Un soberbio campeón

Copa del Rey | Real Madrid 1 - Deportivo 2

Un soberbio campeón

Un soberbio campeón

Valerón y Tristán pusieron la magia en una gran noche. El Depor fue mejor en todo. El Madrid sólo tuvo casta.

Depor campeón. Porque fue mejor. Mejor armado, con mayor lucidez en sus estrellas y con tanta raza como el Madrid, que vendió cara su piel en el día que tenía señalado en rojo en su calendario para ganar su primer título de sus próximos cien años. No hubo cumpleaños feliz, sino fiesta de este magnífico Deportivo que se ha metido entre los grandes de Europa y que anoche se apuntó un éxito que todo el fútbol español puede envidiar: ponerle el cascabel al gato madridista. El Centenarísimo blanco queda desde ahora asociado a esta gran victoria del Deportivo, que anoche hizo historia.

Y la hizo de la mejor manera posible: con buen fútbol. Un equipo bien estructurado, en forma, que venía de jugar un magnífico partido ante la Juventus, que sabe plantarse sobre el campo y que es más en las mejores ocasiones, como la de anoche. Un equipo magnífico con dos perlas deslumbrantes: Valerón y Tristán. Mientras el canario estuvo sobre el campo, el Madrid se vio en clara inferioridad. Tristán tuvo un socio perfecto para combinaciones rápidas, que anonadaban a la pareja Hierro-Pavón y dejaban a contrapié a Helguera y Makelele. Y no sólo eran ellos. El fútbol del Depor transitaba bien por los pies de Fran, el feliz testigo de esta década prodigiosa que vive el club coruñés. Y luego estaba la presencia amenazante de Víctor en la derecha, y la de Sergio, que empezó a abrir el melón cuando se desprendió del medio campo, le marcó con su desmarque la jugada a Tristán y luego recogió el buen envío de éste para colocarlo entre las piernas de César. Y el Depor por delante.

Ahí vino el primer arreón del Madrid. Fue Raúl el que tocó a rebatiña, en un forcejeo con Mauro Silva y Scaloni, que enardeció a sus compañeros y al público madridista. El gol, la rabia de Raúl y el viento de la historia le dieron al Madrid para un cuarto de hora de dominio que puso a prueba la otra mitad del Depor, la mitad de atrás. Y pasó la prueba bien. Como no podía ser menos. El imán de Mauro Silva para cortar, la fortaleza de los centrales, César y Naybet, el oficio de los laterales, Scaloni y Romero, sufridos, listos, oportunos.

Y también permitió descubrir que el Madrid no tenía mucho. Al Madrid este partido de su aniversario no le ha llegado en gran momento. De sus cuatro megaestrellas, sólo Raúl está en Raúl. Zidane está en dos tercios, Roberto Carlos en un tercio y Figo en cero tercios. Voluntad, sí. La misma en todos. Pero este equipo pensado sobre todo para la inspiración de jugadores grandiosos sólo luce de verdad si éstos están en plenitud. Si no lo están, lo que se ve es un equipo desconcertado, en el que el resto busca en ellos soluciones que no encuentra, y en él se echa en falta ese orden, ese cuerpo de equipo y esa solidez que sí tiene el Depor. Eso sí: queda la casta, el orgullo de ser el Madrid y sentirse siempre obligado a intentarlo. Sobre todo un día como ayer.

Pero, en lo que respecta al primer tiempo, ese arreón no dio más que para un cuarto de hora de entusiasmo y un cabezazo chambón y picudo de Zidane al larguero.

Pasado el furor, el Depor retomó el hilo. De nuevo Valerón, el jugador de la final mientras Irureta se lo permitió. Y Tristán. Y Fran. Y Sergio. Y Víctor. Y los de atrás, cortando, sirviendo y empujando. Un equipo campeón, que después de ver que la tormenta madridista había pasado cerró el paraguas y se fue otra vez de visita al área de César. Y allí depositó otro balón en la caja de César. Y se fue al descanso prácticamente campeón.

Claro, que no es fácil ganarle al Madrid en el Bernabéu (aunque se vistió de campo neutral) y menos en el día de su centenario. Del Bosque, fiel a su cultura ofensiva, sacó a Solari por Pavón. Retrasó a Helguera a la defensa y mandó a los suyos a por la Copa que se escondía detrás de la espalda de Molina. Solari, el jugador más en forma de la plantilla, agradeció el detalle con entrega y con juego. Por él vino (¡hay que ver!) el primer corner favorable al Madrid. Por él llegó la jugada del 2-1, que prolongó bien Morientes, en su única buena acción de la noche y que remató Raúl, que nunca falla. Y el Madrid empezó a soñar.

Y más cuando Irureta, en una decisión que no le hará ningún bien, retiró a Valerón (que acababa de rematar a la cepa del palo) para dar entrada a Duscher. O sea: renunciaba a jugar y decidía esperar y parapetarse. Fue una decepción para todos, porque Valerón era un regalo para los ojos, un elogio al fútbol. Pero quizá Irureta sabía que el Madrid no tenía juego para penetrar ni fuerza para avasallar. Y no lo tuvo. Sólo tuvo ganas. Tuvo el balón porque se lo dejaron. Peleó porque era su día. Se vació sin argumentos. El Depor era superior, e incluso pudo matar el partido en un par de contraataques limpios. Era un campeón. El Campeón de España. Era el Superdepor.

Y dejo para el final a César, cuya alineación fue controvertida, sobre todo por el valor simbólico del día. El Madrid no perdió por él, ni muchísimo menos. Pero tampoco le resolvió el menor problema. Del Bosque se ha metido en un pequeño jardín. Pero eso no es más que una anécdota menor en un partido grande que ganó un campeón grande: el Deportivo de la Coruña.