El Madrid cae con sus armas

Primera | Real Madrid 1 - Celta 2

El Madrid cae con sus armas

El Madrid cae con sus armas

Reportaje gráfico: jesús aguilera, carlos martínez, felipe sevillano, helios de la rubia y macario muñoz

Un Celta más efectivo se llevó los puntos. Los blancos merecieron el empate. Pinto fue decisivo. Ronaldo y Van Nistelrooy coincidieron 19 minutos.

Es verdad que no mereció perder el Madrid, que hizo bastante más que otras veces en las que ganó. Es cierto que el empate hubiera sido un resultado más justo, más acorde con lo visto, con los méritos de unos y otros. Eso no se discute. Así que puede lamentarse el madridismo y patear los botes de la calle, pero no se admiten las quejas si proceden del entrenador, predicador de la efectividad y el resultadismo. De eso ha vivido y de eso se murió ayer, en su primera derrota en el Bernabéu después de 30 partidos al frente del equipo, repartidos, y el dato no es espumillón, en dos temporadas separadas por diez años. Y una década, en su enésima acepción, es una piedra que te cae encima cada diez años. Por eso se resienten los huesos y cuesta retomar el hilo, y aunque te pareces al de antes, ni tú eres el mismo ni los demás acompañan.

Sí, antes de dedicarse al Celta, hay que reconocer el esfuerzo del Madrid, sus arreones y, por momentos, su entusiasmo. Todo eso concentrado en la segunda parte. Sin embargo, también conviene señalar que hablamos de un equipo repleto de cabos sueltos y que fue su falta de empaque la que le hizo perder el partido. Dicho de otra forma: el Madrid no es dueño de su destino. Está demasiado expuesto a los achaques propios y al talento ajeno. No es un transatlántico, es una goleta en medio del océano.

El diagnóstico es más amplio: es como si Capello no hubiera dado todavía con la tecla maestra y eso le obligara a hacer pruebas sobre la marcha, a mover piezas con la esperanza de que alguna combinación dé resultado. Del pivote hacia atrás lo tiene más o menos claro, pero desde allí hacia delante cabe cualquier cosa: un delantero por definir, dos, los mediapuntas cambiados de banda o ambos en su posición natural. El experimento todavía no ha dado resultados positivos, de ahí el baile, sólo se sabe que la concentración de buenos jugadores está directamente relacionada con la creación de ocasiones. Las mejores que tuvo el Madrid llegaron cuando coincidieron Ronaldo y Van Nistelrooy y el peligro se debió tanto a su empuje como al terror que desató la pareja en el Celta, que casi muere de miedo y rinde el fuerte.

Aquella parecía una apuesta valiente de Capello, un gesto de ganador: tras el descanso, Reyes y Van Nistelrooy en lugar de Robinho y Diarra, ambos negados y desesperantes. Dos arietes y un mundo por delante. Una de las noticias de esa recolocación fue que Raúl se situó en la izquierda y mejoró mucho, porque por lo menos centró a gusto; ya que te mandan al exilio, que te envíen a un país donde se habla tu idioma.

No se había alcanzado el minuto 65 cuando Capello sustituyó a Ronaldo por Beckham. No dudo de que Ronie estuviera jadeante, pero me temo que al entrenador le decidió un disparo de Nené al larguero. Vuelta a cambiar, a mover la coctelera. Sin éxito. Y cuando los jugadores son de cierta categoría y ponen ganas las culpas del mal juego señalan invariablemente al técnico que no los encaja.

Sutilezas.

Mientras salía humo del laboratorio del Madrid, el Celta se mantenía en el filo de la navaja. Es un equipo románticamente suicida. Sabe tocar y toca mucho. Y eso luce y se agradece. Su problema es que se protege mal, que no tiene cambio de ritmo y que desprecia los recursos de los forajidos, el patadón y el tentetieso. Llueva o truene, toca; gane o empate, toca. Por placer, de acuerdo, pero metiéndose en líos monumentales cada vez que pierde un balón y pierde bastantes. Se comprende bien el estado de nervios de su inquieto entrenador.

A los ocho minutos el Celta ya se había desplegado como un equipo exquisito. A los diez supimos que los arabescos eran laberintos de difícil salida si no estaba Nené por allí. Así que no extrañó que el primer aviso lo diera el Madrid: cabezazo de Ramos que detuvo Pinto, buen pase de Guti. Volvió a tocar el Celta y volvió a disparar el Madrid, esta vez Ronaldo. Su chut fue duro, pero lejano, los que sueña Pinto para hacer el salto del ángel y enseñarnos los deltoides y otros lujos. En esos vuelos no es Pinto, es pintón.

Sin demasiada belleza, el partido al menos era intenso. En el mediocampo, Oubiña le ganaba el duelo a Diarra, cuya desaparición es inversamente proporcional a la progresiva resurrección de Emerson, todavía en fase zombie. Lo intuíamos: son dos cuerpos distintos para un mismo jugador.

Ya se había superado la media hora de partido cuando el rondo del Celta se transformó en posición de combate. Bastó que el balón llegara a Canobbio y Nené. Falló Emerson y su contragolpe fue fulgurante. El brasileño lanzó al uruguayo y cuando este se adentró en el área mandó un centro perverso que remató su cómplice con la derecha, y no era sencillo, porque el pase no venía templado, sino ardiendo. Nuevo axioma. No hace falta ser ojeador, es suficiente con tener oído: los buenos futbolistas cantan.

En el borde del descanso, Raúl botó un córner (curiosa innovación) y Emerson lo cabeceó con estilo y tan cruzado que ni siquiera la infinita anatomía de Pinto pudo atraparlo. Imagino que para el goleador fue una inyección de autoestima, pero lo celebró raro, sin dejar que le achucharan.

El Madrid de la segunda parte fue otro equipo, supongo que por los cambios y el rap de Capello (o rapapolvo). El equipo tiene furia y eso es algo. Fruto de ese orgullo (nada que ver con el juego) se sucedieron las oportunidades. El Celta, tocando.

Beckham dio agilidad al juego, pues le añadió desplazamiento en largo y Sergio Ramos hizo una exhibición de casta por la banda derecha en concreto y por el aire en general, porque lo remata todo. Ajeno a ese volcán, Nené dispuso de una magnífica ocasión en una contra, pero se emborrachó de talento e intentó un recorte imposible. No tragó Cannavaro.

Resolución.

Y tampoco debía tragar bien Fernando Vázquez porque sustituyó en el intervalo de siete minutos a Canobbio y Nené. Aquello era como pedir tablas. Y no era mal trato para él, desde luego. Especialmente cuando todavía retumbaba el último acercamiento local: un pase de Van Nistelrooy a Raúl que estuvo a punto de significar el segundo del Madrid. Lo evitó Pinto. Por cierto, el holandés parecía espoleado por el partido de Ronaldo, que estuvo más que aceptable porque estuvo visible. Difícil elección.

Si un par de frivolidades de Robinho le costaron el cambio en el intermedio, no quiero pensar el futuro que le espera a Reyes, tal vez flexiones en el barro y limpieza de letrinas pestilentes. Una imperdonable pérdida suya provocó el segundo tanto del Celta. Ángel, un estupendo lateral derecho, aprovechó el regalo y lo compartió con Jorge Larena, que golpeó cruzado y raso. Pura efectividad. Duele que te roben una frase. Imaginen una filosofía.