Un triunfo que traiciona la historia

Primera | Real Madrid 1 - Getafe 0

Un triunfo que traiciona la historia

Un triunfo que traiciona la historia

Vergonzosa victoria ante un Getafe que mereció más. Ronaldo fue el salvador. Luxa, condenado

En el Real Madrid se despidió a un entrenador porque el equipo, a pesar de ser líder, no jugaba bien. Para muchos, la decisión fue totalmente exagerada, especialmente para Antic, que era el técnico en cuestión, pero lo cierto es que ningún aficionado salió a la calle para protestar. Ese episodio forma parte de la historia del club y se recuerda con frecuencia para explicar el nivel de excelencia al que ha aspirado siempre la entidad. Se suele recordar entre sonrisas, pero en el fondo trata sobre un asunto muy serio.

Es muy posible que Luxemburgo no conozca esa anécdota, o tal vez, de haberla escuchado alguna vez, no le haya dado excesivo crédito. Me temo que Luxemburgo conoce muy poco sobre la historia del Madrid. Y me refiero sobre todo a esa historia que va de Di Stéfano a la actualidad, años en los que no siempre hubo grandes jugadores, pero en los que jamás se dio un paso atrás. Mejores o peores, aquellos equipos tenían estilo, carácter, pasión. Eran equipos ganadores aunque no siempre ganaran. Y eso era suficiente para que contaran con el respeto de los aficionados. Esa fidelidad a la tradición hizo que se acuñara una frase con la que ya se empezaban a ganar partidos incluso antes de jugarlos: "El Madrid es el Madrid".

Sólo desde ese desconocimiento histórico por parte del entrenador se puede explicar la imagen tan patética que dio ayer el Madrid, vergonzosamente escondido en su campo durante toda la segunda mitad y completamente dominado por su adversario salvo en los cinco primeros minutos. El tiempo de posesión habla por sí solo: 36% para el Madrid y 64% para el Getafe. El dato es aún más contundente si se compara con lo que ocurrió en el último clásico: 54% de posesión para los blancos y 46% para los azulgrana.

Pero todavía fue más grave. Por si el panorama no resultaba bastante irritante, Luxemburgo decidió, en el minuto 86, sustituir a Ronaldo, el autor del gol, por Gravesen el naturópata. Eso, que en muchos estadios del mundo no sería más que una discutible decisión técnica, en el Bernabéu, y cuando es el Getafe quien te baila, supone un acto de cobardía imperdonable. Y reincidente: contra el Lyon, con el choque empatado, Luxemburgo dio entrada a Salgado en lugar de buscar la victoria con Soldado. Desde ese día se condenó y concentró en su persona las iras que iban dirigidas a la gestión deportiva del club. Hay que ser torpe o suicida para declarar la guerra a la grada. Quizá ambas cosas.

La realidad. Lo que se descubrió ayer, por si alguien tenía alguna duda, es que ya no hay excusas que justifiquen el mal juego, la ausencia de plan, de estilo, el absoluto desconcierto. Los lesionados se recuperan y la plantilla ha disfrutado de su primera semana entera para preparar un partido. Pero da igual. Ronaldo mata y Casillas salva. Y entre medias hay nueve futbolistas que arden en el fuego de una crisis que corre el riesgo de consumirlos. Beckham es un buen ejemplo. El de Robinho tampoco es malo.

Y todos esos profundos problemas se hacen más evidentes y dolorosos cuando el enemigo, a falta de otras exquisiteces, apela únicamente a la sensatez y al coraje. El Barcelona ofrece disculpas que el Getafe no admite.

Los cinco primeros minutos del Madrid fueron notables, ya lo hemos dicho. Sin embargo, en ese intervalo, Riki rozó el gol con un cabezazo que recordó al mítico testarazo de Marcelino. La razón del lucimiento local se localizaba en Zidane, tan brillante como en los viejos tiempos. El único error del francés, si es que se puede llamar error a lo que ningún mortal lograría, fue no controlar un pase estratosférico de Beckham que, de atraparlo, le hubiera dejado solo en boca de gol.

Pero superado ese primer suspiro, el Getafe comenzó a adueñarse del juego con orden y clase, con una serenidad que no se le supone a un meritorio, quizá haya dejado de serlo definitivamente. En esas maniobras destacaba por encima de sus compañeros Diego Rivas, impecable en el corte y ordenadísimo en la distribución de la pelota. Uno de esos centrocampistas que dignifican la especialidad.

Dominado el tigre que tenía enfrente, el Getafe se atascó donde menos se esperaba: en el remate. El tercer mejor equipo goleador del campeonato (tras Barça y Madrid) no encontraba a su buen delantero centro, Güiza, que murió de ansiedad y precipitación. A ella contribuyó el magnífico trabajo de Helguera y Pavón, pero también el egoísmo de Riki, que no contó con él en un par de clarísimas ocasiones. Una acabó en el larguero y la otra en el limbo.

El martillo. Justo después de ese larguero fue cuando llegó el gol que decidió el partido. En un contragolpe, Zidane envió un fabuloso balón a la carrera de Ronaldo, que con impulso es implacable, en el más amplio sentido del término: ni falla ni se le puede placar. Contra intentó cargarle y salió repelido. Belenguer, que evitó el contacto, perdió el sprint. Cara a cara con Calatayud, Ronaldo marcó como pica una víbora, con la facilidad con la que matan algunos animales: golpe seco con el exterior del pie derecho, palo y gol.

Ronaldo no se movió mucho más, pero en su favor hay que señalar que nadie en su equipo pretendió agitarle. Pero ni aunque se hubiera sentado en un taburete como el príncipe gitano se le podría poner una pega a su actuación, porque valió tres puntos.

En el descanso, Luxemburgo sustituyó a Robinho, que era un pelele y ya había sido abucheado por el público. En su lugar entró Baptista. Pero eso no mejoró nada. Al contrario, las cosas empeoraron. Beckham, aceleradísimo toda la noche, culminó su histeria con una patada absurda a Riki que significó su expulsión, la tercera roja que ve como futbolista del Madrid. No me cabe duda de que en las enajenaciones transitorias del inglés tiene mucho que ver el desastre general.

La inferioridad fue la coartada perfecta para que Luxemburgo retrasara descaradamente al equipo a pesar de que faltaba todavía más de media hora para el final. Mientras su colega se moría de miedo, Schuster daba entrada a Pachón y Craioveanu y se volcaba por completo al ataque con cinco delanteros. Sin embargo, esa concentración de atacantes no producía más ocasiones que las que venían de las botas de Pernía, un fabuloso lateral izquierdo.

Así acabó el partido, con el heroico e inútil acoso del Getafe. Al final, el Madrid ganó los tres puntos en juego. Pero perdió todo lo demás.