ni el Rifle, de qué hubiera sido capaz en su noche de la suerte.

Como las grandes sorpresas jamás se anuncian (dejarían de serlo), el partido arrancó decidido a engañarnos. Parecía fácil para el Madrid. Un primer córner a los 38 segundos, un tiro de Van Nistelrooy en el primer minuto y un par de llegadas peligrosísimas a los seis: dos centros por banda que estrenaron una serie infinita de exclamaciones del respetable. Con ese ritmo se movía el aspirante, con la confianza del que pretende resolver pronto el enigma.

Sin embargo, no se había cumplido el cuarto de hora cuando Rufete recuperó un balón en el centro del campo y se inventó un contragolpe perfecto. Corrió, hizo la pared con Jónatas para librarse de un defensa y, finalmente, confirmada la superioridad, centró a los pies de Pandiani, que marcó con la zurda de un solo toque, impecable.

Creo que ni eso quebrantó los ánimos locales. A quien le ha costado tanto entusiasmarse le resulta difícil recordar dónde guardó los miedos. Así, aunque Pandiani volvió a avisar con un remate alto, el Madrid se atuvo al programa oficial. Diarra puso a prueba a Kameni con un buen cabezazo y después Van Nistelrooy hizo lo propio. Cuestión de tiempo.

Pero Pandiani volvió a marcar. Fue en una contra de manual, aunque en este caso la asistencia de Rufete voló más y convirtió el remate del uruguayo en extraordinario. En ese instante, se oyeron los primeros murmullos. Duraron tres minutos, los que tardó Van Nistelrooy en acortar distancias. Raúl centró desde la izquierda, Roberto Carlos peinó (paradojas de los calvos) y el holandés golpeó a bote pronto; luego, se santiguó.

La intervención de Roberto Carlos en el gol (propio) resumía el balance de sus últimos tiempos de blanco: apariciones exquisitas y ausencias desesperantes, un gran recurso en ataque y una banda, la suya, que se ofrece al contrario. Por allí llegaron, no lo dije, los dos goles del Espanyol.

Error.

Cuatro minutos después de que el mundo recobrara la verticalidad, volvió a quedar boca abajo. Undiano y su asistente, más conocido como Fermín el del Banderín (apodo que le empuja al lado oscuro), pasaron por alto dos fueras de juego. Moha recibió en posición antirreglamentaria y, tras insistir, encontró a Pandiani, que también estaba en orsay. No obstante, ni la ceguera doble disculpa que la defensa madridista se quedara quieta reclamando la sanción, pasividad que aprovechó el Rifle para marcar el tercero.

De esa manera acabó la primera parte y con ese marcador fue atrayendo el partido espectadores desde cualquier rincón del fin de semana, en busca de confirmación del resultado. Capello, como ha ocurrido últimamente, se vio obligado a mover ficha: cambió a Guti y Cicinho por Reyes y Helguera. No se entendió muy bien el cambio, pero cuando uno está en racha hasta las improvisaciones le salen en verso.

No exagero: a los tres minutos de la reanudación, marcó Raúl. Roberto Carlos centró desde la izquierda, Van Nistelrooy taconeó en escorzo digno del Bolshoi y Raúl se encargó de lo demás: bajó con el pecho y fusiló con la derecha. El Madrid cumplía los plazos de la remontada. Independientemente de la influencia del viento, con Ramos de lateral derecho, el Madrid ganó en profundidad y emoción. Y es que un jugador con esa capacidad para contagiar entusiasmo no puede estar recluido en el centro de la defensa. Mala noticia para Cicinho y buena para Metzelder.

Con el partido inclinado hacia el Madrid, Reyes marcó el tercero. Un pase de Emerson a Higuaín complicó a Chica, que se complicó más aún al ser embestido por un precipitado Kameni. El balón quedó perdido y Reyes marcó solventando las dificultades, que eran varias. La mayor: que apenas había ángulo. Curioso el caso de este futbolista que, pudiendo, no ha querido triunfar en el Madrid.

El empate, insospechado once minutos antes, resultaba insostenible. Y eso lo sabía todo el mundo, especialmente el Espanyol. Su modo de interpretar el partido, pulcramente académico, no era suficiente para capear el temporal. En su mérito está apostar por el juego. Pero a esas alturas el partido se jugaba en otro lugar: el corazón.

Pese a todo, Luis García tuvo la victoria. Cuando su gol parecía hecho, lo desbarató Casillas, arrebatándole el balón del gatillo. El resto fue un monólogo del Madrid. El tiro definitivo lo dio Higuaín y fue un premio a la voluntad. Peleó un balón cualquiera y lo transformó en pared con Reyes y gol por bajo que subió hasta el cielo. Allí se encuentra, ahora mismo, el Madrid. A ver quién lo baja.