La nueva ola y el fin de ciclo

Primera | Barcelona 3 - Real Madrid 0

La nueva ola y el fin de ciclo

La nueva ola y el fin de ciclo

El Barça pasó por encima del Real Madrid. Ronaldinho y Etoo, magníficos. Un fallo de Roberto Carlos abrió una goleada simbólica

Cabía la duda de si el Barcelona y el Real Madrid se encontraban en el mismo punto del camino, aunque un equipo estuviera de ida y el otro de vuelta. Anoche descubrimos que no, que no hay equilibrio, que no se cruzan en el mismo instante, ese que nos hace valorar igual al madurito con experiencia y al joven arrollador y que un pasito más allá nos descubre al viejo y al chico. Así de reveladora fue, por ejemplo, la carrera de Etoo, esa que acabó en penalti.

La maldita edad, ese es el pecado del Madrid. Y no hablo de talento, porque es parejo, o lo fue, hablo de la maldita edad, la pérdida de ilusión y de velocidad, de chispa, de hambre, de motivos. Cuando el Real Madrid (o Camacho o quien fuera) no afrontó la renovación de la plantilla el pasado verano no perdió una oportunidad, sino un año. No reciclarse a tiempo, no darse cuenta del final de una época, es acabar como aquel Elvis de la última época, el de las lentejuelas y los pantalones de campana. Es una pena.

Ni siquiera fue una caída heroica. El primer gol fue un fallo imperdonable de Roberto Carlos, fruto de su empeño por rizar el rizo, por jugar los balones que deben ser despejados, culpa de su desesperante manía de hacer chistes en el área y cercanías, de tomarse el mundo como una pachanga. Se veía venir. Ya eran muchos los balones que había entregado con el pecho a Casillas, rodeado de contrarios barbudos y asesinos, muchos los sustos sin pizca de gracia, porque el espectáculo es otra cosa.

Ayer, en lugar de quitarse el balón de encima con un patadón (qué vulgaridad), el lateral quiso protegerlo para que Iker se hiciera con él, cualquier cosa antes de que la pelota se perdiera por la banda. Una simpática ocurrencia de no ser porque el portero estaba demasiado lejos y porque Roberto Carlos se apartó incomprensiblemente y abrió el pasillo a Etoo, que marcó a placer.

Que el mejor partido que se puede soñar se desequilibre así provoca cierta decepción, pues uno esperaba que el primer gol rebotara cuatro veces en el larguero antes de entrar o que limpiara la escuadra o que, al menos, estuviera precedido por cinco sombreros y una pamela de Ascot. Y hubo jugadas de ese estilo, siempre protagonizadas por Ronaldinho, un futbolista que es una fiesta ambulante y que se ríe hasta cuando falla. Sin duda, merece el Balón de Oro, pero tanta sonrisa resulta cargante, tan mala es la cosquilla facilona como el llanto fácil.

El segundo gol no fue culpa de nadie, bueno sí, del Barça, de sus futbolistas, capaces de moverse todos al mismo tiempo, ofreciendo siempre una salida al jugador que tiene el balón. Una de las muchas diferencias entre los jugadores del Real Madrid y del Barcelona es que los primeros se mueven de uno en uno, como en el ajedrez, y los segundos a la vez, como en West Side Story. Ronaldinho encontró a Deco y ese resorte desencadenó el desmarque y el gol de Gio, ese defensa que se cambió el nombre porque sonaba muy bronco.

El Madrid también tuvo algunas oportunidades en la primera mitad, pero fueron aquellas de las que siempre dispone el equipo acosado, más estadística que mérito, entre ellas un centro-chut de Roberto Carlos que ningún juanete tuvo a bien desviar. También dispuso de una contra que Beckham estropeó con un pase fofo y previsible que interceptó Puyol, Ronaldo sigue esperando la rosca, o las tuercas.

Lo cierto es que el Madrid de ayer era el de la pre galaxia, ese equipo que casi siempre se presentaba en el Camp Nou abatido y siempre terminaba batido. Si en aquellos años le acomplejaba el ambiente (o eso parecía), en esta ocasión le derribó un equipo de fútbol mucho mejor, el digno heredero del showbusiness.

Si Ronaldinho y Etoo fueron las indiscutibles estrellas del Barcelona y del partido, nadie hubo destacado en el Madrid, por el buen juego, se entiende. Además del infausto Roberto Carlos, destacó por pésimo Beckham, ni fajador ni elegante ni ná. Raúl estuvo desacertadísimo, Zidane críptico, Guti superado y Samuel, que casi había logrado pasar inadvertido (noticia), en los últimos diez minutos fue cómplice de un penalti y casi rompe las piernas al joven Damiá.

En la segunda mitad, por la puerta del Madrid pasaron dos trenes, una circulación ferroviaria poco frecuente para el equipo que no pisa la estación. En cualquiera de ellos se hubiera reenganchado al partido con tiempo suficiente como para soñar con algo bonito. El primero fue un contragolpe que Zidane resolvió con un disparo que zumbó junto al poste. El segundo un cabechepazo de Owen que salió alto pero no mucho, buen pase de Figo, muy vivo toda la noche a pesar de las ganas que tenían de matarle. No hubo más en el Madrid, sólo un achique constante de balones que en varias ocasiones tuvo un punto de histeria desatada, de pavor, de miedo absoluto.

El penalti al que habíamos hecho mención y que redondeó el marcador nació de una carrera prodigiosa de Etoo, que arrancó casi en el centro del campo y una vez en el área recortó a Samuel, que le zancadilleó, y a Guti, que le abrazó. Ronaldinho, muerto de risa, no perdonó y consiguió el tercero.

El Barça, pese a no disfrutar de un gran Xavi, pudo marcar más goles, incluso hubo quien desató el rumor de la manita, ya puestos. Pero una goleada más escandalosa hubiera sepultado al Madrid y no es el Madrid un equipo acabado, sino un equipo acabándose, lo que es parecido, pero ligeramente distinto. Durará unos meses y es posible que tenga a tiro alguna competición que se decida a doble partido, más la Copa que la Champions. Pero sólo eso.

Para el Barcelona es el principio de una época, la confirmación definitiva después de los últimos titubeos en la Liga. Dejarse llevar por esas indecisiones, dudar, era tan ingenuo como engañarse por las recientes victorias del Madrid. No, no están en el mismo punto. La derrota significa el final de la era galáctica. Quedan partidos y Liga, pero la diferencia entre los dos equipos ya no se mide por puntos, sino por años. Por años de menos.