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Tras la victoria en semifinales ante el Villarreal, con el billete para la final de París en el bolsillo, Arsene Wenger aseguró que en el Estadio de Francia comenzaría una nueva era para el Arsenal, que con tanto jugador joven en la plantilla (Reyes, Cesc, Eboué, Touré, Van Persie, etc.) el futuro se le antojaba brillante para el club londinense.

Estaba contento ese día el técnico francés, era consciente de la dificultad de conseguir el máximo título continental, se enfrentaba al Barça de Rijkaard, pero también comprendía la importancia de participar en la gran final, un logro estupendo para un equipo de futbolistas casi adolescentes, un día que jamás iban a olvidar, fuese cual fuese el resultado final. Había que aprovechar la ocasión. Se perdió, pero la imagen ha sido excelente.

Wenger, como hizo frente al Real Madrid en el Santiago Bernabéu en octavos de final, dispuso un plan muy inteligente frente al Barcelona, una excelente estrategia basada en un gran conocimiento del rival, de su comportamiento, de sus movimientos, de sus puntos débiles. Y todo, sin renunciar a su filosofía principal, esto es, velocidad en el repliegue y en el ataque, en la transición, descaro en ataque y trabajo organizado en la presión. Y Henry, para matar el partido, y el francés pudo hacerlo nada más comenzar con dos disparos envenenados que rechazo milagrosamente un extraordinario Víctor Valdés. Y después, en un mano a mano en el 70, pero Valdés le volvió a ganar la partida. Decisiva la actuación del guardameta catalán.

La expulsión de Lehmann deslució el buen trabajo del cuadro londinense, hasta ese momento, superior al Barcelona, y los chicos de Wenger tardaron un buen rato en recuperarse del palo; una final de la Champions, contra el Barça, con uno menos y con tanto tiempo por delante desmoraliza a cualquiera. Pero Campbell devolvió la esperanza a los "cañoneros" con un gran gol de cabeza a pase de Thierry Henry, que como no podía superar a Valdés le dejó al central británico una maravillosa asistencia de saque de falta.

Aguantaron el resultado los de Wenger a base de esfuerzo, coraje y buena organización, pero el Barça, esa máquina bien engrasada, percutió y percutió hasta que, exhausto, el Arsenal acabó arrojando la toalla. No pudo ser, es el año del Barça, pero los "cañoneros" de Arsene Wenger volverán, se lo merecen y tienen un puñado de jugadores muy jóvenes llamados a protagonizar la Liga de Campeones durante la próxima década.