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Primera | Valencia 0 - Real Madrid 1

La virtud del francotirador

El Madrid vuelve a exprimir su efectividad. El Valencia desperdició sus ocasiones. Villa sólo aguantó un cuarto de hora. El gol de Raúl sentenció

Actualizado a
<b>DECISIVOS. </b>Raúl y Silva, dos de los más destacados.
Reportaje gráfico: jesús aguilera, jesús rubio y alberto iranzo

Ladran, luego cabalgamos. Eso debe pensar Capello. Las críticas fortalecen y los silbidos alimentan. Los resultados le dan la razón: trece jornadas después, el equipo está a sólo tres puntos del Barcelona, el líder. Ya no puede ser casualidad: hay un camino hacia la victoria (el triunfo, en general) que no necesita del buen juego y que, por tanto, se libera de la dependencia de la inspiración para sostenerse únicamente en la transpiración. Las musas son frívolas, poco puntuales. La disciplina y el orden, en cambio, son virtudes responsables y metódicas. Nos equivocamos al reclamar hermosura, arte o coreografía. Capello no es un director de orquesta, ni Nureyev; ni siquiera es Poti. Es un ejecutivo, un ejecutor. Un profesional, el señor Lobo. No baila. Arregla.

Por eso al capellismo le importa poco de qué modo ganó el Madrid en Mestalla, porque ganó. Y la mala fama, su cruda efectividad, se ha terminado por convertir en una leyenda que, al tiempo que aterra a los enemigos, agranda a su propio ejército. Unos se sienten víctimas a priori y otros francotiradores implacables, basta un tiro, debe bastar. Y bastó. Bang. Gol.

Como en otros muchos encuentros, el Madrid saltó al campo sin más objetivo aparente que protegerse, sin descaro pero sin rubor. Como si dejar pasar el tiempo fuera el primer paso hacia el triunfo. Como si antes de afrontar el partido hubiera que pelarlo de todo lo accesorio, del impulso local, del ánimo del público. De todo eso que nos emociona pero que debe engordar tanto.

La táctica es arriesgada, pero ayer volvió a dar resultado. Durante los primeros minutos, el Valencia arrinconó al Madrid, pero no consiguió doblegarlo. En esos instantes, el equipo de Quique todavía tenía un aspecto imponente, con Silva y Joaquín por las bandas, con Villa en la punta del ataque. Sí, finalmente jugó Villa, pese a la recomendación de los médicos, que son unos señores con bata que no opinan, diagnostican; que no intuyen, radiografían.

A los 15 minutos, Villa se resintió y pidió el cambio, lo que dejó su compromiso en capricho, en papelón lamentable. Vicente le sustituyó y el asunto no quedó en anécdota, porque dio la impresión de afectar a todo el equipo. Como si el inconveniente fuera un presagio. Ya se sabe que quien duda lo lee todo, hasta los posos del café.

En pleno acoso del Valencia, Silva reclamó penalti de Cannavaro y por su forma de desplomarse lo pareció. Además, de un tiempo a esta parte el italiano se ha convertido en sospechoso habitual. Anda atolondrado, nervioso. No habían pasado diez minutos y ya había visto una tarjeta amarilla. Y el árbitro le perdonó la segunda poco después. Entretanto, agarró varias veces a Baraja con tanto ardor que pudo incurrir en penalti o amor.

En el minuto 18 se registró el primer acercamiento madridista: un disparo lejano de Robinho. El brasileño se movía por la derecha, mientras Reyes estaba instalado en la izquierda. La novedad era reconfortante, aunque ninguno de los dos explotó los encantos del precipicio. Pero es un comienzo por normalizar el sistema.

Los agujeros.

El Valencia se perdía y el Madrid se desperezaba. Van Nistelrooy ponía a prueba lo reflejos de Cañizares y Robinho volvía a intentarlo. No es que los blancos pasaran a dominar el encuentro, es simplemente que se colaban por los agujeros que dejaba su enemigo. Eso debe ser manejar el tiempo.

En la única ocasión que Joaquín superó a Roberto Carlos estuvo cerca de llegar el gol valencianista. Su centro, después de muchas peripecias, acabó en un remate de Silva a la remanguillé que acarició el poste. Muy poco, por cierto, para el talento que se le supone a Joaquín, para su prestigio, para su precio. En estas edades (25 años, la suya) y en estos equipos es donde se calibra la verdadera altura de los futbolistas. Y ayer él era la estrella con más galones del Valencia. No ejerció.

Otro de los focos del partido alumbraba a Raúl, que se recolocó en los terrenos de Guti. Se esforzó, pero su instinto le conduce por otros derroteros: tocar y marcharse. Él no es una boya. Pese a todo, el Madrid no acusó el problema, porque se ahorró el trámite.

El choque se comportó como un bosque en otoño. Se fueron las hojas y predominaron los troncos, las ramas y los pinchos, ese panorama un poco espectral. En el subsuelo, las trufas.

En la segunda mitad, Capello relevó a Cannavaro y dio entrada a Mejía, que cumplió a la perfección. Entonces llegó el zarpazo. O tal vez no fue eso, sino la consecuencia del paso del tiempo, demasiados minutos para apuntar, para ajustar la mirilla. Reyes caracoleó en el centro del campo, inclinado a la izquierda. Como no estaba muy fino, nos desesperó por no soltar la pelota pronto, Roberto Carlos se la pedía. Sin embargo, su movimiento nos descubrió una jugada brillante. Lo suyo no era sobe, era distracción. La demora en el pase dejó a Roberto Carlos enfilado hacia Cañizares y convirtió su asistencia en mortal. Raúl culminó con un chut seco y raso, incontestable. Muy Raúl.

Los fallos.

El golpe para el Valencia era durísimo, pero quedaba un mundo. Un par de minutos después del gol, Angulo desperdició la primera de sus fabulosas ocasiones. Joaquín chutó, Iker rechazó a duras penas y Angulo, solo, se enredó con algún espíritu, porque de otro modo no se explica. Su siguiente oportunidad, al filo de la conclusión, también fue clamorosa. Silva le cedió de cabeza y su remate fue alto, totalmente descontrolado. Raro, porque es buen futbolista.

Cómo estaría Quique de desesperado que hizo jugar a Tavano, ese delantero que nadie tiene muy claro si lo es o si existió. Un favorito del público porque la gente es buena y se apiada. Un fichaje de Carboni. El único balón que tocó el muchacho lo empujó con el pecho, por lo que sus pies siguen siendo una incógnita. El Valencia se resistía a su suerte (mala), pero el Madrid ya era el dueño, hacía minutos. La salida del balón mejoró con De la Red y el equipo en su conjunto se sintió ungido por esa leyenda que te monta la victoria a la grupa sin que sepas bien por qué.

No es sólo que el Madrid siga en disposición de luchar por la Liga, es que ayer dejó casi eliminado a un adversario. El Valencia ya está a once puntos del Barça. En su caso, lo peor no es la distancia. Son las dudas.