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Mundial 2006 | España 4 - Ucrania 0

España enseña los dientes

Magnífico recital de la Selección. Shevchenko anulado. Villa, doble goleador. Torres, la guinda

Actualizado a
<b>ARTILLERO. </b>Villa marcó el segundo gol de España de lanzamiento directo y el tercero al transformar un penalti.

La emoción, la misma ansiedad que precede a las campanadas de fin de año, el debut, el delicioso sabor de las pellas, el himno (el lo-lo-ló) y, por supuesto, el que trae pasteles porque juega la Selección, por nada más, que no es su cumpleaños ni ganó la lotería, pero es fiesta. Sí, fiesta, uno de esos pocos días en los que puedes abrazarte a todo el mundo, del ordenanza a la secretaria, y en este caso apretar. Sólo una invasión extraterrestre provocaría entre los españoles tanta solidaridad y si no digo plena solidaridad es porque siempre habría quien defendiera el derecho alienígena a manifestarse, somos quijotes con panza. Hubo concentración en la plaza de Colón, alrededor de esa bandera que es como un tifo, y las concentraciones se fueron sucediendo en otros lugares y en otras plazas, tímidas primero, orgullosas después, y por fin una feliz retirada hacia la tienda de electrodomésticos que te regala la televisión si España gana el Mundial, póngame dos.

Lo sé: el consejo sensato es no echar las campanas al vuelo, pero a estas horas ya se estrellan contra los gorriones. Sucede con la Selección y sólo ocurre en el Mundial. Tratas de no implicarte demasiado en los días previos, de no mirar, de recordarte las viejas cicatrices, y cuando quieres darte cuenta eres la base de una montaña humana que celebra un gol, el que se queda sin aire y se muere feliz.

Sí, pasteles, fiesta y televisiones gratis porque España venció ayer 4-0 a Ucrania (y al fatalismo patrio), el mejor arranque de nuestra historia, el primer día de la terapia llamada a combatir nuestro último trauma deportivo: el Mundial de fútbol.

Tal vez para atrapar a esta ballena blanca sólo servía Luis Aragonés, el capitán Ahab de Hortaleza, mitad hombre sabio con túnica y mitad homo sapiens en cueros. A quien fue mito del Atlético, genio con zapatones y pelliza, víctima del arponazo de Schwarzenbeck, sólo le compensa y le redime la Copa del Mundo, pescar a Moby Dick.

Y su obsesión empieza a ser la nuestra, empezando por los futbolistas, que, por primera vez desde que recuerdo, parecen convencidos. Ayer se vio. España saltó sin un titubeo, sin pizca de miedo, seguramente porque no hay ogro que sea comparable a un enfado de Luis. Desde la confianza, el equipo se agiganta en contacto con el balón y entonces pasa de equipo a equipazo, con una defensa excelente y un medio campo soberbio. Quien tuviera dudas de la delantera las puede ir despejando: Villa es un rayo y Torres no necesitaba una palmada en la espalda para arrancar, sino para empezar a volar.

Xabi Alonso abrió el marcador en el minuto 12, al cabecear un córner. Como cada jugador de la Selección celebró el gol como si lo hubiera marcado él, costó identificar al autor verdadero. El saque de esquina lo había provocado Senna con un fabuloso disparo. Cinco minutos después, Villa botó una falta y el disparo rozó en la barrera lo suficiente para engañar al portero.

Si el resultado era sorprendente no lo era menos la actitud de España, serena, como si encontrara lógico cuanto estaba sucediendo, ni repliegue cobarde ni ataque suicida, tocar y tocar, seguir tocando.

Seducción. Que nadie se ruborice por el penalti de la segunda mitad. Los buenos equipos también seducen a los árbitros. Torres atravesó entre los centrales y pareció derribado por un rival, aunque le tiró su ansiedad. Villa (Pancho) transformó la pena en alegría.

Raúl y Albelda entraron por Villa y Xabi Alonso porque hay que dar refresco a los cuerpos y a los egos. Mientras, Ucrania cambió cosas que no cambiaron nada porque todos son igual de rubios y Shevchenko debe ser adoptado.

Lo mejor llegó al final, con Puyol desmelenado. El capitán del Barcelona, impecable en la retaguardia, practica un tipo de roulette con azadón que le permite bailar sobre la pelota al tiempo que la roba. Fue así como inició una jugada poderosa que pasó por Torres y Cesc y que volvió a la cabeza de Puyol para terminar en asistencia a El Niño, que voleó en carrera. Homérico. Según Torres festejaba el tanto iba dejando un reguero de fantasmas muertos.

Pudieron llegar más goles, pero bastaron cuatro. Nadie ha deslumbrado tanto en su debut. No hemos ganado nada aún, pero hemos logrado algo: Moby Dick ya nos ha visto. El capitán Ahab sonríe.