El Milán-Inter fue un partidazo. Por regla general, en la Serie A no hay demasiadas alegrías, y mucho menos en el derby lombardo. Pero anoche no fue así. Hubo de todo en el partido, pero sobre todo muchos goles, siete en total, muchas tarjetas (nueve amarillas y una roja para Materazzi por doble amonestación) y emoción. Mucha emoción.

Porque el Milán, que jugaba como local, perdía tres a cero en el descanso. Ancelotti debió recordar la final de Estambul que le remontó el Liverpool, y optó por una táctica similar. Hizo un triple cambio en su equipo (se supone que tras una bronca monumental en el vestuario) y le funcionó. En la segunda mitad el Milán barrió del campo al Inter y estuvo a punto de empatar el partido. Kaká marcó el tercero de los rossoneri en el tiempo añadido, y aún después tuvo otra ocasión Gilardino. Pero no llegó a tiempo para empatar porque la primera mitad fue un paseo para el Inter, que barrió del campo al rival. No hubo opción para el Milán en ese período, y fue anulado por completo. El Inter era más fuerte, más rápido y mucho más contundente. Y además tenía a Crespo, que hizo el primer gol y fue una amenaza para los que un día fueron sus compañeros.

Y mientras, el árbitro, Farina, se las apañaba como podía para frenar el ímpetu de los jugadores. No tuvo más remedio que tirar de tarjetas ante el repertorio de patadas, protestas y picardías de los futbolistas. Mostró la amarilla a Vieira, Gattuso, Inzaghi, Maicon, Maldini, Pirlo, Julio César y a Materazzi en dos ocasiones.