Se llama Dani y es de Triana

Copa del Rey | Betis 2 - Osasuna 1

Se llama Dani y es de Triana

Se llama Dani y es de Triana

El jugador más bético sentenció la final. Osasuna combatió al límite de sus reservas. La amenaza de Oliveira y Joaquín frenó el ritmo de los rojillos

Traían a Juan Belmonte, el Pasmo de Triana, paseado a hombros desde la Maestranza hasta Santa Ana, el corazón de su Triana. Lo metieron allí en la Iglesia de la Señá Santa Ana, bajo el palio de la Esperanza. Furioso, el párroco arremetió contra los partidarios de Belmonte con unas palabras históricas: "Fuera de aquí, sacrílegos, herejes. Si al menos fuera Joselito..." Si al menos fuera Dani...

Por las cuatro esquinas de la calle Betis, de Santa Ana y de San Gonzalo, en el Tardón, repican hoy las campanas de los párrocos y las esperanzas más verdes, cuando está verde otra vez la primavera y San Fermín se nos ha puesto divisa de luto. En algo más se parece Dani a Belmonte. Siempre se dijo que nos diésemos prisa si queríamos ver jugar al delanterito pillo de El Tardón, antes de que un taco afilado le partiera para siempre. Y el Guerra, el califa cordobés, dijo de Belmonte: "Dénse prisa los que quieran verle torear".

La Copa que marca al mejor Betis de la historia nos deja una herencia de claridad: Er Beti, el Currobetis, no puede hacer el paseíllo con las orejas cortadas. Lo suyo es coquetear con la suerte y con la muerte. Eso hizo Belmonte, que vivió hasta el día en que él quiso, 42 años después de que a Joselito, dueño de la Esperanza y sus mariquillas verdes, le partiera en dos el asta de Bailaor.

En algunos momentos, tras las camisetas de Osasuna se adivinó un brillo rojo que parecía llegar de Liverpool. En otros, el tiempo y el espacio nos trasladaban a El Sadar, a los años 80, y tras el ébano de Webó y Morales, emergían las reencarnaciones de Michael Robinson, Martín, Echevarría y Patxi Iriguíbel.

Se llame como se quiera llamar, Osasuna tiene un estilo. Y es muy emotivo: el asalto, "pero el asalto-asalto", como gusta de recalcar Serra Ferrer. No es casualidad que tantos invasores, del Sur y del Norte, se hayan detenido en Roncesvalles.

Con Zoco y Félix Ruiz, con Alzate y Lotina, con Jan Urban o o con Robinson, Osasuna sabe extraer las mejores vibraciones de un fútbol recio, físico: recuperaciones rápidas, balones que cruzan líneas como aviones, en dos pases o menos, martilleo de conexiones con las torres y dejadas en serie a los chutadores: una erupción de lava rojilla tan incandescente como la curva de Mercaderes en la segunda semana de julio. El ritmo sólo lo frenaba la precariedad física de Pablo García. De toque, justitos.

A oscuras.

En el cubil de la tensión y de la pegada, el Betis vivía un poco a oscuras, iluminado por relámpagos fugaces de sus navajitas plateás: Joaquín, Oliveira o Fernando, que irrumpían entre líneas y en contras rápidas cada vez que Osasuna se alargaba.

El Betis se recostaba sobre sus defensas altos, Rivas y Juanito, sufría en los pasillos con Valdo y Delporte y no culminaba sus salidas explosivas: falló Fernando, a centro de Oliveira y en llegada a medias con Joaquín y Juanito. Consigna de Serra: "No cometer errores es el primer paso para ganar". Gran problema para Marcos Assunçao y Arzu: el ritmo potente de Osasuna, que abría vías de agua en el juego de quite del Betis. Con el paso de los minutos, Serra no iba a perdonar a Arzu.

Bajo la tormenta eléctrica de Osasuna, Pérez Burrull sí perdonó una segunda amarilla clamorosa a Morales, que liberaba adrenalina por el centro del campo para apoyar a García. Mensaje que quería enviar al Betis el Osasuna del guerrero Aguirre: tú serás muy fino y muy guapo, pero aquí mando yo. La comunicación se cortaba en las llamadas de socorro de Pablo García. Mientras más ardían los cables en el centro y más quemaba el balón, peor le iba al Betis, metido en el tipo de partido que no quería jugar.

Osasuna tenía peligro de cortocircuito en su mismo gasto de energía: a mediados de junio, hay que tener el tono de uno de los corredores que preparan San Fermín para resistir estas descargas de energía. El faro inyectado de Pablo García se fundía minuto a minuto, pero Aguirre dependía demasiado del carisma del cacique charrúa como para dejarle descansar. Por ahí se iba desenganchando el centro del campo rojillo. Y el Betis empezó a soltar amarras...

En el 63, Joaquín da un pellizco de listo a Clavero, le desequilibra, y su rosca en carrera es medio gol, o sea nada: lo evitan Elía y el larguero. De vuelta, amenaza Morales y para Doblas, con la malla de la final descosiéndose. A partir de ahí, una cascada de acontecimientos cruza España desde la Cartuja de Sevilla hasta la Plaza del Castillo, con eje en el Calderón.

Minuto 74. Contra del Betis y dejada de Edu hacia la media luna del área, un poco a lo que salga. Lo que sale es que Cruchaga espera a Elía, pero se le aparece Oliveira, un brujo de macumba en un paso de samba que ilumina un pase de magia, toquecito con la punterita zurda, gol del Betis y adiós a la cartera de Osasuna. Pero San Fermín y Javier Aguirre aún tenían más recursos: más cabeceadores. Llegaban Aloisi y Milosevic con el pañolico rojo al cuello. Morales, a descansar.

Minuto 83. Delporte vuelve a percutir sobre Melli, que ya tenía tarjeta. El ataque genera un cross, balón cruzado de palo a palo, ideal para uno de los hombretones-diana que Aguirre movilizaba. Fue Aloisi, que descolgó el balón desde donde se le había pasado a Doblas y desde donde Luis Fernández ni se planteó llegar. 1-1. ¿Había problemas para los laterales del Betis...?

A las once de la noche, la Plaza del Castillo se agitó en un estallido telúrico. Hemingway nos dictaba que en Pamplona, en Sanfermines, "el sol también sale". Aquí tradujeron eso como Fiesta. Pero ahí, justo ahí, y desde el corazón de Triana, directo a la prórroga, salió Dani, el más bético de todos los jugadores del Real Betis Balompié.

Y cuando, en el fondo de la prórroga y en el calor de la noche, Osasuna ya no tenía ritmo, Varela se escoró a la derecha en otra contra y halló a Dani. Y Dani cruzó a la red de Elía, arruinó a Pablo García, vistió de luto a San Fermín y definió al mejor Betis de la historia. Y desde ahí, se fue derecho al palio de la Esperanza: la noche del Calderón en que fue verde otra vez la primavera.