Riazor golpea de nuevo

Primera | Deportivo 2 - Real Madrid 0

Riazor golpea de nuevo

Riazor golpea de nuevo

Reportaje gráfico: jesús aguilera, JESÚS SANCHO Y YAGO GUERRA

Otro naufragio del Madrid ante un Depor espléndido. Arizmendi, sensacional. Capdevila y Cristian sentenciaron. Valerón volvió a jugar.

Desde anoche serán quince años y quince partidos los que acumule el Madrid sin ganar en Riazor, sin perder el Deportivo. Como si nada hubiera ocurrido desde la última cita, el guión volvió a repetirse y bastó el entusiasmo local, su corazón, para derribar a un enemigo que sólo añadió la novedad de una caída rápida y estrepitosa, ni un solo tiro entre los palos de la portería contraria, lo que es tanto como sufrir el asalto al fuerte sin desenfundar siquiera. Así hay momias petrificadas en Pompeya: sentaditas, con gesto de hace calor.

Y como suele ocurrir en estas exhibiciones anuales del Depor (día del orgullo coruñés), el equipo designó una estrella, que en otros tiempos fue Claudio, por ejemplo, y que ayer fue Arizmendi, cuyo juego resultó sencillamente sublime. El chico estuvo a punto de marcar un gol reservado a un genio renacentista. Si no culminó la hazaña fue sólo por un exceso de timidez: después de recorrerse medio mundo, le dio vergüenza entrar con el balón en la portería, así que disparó al poste. Su siguiente perla fue la asistencia que propició el segundo local, tras humillación a Cannavaro, al que tatuó su largo apellido en la espalda.

Para el Deportivo la victoria será terapéutica, no cabe duda, pues despeja incertidumbres y fantasmas, al tiempo que recupera la credibilidad en el proyecto de Caparrós, presente en cada choque y en cada cruce. Sí, su ánimo guerrillero fue el del equipo. No hay que lanzar las campanas al vuelo, porque no se puede exportar el talento, pero al menos se dispone del crédito infinito de la juventud. Espero que nadie dude de la conveniencia de ser un pobre joven antes que un rico viejo. Al menos los viejos no dudan. Pasemos al Madrid.

Alguien pensó este verano que los problemas del equipo (tres años en la sombra) se arreglarían con un sargento con medallas en la pechera y demostrada pericia a la hora de formar cadetes aplicados. Pero en este caso el dilema no era únicamente una cuestión de disciplina y orden, de sudor y sacrificio, eso que los teóricos llamarían cultura del trabajo. No niego esa carencia, pero era más.

Hay un ambiente viciado en el equipo, un espíritu que no se renueva con la llegada de media docena de futbolistas. Al contrario: comenzaría a solucionarse con el descarte de una cantidad aproximada de señalados jugadores. Sí, desde hace algunas temporadas ya, son más trascendentes los descartes que las incorporaciones, fichajes que se pierden nada más llegar, arrastrados por esa deriva destructiva, contagiados por esa autocomplacencia que niega el declive y que vive en permanente venganza con quienes lo apuntan ("se nos falta al respeto", dicen).

Error fatal.

Sin embargo, nadie se ha atrevido a asumir ese desafío final, mucho menos lucido que fotografiarse junto a los nuevos rostros. Hablo de dar de baja a las estrellas, renovar el ambiente, descargar la plantilla, liberarla de santones, vender, cambiar casi todo para que esto siga siendo casi lo mismo que fue: el Real Madrid, antes muertos que rendirse. Pero no. Cada nuevo proyecto, y ya son unos cuantos, se intimidó o se deslumbró ante los nombres y su prestigio, de modo que en lugar de afrontar la renovación se procedió a la acumulación. Mediapuntas, Balones de Oro, campeones del mundo, bellas promesas. Más madera. Pero sobre leña mojada. Y eso no arde.

Es curioso como esa benevolencia se hizo extensiva a técnicos y directivos, que proclamaron y aún proclaman (ya menos) el liderazgo de futbolistas que hace tiempo que no aparecen en las listas que señalan a los mejores. Conspiración mundial.

Capello también cometió ese error. Y ahora se lamenta. Ayer, en concreto, parecía abatido, sin los aspavientos habituales. Como si entendiera, al fin, que su poder de convicción no es suficiente. Que falta algo. Que sobra, más bien.

Y temo que el fracaso amenaza con desquiciar al entrenador, que igual aparta jugadores que los acerca, o que cambia de banda a los futbolistas sin considerar la inclinación natural de sus extremidades inferiores.

A pesar de contar con el lateral de la selección brasileña, Capello alineó a Sergio Ramos de lateral izquierdo, ejercicio de travestismo que el equipo pagó caro. No conforme con esa extravagancia, se dejó a Robinho e Higuaín en la grada, dos revulsivos evidentes. Gago sí fue titular, pero sólo sirvió para confirmar que la ola lo devora todo, diademas incluidas.

Para el Madrid todo fue correr contra el viento huracanado. Nada más empezar se lesionó Guti, que fue sustituido por Beckham. Ni antes ni después fue capaz de organizar una sola jugada coherente, una triangulación notable.

A los nueve minutos llegó el primer gol local. Capdevila ejecutó una falta directa y De Guzmán se apartó para que el balón se colara por ese agujero inesperado. El movimiento fue de cierta habilidad, pero sobre todo nos descubrió la inocencia de una defensa teletubbie.

Pobre Iker.

Cada acercamiento del Deportivo era un susto considerable para Casillas, al que alguien debería indemnizarle por esta juventud que se le consume tan rápido. Además de Arizmendi, para la defensa blanca el ex madridista Riki también era una verdadera pesadilla, en la doble acepción del término, pesado y ladilla. Un punterazo de Emerson que amenizó sobre el Atlántico fue la única salva que disparó el Madrid en la primera parte.

En la segunda, el panorama apenas cambio, ya digo de los discursos de Capello han perdido todo su efecto. El gol del joven Cristian (muy listo, muy rápido) provocó los primeros cambios: Ronaldo y Marcelo, por Gago y Salgado. Algo así como sustituir judías pintas por manzanas reinetas. El nuevo mediocampo del Madrid quedó formado por Beckham, Emerson y Raúl. Ronie dispuso de una buena ocasión, pero el árbitro ya había pitado (miedo) cuando disparó al limbo.

Mucho antes del final del encuentro, el Deportivo ya se sintió vencedor, pues el Madrid, en lugar de asediar, deambulaba sin orden ni concierto, su entrenador sentado en el banquillo, exactamente como en Pompeya.

El ambiente era tan primaveral en Riazor que Caparrós decidió dar entrada a Valerón por Arizmendi, lo que reunió los aplausos que merecían ambos en un inmejorable y teatral golpe de escena. Hay veces que la vida se despliega como un atlas, dijo Serrat.

Como todo el mundo sabe, lo peor de las noches abracadabrantes es la resaca. Y habrá mucha en el Madrid. Esta derrota no es una más, ya van seis. Es un torpedo en la línea de flotación de la esperanza. El Depor, en cambio, vive la dulce sensación que significa estar vivo. Y lo que es más interesante: coleando.